– ¿En qué has pensado? -preguntó Fletcher.
– ¿Qué te parece la fortuna de tu padre? -replicó con una sonrisa.
Fletcher soltó la carcajada.
– ¿Quieres la fortuna de mi padre a cambio de pedirle a tu madre que ayude a su hija con el nacimiento de su nieto? Sabes, Jimmy, tengo la sensación de que serías un extraordinario abogado matrimonialista.
– He decidido presentarme como candidato a representante estudiantil -dijo sin ni siquiera preguntar quién le llamaba por teléfono.
– Es una gran noticia -declaró Tom-. ¿Qué ha dicho Su Ling al respecto?
– No hubiese dado el primer paso de no habérmelo propuesto ella. Además, quiere participar en la campaña. Dijo que se encargará de las encuestas y todo lo que tenga que ver con las estadísticas.
– Pues ya tienes resuelto uno de tus problemas. ¿Has escogido a tu director de campaña?
– Sí, poco después de que tú regresaras a Yale. Me decidí por un tipo llamado Joe Stein. Ha dirigido un par de campañas y aportará el voto judío.
– ¿Hay un voto judío en Connecticut? -le preguntó Tom.
– En este país siempre hay un voto judío y en esta universidad hay cuatrocientos dieciocho judíos. Puedes estar seguro de que necesitaré del voto de todos.
– En ese caso, ¿qué opinas sobre el futuro de los Altos del Golán?
– Ni siquiera sé dónde están los Altos del Golán -respondió Nat.
– Te recomiendo que lo averigües para mañana por la mañana.
– Me pregunto qué opinará Elliot sobre los Altos del Golán.
– Que forman parte de Israel y que de ninguna manera se puede ceder ni un palmo a los palestinos.
– ¿Qué crees que les dirá a los palestinos?
– Es probable que no haya más de un par de palestinos en la universidad, así que no necesita preocuparse por ellos.
– Evidentemente eso le simplificaría mucho las cosas.
– El siguiente paso que hay que considerar es tu discurso inaugural y dónde piensas darlo.
– Había pensado en el Russell Hall.
– Solo tiene capacidad para cuatrocientas personas. ¿No hay una sala más grande?
– Sí. El salón de actos tiene un aforo de más de mil, pero Elliot ya cometió el error. Cuando inauguró su campaña, el sitio parecía medio vacío. No, prefiero reservar el Russell Hall y tener a la gente sentada en las cornisas, colgados de las arañas, incluso de pie en las escalinatas de la entrada, algo que resultará mucho más impresionante para los votantes.
– En ese caso, más te vale que fijes una fecha y reserves la sala cuanto antes; al mismo tiempo, tienes que acabar de seleccionar a los integrantes de tu equipo.
– ¿De qué más debo ocuparme? -le preguntó Nat.
– Del discurso, para que cale bien en la gente; ah, y no te olvides de hablar con todos los estudiantes que te encuentres. Recuerda el saludo habitual «Hola, me llamo Nat Cartwright. Me presento como candidato a representante estudiantil y confío en contar con tu apoyo». Después escucha lo que te digan, porque si creen que estás interesado en sus opiniones, te resultará mucho más fácil conseguir su apoyo.
– ¿Alguna cosa más?
– No tengas piedad a la hora de utilizar a Su Ling y pídele que haga lo mismo con todas las estudiantes, porque es posible que sea una de las muchachas más admiradas del campus después de su decisión de no cambiar de universidad. No son muchas las personas capaces de rechazar una invitación de Harvard.
– No me lo recuerdes -replicó Nat-. ¿Eso es todo? Parece que has pensado hasta en el más mínimo detalle.
– Sí, solo una cosa más: me reuniré contigo durante los últimos diez días de campaña, pero oficialmente no seré un integrante de tu equipo.
– ¿Por qué no?
– Porque Elliot le diría a todo el mundo que tu campaña la lleva alguien de fuera y, lo que es peor, el hijo de un banquero que estudia en Yale. Procura no olvidar que hubieses ganado tus últimas elecciones de no haber sido por el fraude cometido por Elliot, así que prepárate para cualquier jugarreta que pueda apartarte de la carrera electoral.
