Alejo Carpentier - El Arpa Y La Sombra

Здесь есть возможность читать онлайн «Alejo Carpentier - El Arpa Y La Sombra» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Arpa Y La Sombra: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Arpa Y La Sombra»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Después de Concierto borroco, relato en el que a partir de datos históricos se arma toda una fantasía en la que los tiempos se sobreponen unos a otros con la facilidad y el lenguaje esplendoroso que hacen de Alejo Carpentier uno de los escritores cimeros de nuestra época, el novelista cubano vuelve a incursionar en la historia: ahora para recrear, por un lado, todo ese proceso increíble que fue el intento de canonizar al Almirante de la Mar Océano, Cristóbal Colón, y, por el otro, a través de un monólogo alucinante, vital, las confesiones del marino genovés en el lecho de muerte. Las elucubraciones de papas y abogados del diablo prestan el contrapunto final que habrá de marcar para siempre la vida en el más allá del descubridor de América.

El Arpa Y La Sombra — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Arpa Y La Sombra», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Islas, islas, islas… De las grandes, de las mínimas, de las ariscas y de las blandas; isla calva, isla hirsuta, isla de arena gris y líquenes muertos; isla de las graves rodadas, subidas, bajadas, al ritmo de cada ola; isla quebrada -perfil de sierra-, isla ventruda -como preñada- isla puntiaguda, del volcán dormido; isla puesta en un arco-iris de peces-loros; isla del espolón adusto, del bigarro en dienteperro, del manglar de mil garfios; isla montada en espumas, como infanta haldada de encajes; isla con música de castañuelas e isla de bramantes fauces; isla para encallar, isla para vararse, isla sin nombre ni historia; isla donde canta el viento en la oquedad de enormes caracolas; isla del coral a flor de agua, isla del volcán dormido; Isla Verdemusgo, Isla Grisgreda, Isla Blancasal; islas en tan apretada y soleada constelación -he contado hasta ciento cuatro-, que, pensando en quien pienso, he llamado Jardín de la Reina… Islas, islas, islas. Más de cinco mil islas rodean, según las crónicas de los venecianos el gran reino de Cipango. Luego estoy en las inmediaciones de ese gran reino… Y sin embargo, a medida que transcurren los días, veo alejarse el color del oro, porque si bien el metal sigue apareciendo, aquí, allá, bajo for nía de adornos, figulinas, cuentecillas, trozos -que casi nunca llegan al tamaño de una mano de buen genovés- no pasa todo esto de ser migajas, leves escarbaduras, mínimas virutas de una gran veta que no acaba de aparecer -y que tampoco se hallaba en la Espa ñola, en fin de cuentas, como pude creer cuando me ilusione con la riqueza de esa gran isla. Y ya, en el memorial de mi segundo viaje, empiezo a sentir la necesidad de disculparme. Mando decir a Sus Altezas que hubiese deseado enviarles una gran cantidad de oro, pero que no puedo hacerlo a causa de las muchas enfermedades padecidas por mis gentes. Afirmo que lo remitido sólo debe verse como muestras. Porque hay más; seguro de que hay mucho más. Y sigo adelante, buscando, esperando, ansioso, anhelante, y cada vez más desengañado, incapaz de saber dónde se me oculta la Mina Original, la Áurea Madre, el Gran Yacimiento, el Supremo Bien de estas tierras de especias sin especias… Ahora, en esta habitación donde parece que estuviese obscureciendo antes de tiempo, esperando al confesor que ya debiera estar aquí dada la poca distancia a que se encuentra el villorrio a donde fueron a buscarlo, sigo hojeando los borradores de mis relaciones y cartas. Y observándome a mi mismo a través de lo escrito hace años, noto mirando atrás, como se va operando una diabólica mutación en mi ánimo. Irritado ante esos indios que no me entregan su secreto, que ya ocultan sus muejeres cuando nos acercamos a sus pueblos porque nos tienen por gente deshonesta y lujuriosa; ante esos desconfiados y atrevidos que ya, de cuando en cuando, nos disparan flechas -aunque sin causarnos mayor daño, para decir la verdad-, dejo de verlos como los seres inocentes, bondadosos, inermes, tan incapaces