Nicholas Pileggi - Casino - Amor y honor en Las Vegas

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Casino: Amor y honor en Las Vegas: краткое содержание, описание и аннотация

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Frank Rosenthal, El Zurdo, tuvo algo de simbólica: como la traca final de una era en la historia de la capital mundial del juego, Las Vegas.
Rosenthal, formado en la escuela de las apuestas deportivas ilegales llegó, como otros muchos, a Las Vegas con el propósito de hacer olvidar su pasado y seguir trabajando en lo que siempre había hecho: ser jugador. La pequeña ciudad de Nevada, sumidero de esperanzas bajo una capa febril y brillante, era una verdadera mina de oro, ideal para quienes patrocinaron la mudanza de Rosenthal, como también la de su viejo amigo Tony Spilotro, tan amante del dinero como de la violencia. Ambos fueron símbolos de una etapa frenética, trufada de violencia e ilegalidades, marcada por los intentos de la Mafia de establecer su hegemonía sobre los casinos. Una ciudad sin sitio para el amor, por lo que éste -como el que sentía Rosenthal hacia Geri, su esposa- estaba abocado al fracaso.
Casino, basada en hechos reales es, más allá de una novela de ritmo casi cinematográfico, un fascinante documento sobre el mundo del juego, sus leyes y sus corruptelas. Amor y adulterio, negocio y delito se entremezclan en una obra intensa y original, reveladora y absorbente.

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Según Cullotta:

Les oí circulando por una habitación. «Joe, ¿qué piensas de Mike?» «Mike es fabuloso. Los tiene bien puestos.» «Larry, ¿qué piensas de Mike?» «¿Mike? Un jodido marine. Hasta el final.» «Frankie, ¿qué piensas de Mike?» «¿Mike? ¿Bromeas? Mike pondría la mano en el fuego por ti.» «Charlie, ¿qué piensas de Mike?» «¿Por qué arriesgarse?» Y ése fue el final de Mike. Así ocurrió.

Son momentos peligrosos porque los capos de la mafia saben que, además de las escuchas telefónicas -que los abogados podían discutir-, los fiscales necesitaban testigos o elementos que hubieran participado en la conspiración que puedan explicar lo que sucedió realmente, que puedan señalar con el dedo, que puedan traducir la indescifrable verborrea taquigrafiada de la mayor parte de escuchas.

Sigue Frank Cullotta:

Charlie Parsons, el tipo del FBI, vino a verme. Fue unos ocho meses después de que nos detuvieran a todos en Bertha.

– Tenemos información -dice- de que a tu amigo Tony Spilotro le han encargado que te mate.

Era un viernes. Me limité a asentir al tipo. Estoy pensando en lo que ocurrió hace unas semanas. Yo estaba durmiendo. ¡Pum! ¡Cataplum! ¡Pum! ¡Pum! «¿Qué coño pasa?- dije. -¿Qué demonios son esos tiros?» Me levanté de un salto. Miro por la ventana. Pasan unos individuos dentro de una camioneta. Disparan al tipo del piso de al lado.

El tipo iba a su casa. La puerta de al lado. Es un tipo honrado. ¿Qué coño es todo esto? Y me volví a dormir. En ese momento tenía que haberlo creído a pie juntillas, pero empecé a pensar en ello.

Después, Parsons me pone una cinta. Se oía con gran dificultad. Pero pude oírla. Pude oír a Tony pidiendo la aprobación.

La verdad es que, cuando piden la confirmación, no dicen: «Eh, ¿me cargo a Frank Cullotta esta noche?». Sino que más bien es algo así: «Tengo que ocuparme de la ropa Sucia. El tipo no la ha lavado de la manera correcta, lo cual ocasiona el problema que te he comentado…».

Soy yo. Yo soy el problema porque era el único que podía vincular a Tony con todo. Sal Romano, el puto chivato, no habló nunca con Tony. Sal habló conmigo, y yo hablé con Tony. Así es como lo establecimos desde el principio. Mis chicos nunca hablaban con Tony de ningún tema. Ellos ni siquiera sabían que tuve que dejarle participar en una cuarta parte de los beneficios; lo sospecharon porque operábamos sin interferencias.

Pero tengo que pensar que Tony sabe que me enfrento a un largo período. Está claro que soy un delincuente. Me van a caer treinta años. Tony debe pensar por qué no le delataría yo a cambio de un trato. El tipo no es estúpido. Yo hubiera pensado lo mismo.

Y el colega de Tony con el que habla acerca de la ropa sucia sabe perfectamente de qué habla Tony.

Oigo que el tipo dice: «Muy bien, ocúpate de ello. Lava la ropa. No hay ningún problema».

Pero los chicos con que contaba Tony para el trabajo fallaron. Si me hubiera tenido a mí en el caso, todo hubiera salido bien, pero ¿quién sabe a dónde se dirigió para el trabajo, ahora que toda mi banda está enterrada?

