Joseph Conrad - La línea de sombra
Здесь есть возможность читать онлайн «Joseph Conrad - La línea de sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La línea de sombra
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La línea de sombra: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La línea de sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La línea de sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La línea de sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– En ese caso… -murmuró.
– ¿No le han dicho, capitán Giles, que tengo intención de regresar a casa?
– Sí -respondió benévolamente-, ¡pero he oído decir esto con tanta frecuencia!
– ¿Y qué? -exclamé.
No pude por menos de pensar que era el hombre más limitado y menos imaginativo que había conocido. No sé ya lo que iba a agregar, cuando Hamilton, muy retrasado, entró en el comedor y fue a ocupar su lugar de costumbre. Así pues, me contenté con murmurar:
– En todo caso, esta vez lo verá usted confirmado.
Hamilton, recién afeitado, saludó secamente al capitán Giles, pero no condescendió a poner siquiera los ojos en mí, y sólo abrió la boca para decir al primer administrador que la comida que le servían no era digna de un caballero. El interpelado pareció tan abrumado por su aflicción que ni le quedaron fuerzas para gemir. Se contentó con levantar los ojos hacia el punkah, y eso fue todo.
El capitán Giles y yo nos levantamos de la mesa, y el extranjero sentado al lado de Hamilton imitó nuestro ejemplo, poniéndose de pie penosamente. El pobre diablo había procurado hacer penetrar en su boca un poco de aquella indigna comida, no porque tuviese hambre, sino porque esperaba, creo yo, recobrar así en cierto modo el respeto de sí mismo; pero, después de haber dejado caer por dos veces su tenedor, pareció considerarse definitivamente vencido, y permaneció sentado, inmóvil, con aire de extremada mortificación y una horrible mirada vidriosa. Mientras estuvimos en la mesa, el capitán Giles y yo habíamos evitado mirar hacia su lado.
Una vez en la galería, el extranjero se detuvo bruscamente para hacernos, con expresión de ansiedad, una larga observación, cuyo sentido no logré interpretar del todo. Hubiérase dicho que hablaba un horrible lenguaje desconocido. Pero cuando el capitán Giles, tras un momento de reflexión, le contestó: «Sí, seguramente; tiene usted razón», el individuo pareció encantado y se fue, andando casi sin tambalearse, a buscar un poco más lejos una chaise longue.
– ¿Qué quería decir? -pregunté con cierta repugnancia.
– No lo sé. No debemos ser demasiado duros con un camarada. Puede usted estar seguro de que sufre. Y, mañana, todavía será peor.
A juzgar por su apariencia, eso parecía imposible. No pude por menos de preguntarme qué clase de complicado libertinaje lo había conducido a semejante estado. Pero la benevolencia del capitán Giles iba acompañada de un cierto aire de satisfacción de sí mismo que me disgustaba. Riendo ligeramente, le dije:
– En todo caso, aquí está usted para mirar por él.
Hizo un gesto de negación, se sentó y cogió un periódico. Yo hice otro tanto. Los periódicos eran antiguos y carecían de interés, llenos casi en su totalidad de descripciones estereotipadas de las ceremonias con que se había celebrado el jubileo de la reina Victoria. Sin duda habríamos cedido rápidamente a la somnolencia de aquel mediodía tropical si la voz de Hamilton no se hubiese dejado oír en el comedor. Hamilton acababa su comida. La puerta, muy ancha, tenía abiertos de par en par sus dos batientes y él no sospechaba que nos hallásemos sentados tan cerca. Le oímos, pues, contestar en altavoz y con tono arrogante a una observación que el primer administrador se había aventurado a hacer.
– Puede usted estar seguro de que no aceptaré un empleo cualquiera. No se encuentra todos los días un caballero. No hay para qué apresurarse.
Se oyó al administrador murmurar algo, y luego, nuevamente, a Hamilton, que respondía con un tono todavía más acentuado de desprecio:
– ¿Cómo? ¿Ese joven mentecato que se cree un personaje por haber sido durante tanto tiempo segundo de Kent…? ¡Absurdo!
