El agente encargado de las licencias de venta de alcohol y tabaco John Rice, que investigaba el caso junto con la policía local, dijo que El Zurdo había tenido «mucha suerte» de haber sobrevivido a la explosión. Según él mismo:
Tenía un noventa y nueve por ciento de probabilidades de morir con una bomba como ésa. Ahora bien, el Cadillac modelo Eldorado lleva instalado de fábrica una plancha de acero en el suelo, delante del asiento del conductor para proporcionar una mayor estabilidad. Lo que salvó la vida de El Zurdo fue esa plancha de acero.
La plancha de acero desvió la bomba arriba y hacia la parte trasera del coche en vez de hacia arriba y adelante. Debería haberse cambiado el apodo de El Zurdo por el del Afortunado.
La prensa y la policía llegaron a la sala de urgencias mientras a El Zurdo le curaban las heridas y las quemaduras. Cuando tuvo la cabeza despejada, miró hacia arriba desde aquella cama de hospital y vio un grupo de rostros con aire preocupado mirando hacia abajo. Tal como comentó Rosenthal:
Todos eran los número uno del FBI y la poli local. Y no estaban allí por amistad.
Todavía me realizaban curas cuando entraron los dos primeros del FBI. Eran atentos. Dijeron: «Dios mío, lo sentimos mucho. ¿Podemos ayudar en algo?».
Yo les dije: «No. ¿Harían el favor de dejarme solo?». Y ellos siguieron: «¿Está seguro?». Yo respondí que sí. Se fueron.
Después vinieron los de la policía local. En esa época, John McCarthy era el sheriff. De todos modos, entraron. Me dijeron: «¿Está listo para hablar ahora?». Yo les respondí: «Lárguense de una puta vez». Son palabras textuales. «Lárguense de una puta vez.»
Tras el tratamiento en el hospital, le dije a mi médico que necesitaba algo más de ayuda. Necesitaba más analgésicos. Realmente sufría unos terribles dolores. De modo que me administró una segunda dosis, y después me ayudó a salir por una puerta trasera que él conocía para poder esquivar a los de la prensa que se agolpaban en el vestíbulo y la entrada del edificio. Al llegar a casa, el ama de llaves estaba allí y me alegré de que los niños ya estuvieran durmiendo.
Al cabo de una media hora de estar en casa, sonó el teléfono. Era Joey Cusumano.
– ¿Te encuentras bien? -pregunta él.
– Sí, ¿y tú? -respondo enseguida.
– Gracias a Dios. Gracias a Dios -dice-. ¿Necesitas algo, Frank?
– No, nada, Joe -digo-, pero si necesito algo serás el primero en saberlo.
Yo le sigo la corriente, porque sé que Tony Spilotro está allí con él. Cusumano está al aparato, pero es Tony quien formula las preguntas. Pero en aquellos momentos, me encontraba calmado. Trataba de repasar las cosas. Entonces, el dolor ya no era tan fuerte. La morfina seguía actuando. Intentaba reconstruir lo que había sucedido y trataba de descubrir quién lo había hecho.
La explosión fue una importante noticia. Los periódicos y los noticiarios de la televisión tuvieron pasto durante días. Surgió de inmediato la especulación sobre si Spilotro tenía algo que ver con la bomba y sobre si el odio entre los dos viejos amigos a raíz de la historia de Spilotro con la mujer de la que se había separado El Zurdo podía haber constituido el detonante de la bomba.
El agente del FBI Charlie Parsons comentó a la prensa que Spilotro y la mafia de Chicago probablemente estaban detrás del intento de asesinato. Apuntó que la persistente amargura y el resentimiento entre Spilotro y Rosenthal a causa de Geri fueran probablemente la causa.
Parsons dijo que incluso le había hecho a Rosenthal la oferta de ser testigo del gobierno: «Zurdo, la mafia no se arriesga a que tú no hables. Tienen que matarte. ¿Vas a arriesgarte tú por lo que ellos no van a hacer? Ven con nosotros. Te ofrecemos protección para ti y tus hijos».
Joseph Yablonsky, el jefe del FBI de Las Vegas, dijo que Rosenthal se libró por «milagro» y que «el asesino seguramente no era de la ciudad; si bien en Las Vegas hay personas capaces de fabricar un artefacto de esas características».
Al día siguiente de la explosión, El Zurdo recuerda que los polis locales y los agentes federales seguían llamando a su puerta con preguntas. El Zurdo estaba preocupado por qué iba a hacer la policía para protegerlo a él y a su familia, pero los polis sólo querían saber cuál era su relación con Spilotro y si los dos tipos tenían alguna pelea entre manos. El Zurdo comentó que Parsons hasta le había ofrecido carta blanca en el programa federal de testigos.
«Después de la típica acción mafiosa que han intentado contra ti -insistió Parsons-, no les debes ningún tipo de lealtad.»
El jefe del servicio de inteligencia Kent Clifford lo planteó sin ningún tipo de rodeos: «Zurdo, eres un muerto andante y no recibirás protección policial a menos que nos proporciones información».
Rosenthal respondió a Clifford con una llamada al sheriff y a los periódicos para quejarse del trato de Clifford, indicando que, como contribuyentes sin ninguna acusación, él y su familia tenían derecho a protección policial independientemente de lo que el jefe del servicio de inteligencia pensara de él a título personal.
Al día siguiente, en los editoriales de Las Vegas se criticó el trato de Clifford hacia El Zurdo, y el sheriff John McCarthy se disculpó públicamente por las observaciones de Clifford. Dijo que Rosenthal tenía derecho a protección policial sin tener en cuenta su personalidad o su falta de cooperación a la hora de ayudar a los agentes de la ley. Los editoriales, tanto en los diarios como en la televisión, se aliaron en la batalla de El Zurdo, señalando que sus hijos pequeños y el ama de llaves podían haber estado perfectamente en el coche en ese momento y que todos los ciudadanos tienen derecho a protección según la ley.
Kent Clifford llevó a cabo una proeza que Rosenthal, El Zurdo, fue incapaz de conseguir en años: lograr que la prensa le fuera favorable.
La atención de los medios de comunicación y de la policía fue tan intensa que El Zurdo decidió realizar una rueda de prensa en su propia casa y dejar así a un lado algunas de las insinuaciones e historias más provocadoras y peligrosas que estaban apareciendo en los periódicos. Recibió a una media docena de periodistas en pijama de seda. Todavía se le veían algunas vendas en la frente y el brazo izquierdo.
Durante los cuarenta y cinco minutos que duró la sesión de entrevista, El Zurdo dijo que los federales y los polis locales habían «sugerido insistentemente» que Spilotro había ideado la bomba lapa del coche. Si bien sabía que la bomba «no procedía de los Boy Scouts de América», El Zurdo se negó a acusar a algún conocido de tal acción.
Dijo que se sentiría «muy desgraciado y se indignaría muchísimo» si resultara que su viejo amigo Tony Spilotro fuera el responsable. El Zurdo comentó que no lo creía posible y que «se trataría de una situación muy perjudicial para todos nosotros». No quiero ni siquiera considerar esa idea. Tal como continuó El Zurdo:
En realidad, ya no lo considero amigo mío, pero tampoco estoy preparado en este momento para creer que Spilotro fue el responsable. No estoy dispuesto a creer que él podría haber hecho algo así. No tenía ningún motivo para pensar que yo o cualquier miembro de mi familia nos hallábamos en peligro, y llevaba una vida como todo el mundo. Obviamente, estaba equivocado. No voy a ponerme en contra de Spilotro. No tengo ninguna necesidad. No es mi estilo de hacer las cosas.
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