– Pasemos a la sala a tomar una copa -dijo Nat-. Tengo el champán bien frío.
– ¿Tenemos algo que celebrar? -preguntó Tom.
– Aparte de que hayas sido capaz de encontrar a una persona dispuesta a acompañarte a cenar, no, no se me ocurre ninguna otra cosa, a menos… -Julia se rió-. A menos que incluyamos una llamada de mis abogados para comunicar que la compra de Bennett ya está cerrada.
– ¿Cuándo te has enterado? -quiso saber Tom.
– A última hora de la tarde. Jimmy llamó para decir que habían firmado todos los documentos. Lo único que nos falta hacer es darles el cheque.
– No me habías dicho nada -protestó Su Ling.
– Se me pasó porque no tenía otra cosa en la cabeza que decirte que Julia venía a cenar. En cualquier caso, he discutido el tema con Luke.
– ¿Puedo saber cuál fue su muy meditada opinión? -preguntó Tom.
– Cree que un dólar es mucho dinero que pagar por un banco.
– ¿Un dólar? -se asombró Julia.
– Sí, Bennett lleva cinco años en números rojos y, si excluyes los locales, su deuda a largo plazo no se puede cubrir con lo que tienen. Por tanto, quizá Luke puede que acabe teniendo razón si no consigo darle la vuelta a las cosas.
– ¿Cuántos años tiene Luke? -preguntó Julia.
– Dos, pero ya entiende a la perfección todos los entresijos financieros.
Julia se echó a reír.
– Háblame del banco, Nat.
– Este es solo el principio -explicó mientras servía el champán-. Todavía le tengo echado el ojo a Morgan’s.
– ¿Cuánto crees que te costará? -preguntó Su Ling.
– Alrededor de unos trescientos millones al precio de hoy, pero cuando esté preparado para hacerles una oferta, podrían estar alrededor de los mil millones.
– Soy incapaz de imaginar cifras tan absolutamente fabulosas -comentó Julia-. Están muy por encima de mi categoría.
– Eso no es cierto, Julia -intervino Tom-. No olvides que he visto las cuentas de tu empresa y, a diferencia de Bennett, has obtenido beneficios en los últimos cinco años.
– Sí, pero apenas poco más de un millón -declaró Julia, que le obsequió con una sonrisa especial.
– Si me disculpáis… -dijo Su Ling-, tengo que ir a la cocina.
Nat le sonrió a su esposa y después miró a la invitada de Tom. Tenía la sensación de que Julia podría ser la muchacha que iría a cenar una segunda vez.
– ¿A qué te dedicas, Julia? -le preguntó.
– ¿Qué crees que hago? -replicó ella con una sonrisa coqueta.
– Diría que eres modelo, o probablemente actriz.
– No está mal. Trabajé de modelo cuando era más joven, pero durante los últimos seis años me he dedicado al ramo inmobiliario.
– Si queréis pasar, la cena está casi lista -les anunció Su Ling.
– El ramo inmobiliario -dijo Nat mientras acompañaba a sus invitados al comedor-. Nunca lo hubiese adivinado.
– Sin embargo, es cierto -manifestó Tom-. Julia quiere abrir una cuenta con nosotros. Hay una propiedad que le interesa en Hartford y depositará quinientos mil dólares en nuestro banco, por si surge la necesidad de disponer de dinero en el momento.
– ¿Por qué nos has elegido? -preguntó Nat.
El joven miró el cuenco de sopa de langosta que Su Ling le sirvió a Julia. Tenía un aspecto delicioso.
– Porque mi difunto marido trató con el señor Russell cuando se iba a construir el centro comercial Robinson. Aunque en aquella ocasión no conseguimos cerrar el trato, el señor Russell no nos cobró nada por las gestiones -respondió Julia-. Ni siquiera las comisiones.
– Las cosas han cambiado desde entonces -señaló Nat-. El señor Russell se ha jubilado y…
– Su hijo continúa en el banco, es el presidente.
– Así es, y yo soy quien le acosa permanentemente para asegurarme de que a las personas como tú les cobremos cuando utilizan nuestros servicios profesionales. Por cierto, el centro comercial fue y es un gran éxito, los inversores obtienen una buena renta. ¿A qué se debe que hayas venido a Hartford?