Giles y yo nos miramos. Kent era mi antiguo capitán. Las palabras: «Habla de usted», que murmuró el capitán Giles, me parecieron completamente ociosas. Sin duda el administrador insistió en su opinión, pues de nuevo se oyó a Hamilton, todavía más desdeñoso si era posible, declarar enfáticamente:
– Eso no tiene pies ni cabeza. No se compite con un aficionado semejante. Tenemos todo el tiempo para nosotros.
Enseguida oímos un ruido de sillas que se movían, de pasos, y las plañideras exhortaciones del administrador persiguiendo a Hamilton hasta la puerta de entrada.
– Cierto, es un individuo demasiado insolente -observó, de manera inútil, a mi parecer, el capitán Giles-. Muy insolente. Sin embargo, usted no le ha hecho nada, que yo sepa, ¿no es cierto?
– En mi vida le he hablado -respondí con aspereza-. No comprendo qué quiere decir con eso de «competir». Ha procurado obtener mi puesto después de que yo lo abandoné, y no lo ha logrado. No es eso, precisamente, lo que podría llamarse competir.
El capitán Giles meneó, pensativo, su voluminosa y benévola cabeza.
– No lo ha logrado -repitió con lentitud-. No, con Kent no era probable obtenerlo. Kent no se consuela de que usted lo haya abandonado y dice que es usted un buen marino.
Arrojé el periódico que aún tenía en la mano, me levanté y con la palma de la mano abierta golpeé la mesa. ¿Por qué demonios había de volver siempre a aquel asunto, que a mí solo importaba? Aquello era, realmente, exasperante.
La perfecta tranquilidad con que me miraba el capitán Giles me redujo al silencio.
– No hay nada en ello que pueda molestarle -murmuró tranquilamente, con un deseo visible de apaciguar la infantil irritación que había producido con sus palabras.
Y, en realidad, tenía un aspecto tan inofensivo que procuré explicarme de la mejor manera. Le dije que no deseaba oír una sola palabra más sobre lo que ya era cosa pasada. Durante todo el tiempo que duró, aquello había sido muy agradable, pero ahora que había terminado prefería no hablar, y ni siquiera pensar en ello. Estaba absolutamente decidido a regresar a Europa.
Giles escuchó toda mi tirada con expresión particularmente atenta, como si hubiese querido sorprender en ella una nota falsa; luego, se enderezó y pareció meditar con ahínco sobre el asunto.
– Sí, ya me había dicho usted que deseaba regresar. ¿Tiene ya algo en perspectiva allí?
En lugar de contestar que eso no le importaba, respondí malhumorado:
– Nada que yo sepa.
Ciertamente, yo ya había enfocado ese aspecto un tanto oscuro de la situación que yo mismo me había creado al abandonar un empleo satisfactorio, y la verdad es que no las tenía todas conmigo. Estuve a punto de agregar que el sentido común no tenía nada que ver con mi manera de obrar y que ésta no merecía, Por lo tanto, el interés que parecía inspirarle. Pero Giles se había dedicado a exhalar bocanadas de humo de su corta pipa de madera, y tenía un aspecto tan plácido, tan limitado, tan vulgar, que realmente no valía la pena crearle un rompecabezas con un exceso de sinceridad o de ironía.
Envuelto en una nube de humo, me preguntó bruscamente, a quemarropa:
– ¿Ha tomado ya su pasaje
Vencido por la descarada obstinación de un hombre con el cual era verdaderamente difícil mostrarse grosero, contesté con extremada delicadeza que todavía no había hecho ninguna diligencia al respecto. Pensaba que al día siguiente tendría tiempo de sobra para hacerlo.
Y estaba a punto de alejarme, sustrayendo así mis asuntos privados a los esfuerzos ridículamente inútiles que hacía Giles para probar su consistencia, cuando el capitán colocó su pipa ante sí de manera significativa, como si quisiese indicar que había llegado el momento crítico y se inclinó de lado sobre la mesa que nos separaba.
– ¡Ah! ¿Conque todavía no lo ha tomado? -Y agregó, bajando la voz misteriosamente-: Pues bien, en ese caso me parece conveniente que sepa que aquí sucede algo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La línea de sombra»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La línea de sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La línea de sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.