Encargó hacer el trabajo fuera, y mataron al hombre equivocado. Dispararon contra el tipo de la puerta de al lado.

Pensé: «Eh, ese individuo intentaba dispararme en la cabeza». Si ahora voy con el cuento al FBI, lo máximo que podrá hacer es conseguir una sentencia de diez años: cumplir seis y a la calle.

No le hará ningún daño. Es un chaval joven; saldrá. ¿Cómo podría perjudicarle? No le aplicarán los cargos federales de crimen organizado que conllevan largas condenas en la cárcel. Nunca podrían aplicárselos y dejarlo vivo. Tony era demasiado inteligente para eso.

Tres días después, el lunes por la mañana a las ocho y cuarto, el agente del FBI Parsons recibió una llamada telefónica.

– ¿Reconoce mi voz? -preguntó Cullotta.

– Sí -respondió.

Al cabo de veinte minutos, Cullotta se hallaba en una casa segura protegida por media docena de agentes. Empezaron a redactar el informe de la operación y le llevaron a Chicago para que se presentara a una vista.

No sé cómo acabé con aquella inmunidad de negociación, pero así fue. Es la mejor clase de inmunidad que se puede conseguir. En otras palabras, cuando tienes inmunidad de negociación, no se te puede procesar por nada de lo que dices. Independientemente de lo que se trate. Ahora bien, el juez de Chicago me ofreció este tipo de inmunidad y yo ni sabía qué coño estaba haciendo al proporcionármela. ¿Qué sé yo sobre la inmunidad? Salgo de la sala de justicia y el del FBI dice: «Creo que el juez se ha equivocado».

Se escandalizaron.

Después de que obligaran a Rosenthal a dejar el Stardust, podías ajustar el reloj siguiendo su horario. Y, asimismo, una bomba lapa en el coche.

Se levantaba temprano por la mañana para llevar a los niños al colegio. Después pasaba la mayor parte del día en casa trabajando en los pronósticos para el fin de semana y sacando algunas acciones en las que se había interesado. Dos o tres días a la semana iba al Roma's, el restaurante de Tony en East Sahara Avenue, y a las seis de la tarde se encontraba con sus viejos colegas de apuestas Marty Kane, Ruby Goldstein y Stanley Green. Solían quedarse en la barra y tomar un par de copas mientras discutían las opciones deportivas de la semana y, poco después de las ocho, El Zurdo encargaba unas chuletas para llevar. El grupo solía separarse hacia las ocho y media o bien cuando el pedido del Zurdo estaba a punto. Entonces Rosenthal salía del restaurante, se metía en el coche y llegaba a casa antes de que los niños se fueran a la cama.

El 4 de octubre de 1982, El Zurdo siguió su rutina habitual. Pero cuando entró en el coche con la comida, explotó. Recuerda que vio unas llamas diminutas que salían de las rejillas de ventilación del coche, y también recuerda que el interior del coche quedó invadido por las llamas mientras luchaba por abrir la puerta.

Agarró el tirador de la puerta y se arrojó a la acera, rodando por el suelo durante unos momentos porque sus ropas estaban ardiendo. Después se puso de pie y vio que el coche ardía por completo. De pronto, dos hombres se precipitaron hacia él y le obligaron a tirarse al suelo, diciéndole que conservara la calma y se cubriera la cabeza.

En cuanto los tres se tiraron al suelo, las llamas alcanzaron el depósito de gasolina y el Cadillac El dorado de mil ochocientos kilos se elevó a más de un metro del suelo. Una bola de fuego de piezas destrozadas de metal y de plástico salió disparada a unos ciento cincuenta metros de altura, empezó a caer una lluvia de fragmentos ennegrecidos y el concurrido aparcamiento de cientos de metros cuadrados quedó cubierto de hollín. (Los dos hombres que obligaron a El Zurdo a tirarse al suelo resultaron ser dos agentes del servicio secreto que acababan de cenar.)

La explosión fue tan intensa y ruidosa, según Barbara Lawry, que vivía enfrente, que «parecía que un tren hubiera atravesado el tejado». Lori Wardle, la cajera del restaurante Marie Callender, enfrente del Roma's de Tony, dijo: «Corrí afuera y el aparcamiento estaba atestado de coches. El coche de Rosenthal voló por los aires y las llamas llegaron a una altura de dos pisos. Fue una explosión enorme. Se rompieron los cristales de la parte trasera del restaurante».

Un equipo de reporteros de la televisión local estaba tomando café allí cerca cuando se produjo la explosión, y tomaron fotos de Rosenthal, minutos después de ésta, vagando por el aparcamiento con un aire atolondrado y sosteniendo un pañuelo con el que se secaba la sangre de la cabeza. También le sangraban las heridas del brazo y la pierna izquierdos. Observó que Marty Kane y los demás colegas llamaban a su médico, se aseguraban de que los niños supieran que él estaba bien y de que los llevaran al hospital.

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