Dos segundos después de que el pibe de Policiales entra en un bar tres cuadras más allá del Colegio San Jerónimo Mártir, Jaime Brena llega al diario. Es más temprano que de costumbre, su horario habitual empieza en una hora, pero durmió poco, se desveló de madrugada y no supo qué hacer, solo, en ese departamento que, a pesar de que ya pasó tiempo suficiente desde que dejó de vivir en el que compartía con Irina, aún no termina de sentir su casa. Así que decidió vestirse y empezar el día. Volvió a pensar en la alternativa de un perro. Ahora, sobre su escritorio, lo espera un cable con la posible nota del día: el estudio de un instituto de salud sexual francés que asegura, después de haber analizado doscientos cincuenta casos, que las mujeres multi-orgásmicas suelen tener más vello púbico que las que no lo son. Jaime Brena lo lee y se ríe a carcajadas. Lo lee una y otra vez, y no puede parar de reírse. Le caen lágrimas de tanto hacerlo. Luego, cuando logra calmar su risa, se imagina a cientos de mujeres francesas cojiendo detrás del vidrio de una cámara Gesell mientras los científicos observan y cuentan cada orgasmo que ellas tienen. O fingen. Y luego, revisándolas una a una y contando, pendejo a pendejo, cuánto vello púbico hay en el sexo de cada mujer. Tabla de doble entrada, en las equis orgasmos, en las yes cantidad de pendejos, se dice a sí mismo. Se ríen de nosotros, piensa. Y si es así, yo también me voy a reír de ellos. Tipea la información básica del cable y luego remata: “El Tribuno, por su parte, quiso confrontar las conclusiones de la prueba con testimonios locales pero todas las mujeres consultadas aseguraron tener mucho vello púbico, así que no pudo constatarse qué sucede en el caso contrario”. Por un momento pensó titular: “El elogio de la concha peluda”, pero le pareció demasiado. Y remata: La gran inmigración italiana y española en el país determinó que en la Argentina las mujeres sean sexualmente activas y púbicamente velludas. Está seguro de que, antes de publicarse, alguien bochará su texto. O lo cortará. O lo editará. Si es que alguien lo lee. En los apuros de la redacción, a veces las notas de los periodistas con mucha experiencia -y él lo es- se suben y a otra cosa, siempre que calcen justo en el espacio de caracteres previstos. Él se va a ocupar de que ésta tenga los caracteres justos. Tipea el título que sabe que la nota tampoco va a tener: El elogio del vello púbico, y la manda al mail de Karina Vives para que cuando llegue la lea y le dé su opinión. Mira el reloj, casi no empezó su horario de trabajo y ya terminó la tarea del día. Se pregunta si Nurit o el pibe de Policiales tendrán novedades de algún tipo, mira en la bandeja de mails, pero ninguno de los dos le escribió. Llama al comisario Venturini. No puede evitar el: ¿Cómo vas, querido? Bien pero pobre, mi comisario. En cuanto termina la ceremonia del saludo, va directo al grano: ¿Se supo algo más de la muerte de Collazo? Suicidio, Brena, no hay mucho más que saber, le contesta. Pero hay algunos indicios… Esta vez haceme caso: no te metas, dejala correr. No entiendo, dice él. No entiendas, dice Venturini, solamente dejala correr. Cortala, querido. No gastes tu energía en esto, yo te aseguro que no vale la pena.Te hablo más tarde que estoy con mucho trabajo, dice y se despide. Jaime Brena se queda mirando el teléfono, nunca antes el comisario Venturini fue tan poco explícito, tan poco amable, con él. Quizá también Venturini se tendría que acoger al retiro voluntario, se dice y sale a la calle a fumar su primer cigarrillo. Mejor dicho, su primer cigarrillo dentro de la jornada laboral; ya fumó en su casa y de camino al diario. Se pregunta otra vez en qué andarán Nurit Iscar y el pibe de Policiales. Él no lo sabe, pero cuando termine de fumar y vuelva a sentarse en su escritorio tendrá en la bandeja de entrada de su correo un mensaje del pibe donde le pasa el nombre que estaban buscando: Emilio Casabets, y el nuevo informe de Nurit Iscar con el expreso pedido de que se lo revise y le dé su opinión.