– ¿Qué se le podría ocurrir?
– Si pudiera saberlo, sería el jefe de gabinete de Nixon.
– ¿Qué tal estoy? -preguntó Annie, sentada en el asiento del acompañante; mantenía estirado el cinturón de seguridad para que no le oprimiera la barriga.
– Estás preciosa, cariño -respondió Fletcher, sin ni siquiera dedicarle una mirada.
– No lo estoy. Tengo un aspecto horrible y este es un acontecimiento importante.
– Probablemente no sea más que una de sus habituales reuniones con una docena o más de alumnos.
– Lo dudo -replicó Annie-. Envió una invitación escrita a mano y recuerda lo que decía: «Haga todo lo posible por asistir. Quiero presentarle a una persona».
– Bueno, no tardaremos mucho en aclarar el misterio -señaló Fletcher, mientras aparcaba el viejo Ford detrás de una limusina vigilada por una docena de agentes del servicio secreto.
– ¿Quién podrá ser? -susurró Annie, que aceptó la mano que le ofrecía su marido para bajar del coche.
– No tengo ni idea, pero…
– Qué alegría verle, Fletcher -exclamó el profesor, que se encontraba en el umbral para recibir a los invitados-. Le agradezco mucho que esté aquí -añadió. Hubiese sido una estupidez por mi parte no venir, pensó Fletcher-. Y a usted también, señora Davenport. La recuerdo muy bien, porque durante un par de semanas estuve sentado dos filas más atrás de usted en la sala del juzgado.
– Entonces estaba un poco más delgada -comentó Annie con una amplia sonrisa.
– Pero no menos hermosa -replicó Abrahams-. ¿Para cuándo espera al bebé?
– Dentro de diez semanas, señor.
– Por favor, llámeme Karl -dijo el profesor-. Me siento muchísimo más joven cuando una estudiante de Vassar me llama por mi primer nombre. Un privilegio, debo añadir, que no extenderé a su marido hasta dentro de un año por lo menos -añadió mientras pasaba el brazo por los hombros de Annie-. Pasen. Quiero que conozcan a alguien.
Seguidos por el profesor, Fletcher y Annie entraron en la sala, donde ya había una docena de invitados que conversaban animadamente. Al parecer eran los últimos en llegar.
– Señor vicepresidente, quiero presentarle a Annie Cartwright.
– Buenas noches, señor vicepresidente.
– Hola, Annie -dijo Spiro Agnew y le estrechó la mano efusivamente-. Me han comentado que se ha casado con un tipo muy brillante.
– Procure no olvidar, Annie -intervino Karl-, que los políticos tienen cierta tendencia a la exageración, porque siempre confían en obtener su voto.
– Lo sé, Karl, mi padre se dedica a la política.
– ¿Es de los nuestros? -le preguntó Agnew.
– No, señor, de los otros -respondió Annie, con un tono divertido-. Es el líder de la mayoría del Senado del estado de Connecticut.
– ¿Es que no hay ningún republicano en esta reunión?
– Y este, señor vicepresidente, es el marido de Annie, Fletcher Davenport.
– Encantado, Fletcher. ¿Su padre también es demócrata?
– No, señor, está afiliado al partido republicano.
– Fantástico, así al menos tenemos dos votos seguros en su casa.
– No, señor, mi madre no le permitiría cruzar el umbral.
El vicepresidente se echó a reír.
– No parece que todo esto ayude mucho a su reputación, Karl.
– Continuaré siendo neutral como siempre, Spiro, porque el juego político es algo que no me concierne. En cualquier caso, si me lo permite, dejaré a Annie con usted, porque quiero que Fletcher conozca a alguien más.
Fletcher se sintió intrigado porque había supuesto que el profesor se refería al vicepresidente en la invitación, pero siguió obedientemente a su anfitrión para reunirse con un grupo de hombres que se encontraban al otro lado de la sala, junto a la chimenea encendida.
Читать дальше