Nicholas Pileggi - Casino - Amor y honor en Las Vegas

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Casino: Amor y honor en Las Vegas: краткое содержание, описание и аннотация

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Frank Rosenthal, El Zurdo, tuvo algo de simbólica: como la traca final de una era en la historia de la capital mundial del juego, Las Vegas.
Rosenthal, formado en la escuela de las apuestas deportivas ilegales llegó, como otros muchos, a Las Vegas con el propósito de hacer olvidar su pasado y seguir trabajando en lo que siempre había hecho: ser jugador. La pequeña ciudad de Nevada, sumidero de esperanzas bajo una capa febril y brillante, era una verdadera mina de oro, ideal para quienes patrocinaron la mudanza de Rosenthal, como también la de su viejo amigo Tony Spilotro, tan amante del dinero como de la violencia. Ambos fueron símbolos de una etapa frenética, trufada de violencia e ilegalidades, marcada por los intentos de la Mafia de establecer su hegemonía sobre los casinos. Una ciudad sin sitio para el amor, por lo que éste -como el que sentía Rosenthal hacia Geri, su esposa- estaba abocado al fracaso.
Casino, basada en hechos reales es, más allá de una novela de ritmo casi cinematográfico, un fascinante documento sobre el mundo del juego, sus leyes y sus corruptelas. Amor y adulterio, negocio y delito se entremezclan en una obra intensa y original, reveladora y absorbente.

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Sí, estaba fumando. Estaba tramando algo. Tenía alguna idea para desencadenar un disturbio racial. Se le ocurrió utilizar a los negros para arrancar y entonces podemos cargarnos algunos; no se refería a los negros.

Utilizarlos como excusa. Fingir que unos polis asesinaban a unos cuantos negros y empezar el jaleo, porque en esta ciudad los polis se meten realmente con los negros. Los tenían encerrados en unas zonas determinadas y nosotros íbamos a liberarlos del encierro.

Eso es lo que realmente quería hacer Tony, pero no ocurrió nunca. Empezaron a suceder otras muchas cosas. Primero, ellos intentaron acusarnos de pasar en coche por allí y disparar contra la casa de un policía. No lo hicimos. Alguien lo hizo y nos cayó a nosotros.

En ese momento, Tony dijo: «Estos cabronazos tratan de incriminarme por disparar contra la casa de ese soplapollas. Quieren dar la vuelta a la situación». Lo hicieron a propósito para quitarles a la bofia de encima por el asesinato de Bluestein.

Los polis mataron al muchacho. Nunca había visto a Tony tan desquiciado. Daba patadas a las sillas. A las paredes. A todo. Quería mucho a aquel chaval. En el funeral, apareció todo el mundo. Tony ordenó que se mostrara respeto por el chico. Incluso El Zurdo fue al velatorio, pero no se situó cerca de Tony.

Los interrogantes surgidos del asesinato intensificaron la tensión en la relación de Spilotro con la policía local. La policía haría cualquier cosa para coger a Tony, y él haría cualquier cosa para dificultarles la acción. En noviembre, cuando un guardián de seguridad del casino Sahara sopló al departamento de inteligencia que Spilotro estaba almorzando en la cafetería con Oscar Goodman, Kent Clifford, el jefe del departamento en cuestión, tuvo una gran satisfacción. El agente Rich Murray, que estaba patrullando por la zona, se dirigió rápidamente al lugar. Spilotro estaba en la lista negra estatal y tenía prohibido oficialmente entrar en todos los casinos de Nevada. La infracción supondría que al él le detendrían y al casino se le impondría una multa de 100.000 dólares.

Los guardias de seguridad del Sahara habían vigilado la mesa de Spilotro, puesto que habían recibido la información de Mark Kaspar, un agente especial del FBL. Antes de llamar a la policía, los de seguridad incluso habían llamado al FBI para asegurarse de que existía el agente Kaspar.

Cuando el agente Rich Murray entró en la cafetería, los de seguridad lo saludaron y le señalaron la mesa de Spilotro. Dijeron que el abogado de Spilotro, Oscar Goodman, se acababa de levantar para ir al servicio.

Murray se acercó a Spilotro y le pidió la documentación; Spilotro dijo que no la llevaba. Cuando Murray dijo que sospechaba que era Anthony Spilotro, el tipo negó que fuera Anthony Spilotro. En el momento en que Murray estaba a punto de detener a Spilotro y llevárselo para ficharlo, volvió Oscar Goodman e insistió en que ese hombre no era Tony Spilotro. Murray lo detuvo de todos modos.

Diez minutos después, mientras Murray estaba rellenando la ficha de Spilotro, llegó el detective Gene Smith y vio que Murray había detenido al hermano dentista de Tony, Pasquale Spilotro. Evidentemente, soltaron a Pasquale Spilotro enseguida, si bien antes comunicaron el fracaso a la prensa.

