Cormac Mcarthy - Meridiano de sangre

Здесь есть возможность читать онлайн «Cormac Mcarthy - Meridiano de sangre» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Meridiano de sangre: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Meridiano de sangre»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Estamos en los territorios de la frontera entre México y Estados Unidos a mitad del siglo XIX. Las autoridades mexicanas y del estado de Texas organizan una expedición paramilitar para acabar con el mayor número posible de indios. Es el llamado Grupo Glanton, que tiene como lider espiritual al llamado juez Holden, un ser violento y cruel, un hombre calvo, albino, sin pestañas ni cejas. Nunca duerme, le gusta tocar el violín y bailar. Viola y asesina niños de ambos sexos y afirma que nunca morirá. Todo cambia cuando los carniceros de Glanton pasan de asesinar indios y arrancarles la cabellera a exterminar a los mexicanos que les pagan. Se instaura así la ley de la selva, el terreno moral donde la figura del juez se convierte en una especie de dios arbitrario.

Meridiano de sangre — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Meridiano de sangre», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El negro estaba sudando. En su sien palpitaba la mecha de una vena oscura. La compañía había escuchado al juez en silencio. Algunos hombres sonrieron. Un asesino de Misuri deficiente mental se reía como un asmático. El juez miró al sargento y se pusieron a hablar y fueron los dos juntos hasta donde estaba la caja y el juez le mostró uno de los revólveres y le explicó su funcionamiento con mucha paciencia. Los hombres del sargento se habían incorporado y estaban a la espera. Una vez en la puerta el juez deslizó unas monedas en la mano del sargento y pasó a estrechar la mano de cada uno de sus zarrapastrosos soldados y los elogió por su porte marcial y los mexicanos se marcharon.

Los partisanos salieron al mediodía armados todos y cada uno de ellos con un par de pistolas y como se ha dicho tomaron el camino hacia el interior.

Los batidores regresaron avanzada la tarde y los hombres desmontaron por primera vez en ese día y refrescaron sus caballos en la vaguada mientras Glanton conferenciaba con los exploradores. Luego siguieron adelante hasta que se hizo de noche y acamparon. Toadvine, el veterano y el chaval se situaron un poco apartados del fuego. Ignoraban que estaban cubriendo la vacante de tres hombres de la compañía asesinados en el desierto. Observaron a los delaware, había un buen número de ellos en el grupo, y también estaban algo apartados, en cuclillas, uno de ellos machacando habas de café en una piel de ante con una piedra mientras los demás tenían fijos en la lumbre sus ojos negros como ánimas de cañón. Aquella misma noche el chaval vería a uno de los delaware hurgar con la mano entre las puras brasas buscando un pedazo de carbón adecuado para encender su pipa.

Estuvieron de pie antes de que despuntara el día y recogieron y ensillaron sus caballos tan pronto hubo claridad suficiente. Las montañas eran de un azul puro en el amanecer y por todas partes gorjeaban pájaros y el sol cuando salió por fin iluminó la luna allá en el oeste y quedaron así enfrentados a una punta y otra de la tierra, el sol incandescente y la luna su réplica pálida, como si hubieran sido los extremos de un tubo común más allá de los cuales ardían mundos más allá de toda comprensión. A medida que los jinetes subían en fila india por entre mezquites y piracantas en medio de un suave tintineo de armas y de bocados el sol ascendió y la luna se fue poniendo y los caballos y las mulas empapadas de rocío empezaron a humear en carne como en sombra.

Toadvine había hecho amistad con un tal Bathcat, fugitivo de Tasmania que había llegado al oeste estando en libertad bajo fianza. Era galés de nacimiento, tenía solo tres dedos en la mano derecha y le faltaban muchos dientes. Quizá vio en Toadvine un colega de fuga -un criminal desorejado y marcado a hierro que había escogido vivir al estilo de él- y le propuso una apuesta sobre cuál de los dos Jackson mataría al otro.

No conozco a esos tipos, dijo Toadvine.

Pero tú qué crees, ¿eh?

Toadvine escupió hacia un lado y miró al tasmanio. Prefiero no apostar, dijo.

¿No te gusta jugar?

Eso depende del juego.

El negrito acabará con el otro. ¿Qué apuestas?

Toadvine le miró. El collar de orejas humanas que llevaba parecía una ristra de higos secos negros. Era robusto y de aspecto rudo y uno de sus párpados estaba a media asta por una cuchillada que le había cercenado el músculo e iba equipado con toda suerte de cosas, de lo mejor a lo más vulgar. Calzaba unas buenas botas y poseía un bonito rifle ribeteado de plata alemana pero el rifle iba metido en una pernera de pantalón cortada, su camisa estaba hecha jirones y su sombrero era añejo.

Nunca has ido a cazar aborígenes, ¿verdad?, dijo Bathcat.