de malicia como de tener la desnudez por indecorosa, que idílicamente pinté a mis amos al regreso del primer viaje. Ahora les voy dando, cada vez mas a menudo, el nombre de caníbales -aunque jamás los haya visto alimentarse de carne humana. La India de las Especias se me va transformando en la India de los Caníbales. Caníbales poco peligrosos -insisto en ello- pero que no pueden dejarse en la ignorancia de nuestra santa religión; caníbales cuyas almas deben ser salvadas (¡repentinamente me viene la preocupación!), como fueron salvadas las de millones de hombres y de mujeres en el mundo pagano por la palabra de los Apóstoles del Señor. Pero, como es evidente que aquí no hay modo de adoctrinar a esos caníbales, por nuestro desconocimiento de sus idiomas que se me van haciendo distintos y numerosos, la solución de este grave problema, que no puede dejar indiferente a la Igle sia, esta en trasladarlos a España, en calidad de esclavos. He dicho: de esclavos. Sí, ahora que estoy en los umbrales de la muerte me aterra la palabra, pero en este memorial que releo esta bien claramente escrita en letra alta y redonda. Pido licencia para la mercaduría de esclavos. Afirmo que los caníbales de estas islas serán mejores que otros ningunos esclavos, señalando, por lo pronto, que se nutren de cualquier cosa y comen mucho menos que los negros que tanto abundan en Lisboa y en Sevilla. (Ya que no doy con el oro, pienso yo, puede el oro ser substituido por la irremplazable energía de la carne humana, fuerza de trabajo que se sobrevalora en aquello mismo que produce, dando mejores beneficios, en fin de cuentas, que el metal engañoso que te entra por una mano y te sale por la otra…) Además, para dar valimiento a mi proposición, mando en un navío a varios de esos caníbales -a quienes escogí entre los mis forzudos- acompañándolos de mujeres, niños y niñas, para que pueda verse cómo en España habrán de crecer y reproducirse, igual que ocurre con los cautivos traídos de Guinea. Y muestro cómo, cada año, podrían venirnos varias carabelas con permiso real para recoger buenas cargas de caníbales, que nosotros les suministraríamos puntualmente en la abundancia que se quisiera, dando caza a los pobladores de estas islas y juntándolos en campos cercados, en espera del embarque. Y por si se me objetase que con ello nos íbamos a privar de una necesaria mano de obra, aconsejo que se me manden unos mil hombres, con cientos de caballos, para proceder a la labranza de la tierra, aclimatación del trigo y de la viña, y crianza del ganado. A esos hombres habrá que asignárseles un salario en espera de que estas islas prosperen, pero, con una idea mía, ingeniosa ocurrencia de la que entonces tuve la desvergüenza de sentirme orgulloso, tal sueldo no habría de serles pagado en dinero: instalaría la hacienda real unos almacenes de paños para vestir, camisas comunes y otros jubones, lienzos, sayos, calzas, zapatos, además de medicinas, remedios, cosas de botica, conservas que no fuesen de ración, y productos de Castilla que la gente de acá recibiría con agrado en descuento de su sueldo. (Valga dedcir que las gentes serían pagadas en mercaderías nuestras, con tremendo beneficio, pues nunca verían un ochavo y como aquí además de poco les serviría el dinero se empeñarían hasta la muerte, firmando recibos por lo comprado…) Considerando, sin embargo que la caza de esclavos propuesta por mí no podría hacerse sin provocar alguna resistencia por parte de los caníbales, pido -hombre precavido vale por dos- el envío de doscientas corazas, cien espingardas y cien ballestas, con sus materiales de mantenimiento y repuesto… Y termino esta sarta de vergonzozas proposiciones hechas en la ciudad Isabela, a 30 días de enero de 1496, rogando a Dios para que nos de un buen golpe de oro -como si yo, en ese día, no hubiese caído en el desfavor de Dios, al promoverme en tratante de esclavos. (¡En vez de pedirle perdón y hacer penitencia, desdichado, le pedías un buen golpe de oro, como lo pide la puta al crepúsculo de cada día considerando la incierta y larga noche en que puede verse favorecida por la providencial aparición de un perdulario rumboso, de mano suelta y buena escarcela!…)