¿Existe el sino trágico? Esa fuerza inmodificable a la que según los griegos se le oponía en vano la hybris, algo así como la soberbia o el orgullo insolente. En vano, porque el camino hacia lo fatal es tan incomprensible como ineludible.
¿Pero de qué está hablando esta mujer?, se preguntarán ustedes, los lectores de este diario.
Hablo del crimen de Chazarreta, sí. Y tal vez del de Gloria Echagüe. Pero sin duda hablo de las muertes de cuatro amigos de Chazarreta que sucedieron en los meses anteriores y posteriores a su muerte en accidentes de distinto tipo. O que al menos eso parecen: accidentes.
Las muertes sucesivas en grupos de personas relacionadas entre sí, y estas personas lo estaban, si no son evidentemente planeadas por uno o varios asesinos, suelen aceptarse como muertes de sino trágico. Pero que en sus vidas haya hechos trágicos no impide que detrás de esos sucesos se esconda el crimen, como una tragedia más.
Los Kennedy, por ejemplo. Una familia cuyos miembros ejercieron poder económico, político y gubernamental, nada menos que en un país como los Estados Unidos. Joseph Kennedy y Rose Fitzgerald tuvieron nueve hijos. Su hijo Joseph (Jr) murió a los 29 años piloteando un avión en la Segunda Guerra Mundial. John Fitzgerald murió asesinado a los 46 años siendo presidente de los Estados Unidos. Kathleen Agnes murió a los 28 años cuando el avión en el que viajaba se estrelló contra los Alpes franceses. Robert murió asesinado en el Hotel Ambassador de Los Ángeles a los 42 años, minutos después de ganar las elecciones primarias. También falleció trágicamente uno de los nietos del clan, el hijo de John F., John-John, al estrellarse el avión en el que viajaba cuando tenía 38 años.
Tres de los hermanos varones del clan, una de las mujeres y un nieto murieron asesinados o estrellados en aviones. ¿Se puede leer esto como una casualidad?, ¿como destino?, ¿como sino trágico? Tratamos de encontrarle explicación a la muerte y no siempre es posible. A veces no nos queda más que quedarnos en la incomodidad que provoca no entender por qué una vida llega a su fin. Hoy no sabemos aún quién mató a Gloria Echagüe. Sé que muchos de quienes lean estas líneas están convencidos de que sí lo saben, de que el asesino fue Pedro Chazarreta. Los envidio, esa seguridad los corre de la incomodidad que yo siento. Pero aunque no estemos de acuerdo en ese punto, sé que ustedes sí compartirán conmigo la ansiedad por la espera de alguna explicación que dé sentido a la muerte del mismo Chazarreta. Y yo, que tuve en mis manos una foto de sus amigos, de los cuales sólo queda uno vivo, estoy más incómoda todavía. Intento responderme también si las muertes de Luis Collazo, José Miguel Bengoechea, Arturo Gandolfini y Marcos Miranda son producto del destino, del sino trágico al que los condujo la propia hybris, o si hay detrás de esas muertes otra explicación, una explicación más humana, más terrenal, relacionada con algo tan propio del ser humano y no de los dioses, como es el crimen. Una explicación que me aterrorizaría pero que, a su vez, me sacaría de la incomodidad de que estas muertes no tengan sentido.
Jaime Brena termina de leer y piensa: Esta mina es buena. Muy buena. ¿Eso solo piensa? Y luego escribe la respuesta a su mail: Adelante, Betibú, está muy bien. Un día de éstos te voy a invitar a comer a mi casa. Un beso. Jaime Brena.
A las tres de la tarde, ya en la redacción del diario y después de haber desechado la poca información irrelevante que encontró en Google, el pibe de Policiales llama al Colegio San Jerónimo Mártir y pide por el secretario. Hay pocos datos, lo último que aparece es que Casabets administra desde hace unos años un establecimiento rural en Capilla del Señor, donde también vive. ¿Dirección, teléfono, algo?, pregunta el pibe. El establecimiento se llama “La Colmena”, es lo único concreto que aparece, pero si lo googleás seguro… Sí, sí, interrumpe el pibe, gracias.
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