¿Quién lo ha dicho?

Lo sé yo.

Toadvine no respondió.

Lo encontrarás bastante divertido.

Eso he oído decir.

El tasmanio sonrió. Las cosas han cambiado, dijo. Cuando pisé por primera vez este país había salvajes allá en el San Saba que apenas habían visto hombres blancos. Vinieron a nuestro campamento y compartimos la comida con ellos y los tipos no les quitaban ojo a nuestros cuchillos. Al día siguiente trajeron reatas enteras de caballos al campamento para hacer trueque. Nosotros no sabíamos lo que querían. Ellos también tenían cuchillos, o lo que fueran. Lo que pasa es que nunca habían visto huesos cortados en un puchero.

Toadvine quiso mirarle la frente pero el hombre tenía el sombrero calado hasta los ojos. El tasmanio sonrió y se lo echó un poco hacia atrás con el pulgar. La huella de la cinta interior parecía una cicatriz en la frente pero aparte de ésa no tenía otras marcas. Pero en la cara interna del brazo llevaba tatuado un número que Toadvine vería primero en una casa de baños de Chihuahua y después cuando rajaría el torso del hombre colgado de una rama espetado por los talones en los páramos de Pimeria Alta el otoño de aquel mismo año.

Subieron entre chollas y nopales, un bosque enano de cosas espinosas, cruzaron un desfiladero abierto en la roca y luego bajaron entre artemisas y aloes floridos. Pasaron por una amplia llanura de hierba del desierto salpicada de palmillos. En las faldas se erguían muros de piedra gris que costeaban las cumbres de las montañas hasta donde se escoraban y se abatían sobre la llanura. No pararon a almorzar ni a hacer la siesta y el ojo algodonoso de la luna descansaba a plena luz del día en el cuello de la montañas de más al este y cabalgaban todavía cuando los avanzó en su meridiano nocturno, dibujando en el llano un camafeo azul de aquella espantosa columna de peregrinos que se dirigía rechinando al norte.

Pasaron la noche en el corral de una hacienda donde toda la noche hubo fuegos de vigilancia encendidos en las azoteas. Dos semanas antes un grupo de campesinos había sido pasado a cuchillo con sus propias azadas, siendo parcialmente devorados por los cerdos mientras los apaches capturaban todo el ganado que podían conducir y desaparecían en las colinas. Glanton ordenó matar una cabra, cosa que hicieron en el corral mientras los caballos temblaban de espanto, y al resplandor de las llamas los hombres procedieron a asar la carne y la comieron con sus cuchillos y se limpiaron los dedos en el pelo y se echaron a dormir en la tierra quebrantada.

Con el crepúsculo del tercer día entraron en el pueblo de Corralitos, los caballos cruzando con cautela las cenizas endurecidas y el sol esplendiendo rojizo entre el humo. Las chimeneas de las herrerías se alineaban contra un cielo ceniciento y las luces globulosas de los hornos destacaban bajo la oscuridad de las colinas. Había llovido durante el día y a lo largo del camino las casitas de barro proyectaban sus ventanas iluminadas en charcas de las que unos puercos chorreantes, como demonios zafios salidos de un pantano, huyeron gimiendo al ver a los caballos. Las casas estaban protegidas por troneras y parapetos y el aire iba cargado de vapores de arsénico. Los lugareños habían salido a ver a los tejanos, como los llamaban, todos muy solemnes junto al camino, y se fijaban hasta en el más mínimo de sus gestos con expresiones de miedo, expresiones de asombro.

Acamparon en la plaza, ennegreciendo los álamos con sus fogatas y ahuyentando a los pájaros que dormían. Las llamas iluminaban todo el mísero pueblo hasta en sus más oscuros corrales y hacían salir incluso a los ciegos, que venían tambaleándose con las manos extendidas al frente hacia aquel día conjetural. Glanton y el juez y los hermanos Brown siguieron hasta la hacienda del general Zuloaga, donde les dieron bienvenida y cena y la noche transcurrió sin incidentes.

Por la mañana una vez ensilladas sus monturas y reunidos todos en la plaza a punto de partir se les acercó una familia de saltimbanquis en busca de una travesía segura tierra adentro hasta la localidad de Janos. Glanton los miró desde su caballo en cabeza de la columna. Sus enseres estaban apilados en unos cuévanos viejos atados a los lomos de tres burros y eran un hombre y su mujer y un chico y una niña. Vestían trajes circenses con estrellas y medias lunas bordadas y los antaño chillones colores estaban descoloridos y pálidos por el polvo de los caminos y parecían así un grupo de vagabundos abandonados en aquel territorio funesto. El viejo se adelantó y agarró la brida del caballo de Glanton.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Meridiano de sangre»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Meridiano de sangre» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Meridiano de sangre»

Обсуждение, отзывы о книге «Meridiano de sangre» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x