– Me he enterado de que hay un proyecto para construir un segundo centro comercial al otro lado de la ciudad.
– Efectivamente. El ayuntamiento sacará el solar a la venta con los permisos de construcción.
– ¿Cuál es la cantidad que pretenden conseguir? -Julia probó la sopa.
– En la calle dicen que unos tres millones, pero yo creo que la cantidad final estará entre los tres millones trescientos mil y los tres millones y medio después del éxito del centro comercial Robinson.
– Tres millones y medio es nuestra oferta máxima -manifestó Julia-. Mi empresa es muy cauta por naturaleza y en cualquier caso, siempre hay algún otro negocio a la vuelta de la esquina.
– Quizá podrían interesarte algunas de las otras propiedades que representamos -comentó Nat.
– No, muchas gracias. Mi empresa está especializada en centros comerciales; una de las muchas cosas que me enseñó mi marido fue que nunca te debes alejar mucho de lo que conoces a fondo.
– Tu difunto marido era muy hombre muy sensato.
– Lo era. Creo que ya hemos hablado lo suficiente de trabajo por esta noche, así que en cuanto esté ingresado mi dinero, ¿querrá el banco representarme en la subasta pública? Claro que exijo la más absoluta discreción. No quiero que nadie sepa a quién estáis representando. Es otra de las cosas que me enseñó mi marido. -Miró a la anfitriona-. ¿Te puedo ayudar a retirar los platos?
– No, muchas gracias -respondió Su Ling-. Nat es un caso perdido, pero todavía puede llevar cuatro platos a la cocina y, si cae en la cuenta, servir una copa que otra de vino.
– ¿Cómo os conocisteis? -preguntó Nat, mientras que gracias al comentario de Su Ling sirvió más vino.
– No te lo creerás -contestó Tom-, pero nos conocimos en un solar.
– Estoy seguro de que hay otra explicación más romántica.
– El domingo pasado, cuando estaba recorriendo el solar del ayuntamiento, me crucé con Julia, que hacía footing.
– Creía que habías mencionado algo sobre la discreción -dijo Nat, con una sonrisa.
– No son muchas las personas que al ver a una mujer corriendo por un solar creen que su intención es comprarlo.
– Si he de ser sincero -señaló Tom-, hasta que fuimos a cenar al Cascade no me enteré de las intenciones de Julia.
– El mundo de los bienes raíces debe de ser muy duro para una mujer -opinó Nat.
– Lo es, pero no fui yo quien lo escogí; me eligió a mí. Verás, cuando acabé los estudios en Minnesota, trabajé de modelo durante un tiempo, antes de conocer a mi marido. Fue idea suya que inspeccionara los solares cuando salía a correr y después le informara. Al cabo de un año sabía exactamente lo que él buscaba y al siguiente, ya tenía un lugar en la junta.
– Así que tú diriges la empresa.
– No -respondió Julia-. Eso se lo dejo a mi presidente y al director ejecutivo, pero sigo siendo la principal accionista.
– ¿Decidiste continuar con el negocio después de fallecer tu marido?
– Sí, fue idea suya. Sabía que solo le quedaban un par de años de vida y como no teníamos hijos me enseñó todo el funcionamiento de la empresa. Creo que él mismo se sorprendió al ver lo aplicada que resultó su alumna.
Nat comenzó a retirar los platos.
– ¿Alguien querrá crème brûlée ? -ofreció Su Ling.
– Soy incapaz de comer nada más; el cordero estaba exquisito y tierno como la mantequilla -dijo Julia. Palmeó el estómago de Tom-. Pero eso no significa que tú no puedas tomar postre.
Nat miró a Tom y pensó que nunca lo había visto tan contento. Sospechó que Julia podría incluso ir a cenar una tercera vez.
– ¿De verdad es tan tarde? -preguntó Julia, después de consultar su reloj-. Ha sido una cena estupenda, Su Ling, pero por favor tendrás que perdonarme. Tengo una reunión de la junta mañana a las diez, así que debo marcharme.
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