Claudia Piñeiro - Betibú

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Cuando parece que la tranquilidad ha vuelto a reinar en el country La Maravillosa, Pedro Chazarreta aparece degollado, sentado en su sillón favorito, con una botella de whisky vacía a un costado y un cuchillo ensangrentado en la mano. Todo hace suponer que se trata de un suicidio. Pero pronto aparecen las dudas. ¿Acaso algún justiciero habrá querido vengar la muerte de la mujer del empresario, asesinada tres años antes en esa misma casa? ¿Será ésta la última muerte?
El Tribuno, uno de los diarios más importantes del país, deja de lado por unos días su enfrentamiento con el gobierno para cubrir a fondo la noticia. Al escenario del crimen, envía a Nurit Iscar, una escritora retirada, y a un periodista joven e inexperto. Y aunque el antiguo jefe de la sección Policiales, Jaime Brena, ha sido desplazado por sacar los pies del plato, decide involucrarse en el caso y ayudar a su reemplazante y a Nurit, a quien admira en secreto.

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En el momento en que Paula Sibona le entrega a Karina Vives el vaso con agua, el pibe de Policiales descubre que Vicente Gardeu fue el fundador de la orden que trajo el Colegio San Jerónimo Mártir a la Argentina, y que si ese hombre estuviera vivo en este momento tendría 109 años. ¿Alguien con su mismo nombre? Insiste en su búsqueda, pero todas las entradas remiten al mismo Vicente Gardeu. Varias de ellas hablan de causas en su contra por denuncias de pedofilia y abusos. Entra en una de ellas: más de quince seminaristas que pasaron por su orden dicen haber sido víctimas de abusos de parte de Gardeu. Otros lo defienden. Hay declaraciones de padres que llevan a sus hijos a colegios que pertenecen a la congregación y que sostienen que a ellos no los afecta lo que haya sucedido en el pasado, porque “los logros de la fundación exceden a la vida personal del fundador”. Definitivamente, Jaime Brena tiene que haber entendido mal, Vicente Gardeu no es el sexto amigo. No puede serlo. El pibe de Policiales vuelve a las noticias acerca del tiroteo en New Jersey. Ahora sí, en todos los sitios aparece más o menos la misma información en inglés que él traduce mentalmente mientras lee: Hoy, apenas unos minutos pasadas las tres de la tarde, un francotirador no identificado disparó desde un edificio vecino al estacionamiento del supermercado Walmart de New Jersey, dejando un saldo de un hombre muerto y tres heridos leves. La policía está tratando de determinar desde dónde fueron efectuados los disparos. La víctima se trataría de un gerente de una importante compañía, un argentino de sesenta años, establecido en Estados Unidos desde hace varias décadas. El pibe de Policiales imprime tres páginas de distintos diarios on line con la noticia porque sabe que Jaime Brena, cuando pueda, querrá leerla impresa en papel. Intenta que una de las tres opciones, al menos, sea en castellano, y siente que de a poco va a conociendo a Jaime Brena.