El jefe del departamento de inteligencia, Kent Clifford, siempre creyó que habían elegido como objetivo el departamento. Por una razón: Mark Kaspar negó, en una declaración jurada, haber realizado una llamada al Sahara por el tema Spilotro. Y, por otra parte, parece ser que Goodman no le había dicho a Murray que el hombre en cuestión era el hermano de Spilotro.

La ira entre Clifford y los agentes locales y Spilotro y su banda iba en aumento, y llegaron al punto de acusarse mutuamente de disparar contra sus casas y coches. Empeoró de tal forma que un día, cuando se informó a Clifford de que dos de sus agentes estaban en la lista de acciones, se ciñó el arma, cogió a un colega armado, y se fueron los dos a Chicago.

Se dirigió directamente a los domicilios de Joe Aiuppa y Joey Lombardo -los dos jefes inmediatos de Spilotro- con el objetivo de hacerles un careo. Pero cuando Clifford y su colega llegaron a casa de Aiuppa, la única persona que había era la esposa del jefe, que tenía setenta y dos años. Después fueron a casa de Joey Lombardo, pero, igualmente, su esposa era la única que estaba en casa.

En su posterior relato del viaje a Chicago en Los Angeles Times, Clifford comentó que después «localizó» al abogado de Lombardo y fue a visitarlo, advirtiéndole: «Si alguno de mis hombres sale herido, volveré a las casas que acabo de visitar y dispararé contra todo lo que se mueva, camine o se arrastre».

Clifford explicó que entonces fue a un hotel y esperó hasta las dos y media de la madrugada, momento en que recibió una llamada que le deseaba un «viaje seguro». Eso, dijo, era la contraseña preestablecida con el abogado de Lombardo de que se había anulado la supuesta acción contra los dos agentes. Clifford, que ahora trabaja como agente inmobiliario en Nevada, se negó repetidas veces a conceder entrevistas.

Según Cullotta:

Las cosas se iban poniendo peor. Teníamos al chalado de Kent Clifford llamando a la puerta de Lomby y Aiuppa. No quiero imaginarme lo que le dijo la mujer a Aiuppa cuando llegó a casa esa noche. Unos cuantos polis locales se armaron una noche, dispararon unos tiros contra la casa de John Spilotro y por poco le dan a su chaval. A buen seguro asesinaron a Frankie Blue y todo el mundo lo sabía, independientemente de lo que ellos dijeran. Y encima, Tony estaba sometido a fuertes presiones por el tema del dinero y nos presionaba a nosotros para conseguirlo.

Acababan de acusar a Joey Lombardo junto con Allen Dorfman y Roy Williams de intento de soborno al senador de Nevada en relación con el tema de los fondos del Sindicato de Camioneros, y Lomby necesitaba efectivo. Tony me tenía volviendo locos a los chicos. Cada dos semanas desvalijábamos joyerías. Se nos acababan los sitios en Las Vegas. Volamos a San Jose, San Francisco, Los Ángeles y Phoenix. Normalmente, yo le llevaba todo el botín a su hermano Michael, a Chicago, pero incluso a Michael le habían caído dieciocho meses por un caso de apuestas, de modo que liquidábamos el material como podíamos.

Primero me enteré de que había más de un millón en efectivo y joyas de Joey DiFranzo en la cámara acorazada de la joyería Berma de la West Sahara Avenue, desde hacía más o menos un año. Sabíamos que se trataba de un negocio familiar y que había una caja fuerte con al menos quinientos mil dólares en efectivo. Cada día se podían ver las joyas con sólo mirar los escaparates.

El local estaba totalmente equipado con alarmas, pero entré fingiendo que deseaba comprar algo para reconocer el terreno. Mientras hablaba con la mujer que me atendía, la manipulé de forma que pude ver el interior de la cámara acorazada. Observé que allí dentro no había alarma.

Le comenté a Tony el golpe y me dijo que «metiera» a Joe Blasko. Blasko había sido poli, pero le echaron cuando descubrieron que trabajaba más para Tony que para el sheriff, así que Tony siempre se aseguraba de que ganara.

Tony dijo que tal vez Blasko pudiera conseguir rápidamente cincuenta mil dólares del golpe en Bertha, de modo que pudiera sacarse de encima al tipo por el momento.

Por desgracia, uno de los tipos que estaba en el asunto trabajaba para el FBI. Era el gilipollas de Sal Romano. En ese momento no lo sabíamos, pero los federales lo habían pillado en un caso de drogas e intentaba esquivarlos entregando a Tony y a nosotros.

Siempre supe que no era trigo limpio, pero todos consideraban que era un buen tipo y Ernie Davino dijo que dominaba la ganzúa y que era un experto en cerraduras.

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