… Pero cuando escribí a sus altezas estaba mintiendo una vez más, apresurando proposiciones que, si bien habían madurado en mi mente (y por ello hube de mandar de avanzada y muestra unos cuantos cautivos con sus mujeres, niños y niñas…), reservaba yo, en realidad, para el regreso -cuando tuviese oportunidad de avanzar o de retroceder según la cara que pusiesen mis interlocutores. Pero los acontecimientos se me habían adelantado de fea manera, hallándome con que otros habían pensado en lo mismo, haciendo hecho consumado -sangrienta realidad- de lo que yo había meditado en frío, esperando el asentimiento real para emprender una acción que hiciese olvidar los malogros de mi empresa. Y con una pluma harto apresurada trataba premiosamente de captar el temporal que, habiéndome echado encima en esta isla, bien podría volar por sobre el océano derribando la estatua que con tanto trabajo hubiese logrado erigir -aunque inconclusa aún y algo tambaleante, todavía, sobre sus zócalo- en la Gran Función de Barcelona. Y es que, a mi vuelta de una descubierta de islas cercanas, había encontrado a los españoles soliviantados, olvidados de toda autoridad, lanzados a crueles empresas dictadas por la codicia. Estaban todos enfermos del Oro, inficionados del Oro. Pero si su enfermedad era semejante a la mía -pues buscando el oro con encarnizamiento, con obcecación no hacían sino seguir mi ejemplo-, las causas de tal vesania no eran las mismas. Yo no quería el oro para mí (al menos, por ahora…) Lo necesitaba primordialmente para mantener mi prestigio en la Corte y justificar la legitimidad de los altos títulos que me habían sido otorgados. No podía admitir que se siguiese diciendo que mi costosísima empresa no había traído más beneficios al trono real que “un oro que se perdía en el hueco de una muela”. Mi enfermedad era enfermedad de Gran Almirante. La de estos españoles de mierda, en cambio, era la de bellacos que querían el metal para sí -para guardarlo, amontonarlo, esconderlo, y abandonar estas tierras lo más pronto posible, fortuna hecha, para saciar allá sus vicios, lujurias y apetitos de propiedad. En mi ausencia, olvidados de mis instrucciones -irrespetando a mi hermano Bartolomé a quien tenían, como a mí, por extranjero- se habían soltado en ralea de oro por toda la Española, apaleando indios, incendiando sus aldeas, hiriendo, matando, torturando, para acabar de saber donde, donde, donde, estaba la maldita mina invisible que yo mismo buscaba -sin hablar de las cien mujeres y mozas violadas en todas las expediciones. Y la resistencia de los nativos se estaba organizando de modo tan peligroso -si no disponían de armas como las nuestras, conocían mejor el terreno- que me fue preciso mandar batallones al interior. En un lugar que ya llamábamos “de la Vega Real ”, hicieron los españoles más de quinientos presos que encerraron en un recinto cercado, coto-prisión con troneras para disparar sobre los revoltosos, sin que yo supiese que hacer con ellos. No podían ser devueltos a la libertad, pues llevarían la voz de la rebelión a otras tribus. No teníamos bastimento suficiento para alimentarlos. Exterminarlos en masa -y esto es lo que querían hacer algunos- me pareció una determinación excesiva, que acaso fuese duramente censurada por Quienes me habían otorgado mis títulos -y yo harto conocía los arranques condenatorios de Columba. Pero, ante el hecho consumado, y teniendo que deshacerme -no quedaba más remedio- de esos quinientos prisioneios que en mala hora me habían echado encima, me determiné -de concierto con mi hermano- a explotar la situación la irreversible, suavizando, adornando, justificando, algo que no era sino la instauración, aquí, de la Esclavitud. Mostré los muchos beneficios de tal institución y, por fin, me valí de los Evangelios. Y con los Evangelios en viento de popa -sin que los Reyes me hubiesen autorizado aun a ejercer la trata- embarqué a los indios en dos naves, a trallazos, patadas y garrotazos, por no hallar mejor solución al conflicto de autoridad que se me imponía. Además -nuevo embuste- esos esclavos no eran tales esclavos (como los que nos venían del África) sino rebeldes a las Coronas Reales, prisioneros, tristes pero inevitables víctimas de una guerra justa y necesaria (sic). Llevados a España, dejaban de ser peligrosos. Y, cada uno, se nos volvía un alma -un alma que, a tenor de lo mandado en no sé cual Evangelio, se rescataba de una segura idolatría, demoníaca como lo son todas las idolatrías de las que empezaba yo a hablar, cada vez mas a menudo, en mis cartas y relaciones, afirmando que ciertas caretillas de adorno, vistas en las tiaras de los caciques, tenían un perfil peligrosamente parecido al de Belcebú. (Y como el primer paso es el que más cuesta, pronto recibiría Bartolomé instrucciones mías para cargar tres naves más con ese botín humano que venía a remplazar, por el momento, el Oro que no asomaba por ninguna parte…)

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Arpa Y La Sombra»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Arpa Y La Sombra» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Arpa Y La Sombra»

Обсуждение, отзывы о книге «El Arpa Y La Sombra» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x