Cuando de la impresora sale la tercera página con el tiroteo de New Jersey, Nurit Iscar y Jaime Brena llegan al frente de la casa de Luis Collazo. Saben que no van a poder avanzar mucho más, que no los van a dejar acercarse al cuerpo que entre sombras cuelga lánguido de un roble. Un patrullero de la Policía Bonaerense y la camioneta del jefe de seguridad de La Maravillosa tapan cada una de las dos entradas a la casa, y personal de seguridad del barrio impide que nadie se acerque desde algunos metros antes. Una mujer llora abrazada a un hombre joven, de poco menos de treinta años. Jaime Brena se dirige a uno de los guardias y, señalándolos, le pregunta: ¿Quiénes son? La mujer de Collazo y el hijo, le responde. ¿Están mal, no?, dice Brena. ¿Y usted cómo estaría si su marido o su padre se matara colgándose de un árbol?, contesta el guardia de mal modo y se adelanta a hablar con su jefe, sin importarle dejar ahí a Jaime Brena, con una posible respuesta en la boca. Pero a Brena no le preocupa el desplante, sabe que su pregunta fue tonta, pero también fue adrede, él ya obtuvo la información que quería: La policía no duda de que la muerte de Collazo fue un suicidio, que él mismo se colgó en ese árbol. Se lo cuenta a Nurit, que tiembla no por el frío sino por la impresión que le produce el asunto en el que están metidos. Y él, Jaime Brena, aunque sabe que el temblor no se debe a la temperatura, se saca su suéter y se lo pone a ella, a Nurit Iscar, en los hombros. Tomá, Betibú. Gracias, dice Nurit e intenta una sonrisa que apenas aparece. El guardia que unos minutos antes les dio la noticia de la muerte de Collazo acaba de llegar en su carro. Saluda a Nurit desde lejos, apenas, moviendo la cabeza casi imperceptiblemente, como si no quisiera que nadie se dé cuenta de que la saluda. Ella le devuelve el saludo del mismo modo. Jaime Brena observa la situación, se acaricia el mentón, casi que lo aprieta. Necesitamos ver el cadáver de cerca, dice por fin. No nos van a dejar acercarnos, responde Nurit. A nosotros, no, dice Jaime Brena, pero a él sí, y señala al guardia. ¿Te animás a pedirle que saque una foto con tu celular?, se va a sentir más obligado a decirte que sí a vos que a mí. No creo que con tan poca luz una foto de celular nos muestre demasiado. Sí, tal vez no se va a ver lo que quiero, tenés razón, mejor decile que se fije él mismo en dos cosas: dónde está el nudo de la soga con la que supuestamente se ahorcó Collazo y el color de su cara. Para ser más preciso, necesitamos saber en qué lugar del cuello está el nudo, si adelante, en la nuca o a un costado, y si la cara de Collazo está blanca o azul. Okey, yo lo transmito tal como me decís y después vos me explicás por qué estoy pidiendo lo que le pido; ahora no podría soportar un relato acerca de las marcas en el cuello de un ahorcado. Por supuesto, yo después te explico. Nurit Iscar va hacia el hombre con algún reparo, recién cuando él la ve y le hace un gesto de que está todo bien ella se termina de acercar. Lo saluda y le transmite las indicaciones de Jaime Brena. El guardia acepta y camina hacia el roble. Nurit Iscar vuelve junto a Brena. Por segunda vez desde que se conocen él la ve hacer el gesto de frotarse los brazos como si tuviera frío. Si querés, podés ponerte el suéter. No, está bien, en los hombros está bien. Nunca creí que estos asesinatos estarían tan cerca de nosotros, dice Brena; en periodismo policial siempre se llega después, más tarde, le pisamos los talones a la muerte. Y al asesino. Esta vez es distinto. Sí, esta vez es distinto, coincide Nurit, necesitamos encontrar al único sobreviviente aunque sea para sentir que algo pudimos modificar. ¿Llegaremos a tiempo esta última vez? Cuando volvamos a tu casa voy a llamar al comisario Venturini, anuncia Brena, no podemos cargar sobre las espaldas con un muerto más. Ojalá Collazo se haya suicidado y estemos equivocados, pide ella. Ojalá, pero lo dudo mucho, dice él. El guardia que fue a ver cómo cuelga del roble el cuerpo de Collazo regresa y va a donde ellos lo están esperando. El nudo está a un costado, debajo de la oreja izquierda, dice, y la cara blanca como un papel. Más blanca que un papel. Gracias, responde Brena, y no hace ninguna pregunta más, no necesita hacerla. Cuando el guardia se va, Jaime Brena le indica a Nurit: Vamos, volvamos a tu casa, no tenemos mucho más que hacer acá, lo mataron. ¿Por qué estás tan seguro? ¿Ahora sí estás preparada para escuchar el efecto de los ahorcamientos? No, preparada no, pero me muero de curiosidad y eso es más fuerte. Brena entonces explica: Hay ahorcados blancos y ahorcados azules, los blancos son los que tienen ahorcadura simétrica, es decir que tanto ambas arterias carótidas como ambas venas yugulares son comprimidas simultáneamente, dice y mientras lo hace va señalando sobre su cuello. El paso de sangre se detiene y se produce anemia cerebral y palidez en la cara. Para que se dé esa simetría en la compresión de venas y arterias, el nudo tiene que estar debajo de la nuca o del mentón. Nurit tiene un mareo, Jaime Brena, entusiasmado con su explicación, no lo nota. Si el nudo está debajo del ángulo del maxilar o por debajo de la oreja, la compresión es asimétrica, sigue describiendo, la circulación se interrumpe en ambas yugulares pero sólo en la arteria carótida donde está el asa de la soga, no donde está el nudo. ¿Vamos yendo?, sugiere Nurit y lo toma del brazo. Vamos, dice él, y empiezan a alejarse juntos. Pero Brena no detiene la charla: Donde está el nudo hay menor compresión por lo que la sangre pasa a la cabeza pero no puede retornar al corazón, se produce lo que se llama cianosis, y la cara se pone azul. Jaime Brena y Nurit Iscar caminan despacio, dándole la espalda al cuerpo muerto que aún cuelga del árbol. Si Collazo estuviera azul, podríamos dudar. Pero Collazo es un ahorcado blanco con nudo debajo de la oreja, algo imposible. Nurit se estremece una vez más. Jaime Brena ahora lo nota. La mira; sí, Nurit Iscar tiembla. Entonces él le pasa una mano por detrás de la espalda, la toma del hombro y la acerca a él. Así, con esas palabras prefiere pensarlo ella, que le pasa una mano por detrás de la espalda, la toma del hombro y la acerca a él. Así lo escribiría si estuviera trabajando en su propia novela. Porque si escribiera “Jaime Brena me abraza” o “Jaime Brena la abraza”, el personaje abrazado, o sea Betibú, ella, se estremecería aún más. Y mucho menos escribiría: “Por fin un hombre la abraza después de tres años”.

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