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Alejo Carpentier: Ecue-Yamba-O

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Alejo Carpentier Ecue-Yamba-O

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Voz lucumí que significa `Dios, loado seas` «En ¡Écue-Yamba-O! los personajes tienen los mismos nombres que yo les conocí». «…en mi primera novela, ¡Écue-Yamba-O! (1933)… quise escribir una novela sobre los negros de Cuba, presentar una nueva visión de un sector de la población cubana».

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Entonces sonó un ruido extraño: el ruido de las cosas anormales, que altera los ritmos del corazón. Longina, aterrorizada sin saber por qué, se agazapó detrás del barril de agua. Cristalina y Cándida echaron a correr, desapareciendo en la obscuridad. Hacia el son se veían saltar sombras en una confusión de torsos y de brazos alumbrados por los faroles cuyos bombillos estallaban. Una bandada de negros había surgido de la noche, arrojándose sobre los invitados. Los tambores y calabazas volaren en el aire. Las mochas cortaron guitarras en dos. Se blandieron cuchillos y palos. Las luces fueron risoteadas. Cien gritos hendieron las tinieblas. Algunos dedos tocaron sangre.

– ¡Efó! ¡Efó! -grito Antonio.

Menegildo reconoció gente del Juego enemigo a la luz del último quinqué, que fue apagado de una patada. El mozo se arrojó en el montón, cuchillo en mano.

Hubo carreras y choques. El hierro topó con el acero. Y cedió el empuje. Longina vio pasar siluetas espigadas por el pánico. Un negrazo pasó junto al barril sin verla. Blandía un machete. Parecía buscar algo. Entró en la casa. Golpeó las paredes y la cama. Cortó el cuero de los taburetes. Gritó varias veces:

– ¡No se escondan, desgraciaos! ¡No se escondan!…

Pero viéndose sola, esta sombra acabó también por desaparecer en la obscuridad.

El silencio se llenó de grillos.

42 Quiquiribú

Un bulto se movía entre las hierbas. Longina se acercó a gatas. Menegildo yacía de bruces, cubierto de sangre tibia.

– Menegid’do. ¡Qué te pasa, Dio mío…!

El no contestaba. Trató de alzarse sobre los codos. Cayó nuevamente. Su frente rebotó en la tierra. Longina tocó con sus dedos ana ancha herida que le hendía el cuello.

Tuvo un miedo terrible. Se levantó. Giró sobre sí misma, llevándose las manos a la cabeza. Luego corrió hacia el callejón gritando. Pedía luz, gente, ayuda divina. Llamaba a Dios en la noche.

Regresó un momento más tarde, seguida por un vecino que traía un quinqué. El hombre inclinó la luz, colocando una mano cerca de la llama para ver mejor. Longina se arrodilló junto al cuerpo inerte.

Menegildo estaba gris, vaciado de sangre, con la yugular cortada por una cuchillada. Su herida se había llenado de hormigas.

43 Menegildo

Salomé lavaba trapos a la sombra del platanal de hojas impermeables. Las lentas carretas que renqueaban camino de la romana, se detenían siempre al pie del viejo tamarindo.

Cerdos negros y huesudos en el batey; auras girando bajo las nubes; tierra roja, caña y sol.

– ¿Y por allá, bien…?

La invariable pregunta surcaba una vez más el aire tibio, oliente a hierbas calientes y a melaza.

¿Pero quién sería la negra harapienta y sucia que entraba con paso tan resuelto en el dominio rectangular de los Cué? Salomé inmovilizó sus manos en el agua de horchata.

– Señoa Salomé… ¡Yo soy la mujer de Menegid’do!

La mujer miraba a Salomé con aire de perro azotado. Estaba encorvada. Tenía la cara cubierta de polvo y grasa. Su vientre abultado le daba una silueta a la vez grotesca y lamentable… La vieja estalló:

– ¡Ah, desgracia! ¡Hija de mala madre! ¡Tú ere la que me salaste a mi hijo! ¡Antonio me lo metió en líos, y tú me lo llevat’te! ¡Desgracia! ¡Sinbelgüenza! ¿Y aónde está mi jijo?

– ¡Lo han matao! ¡Lo han matao! Salomé gritó:

– ¡Ay, Dio mío! ¡Ya sabía yo que le había pasao una desgrasia! ¡Y tó por curpa tuya! ¡Ay, ay! ¡Salación…!

Los hermanitos de Menegildo, sin comprender, hacían un círculo en torno a las dos mujeres, con las manos metidas en la boca. Salomé se deshacía en imprecaciones contra Longina. Y ambas lloraban estrepitosamente, frente a frente, repitiendo absurdamente las mismas palabras… Al fin, Longina, con frases deshilvanadas, narró lo que había pasado la noche del santo. Luego, el velorio, el entierro. Sin un centavo, desesperada, atontada, queriendo cumplir un obscuro deber, había salido de la ciudad, había echado a andar y, tres días más tarde, sin saber cómo, con orientación instintiva de gato perdido, se encontraba aquí, junto a las torres del San Lucio. Tenía hambre. Sólo había comido sobras regaladas en las bodegas del camino. ¡Pero daba lo mismo! ¡Se quería morir!

Salomé la interrumpió duramente:

– ¡Vete a moril a otro lao! ¡No quiero salaciones aquí!

Longina bajó la cabeza. Atravesó el batey sosteniendo su vientre con las dos manos. Cuando tiraba de la talanquera, Salomé la detuvo:

– Entra en el bohío y coge la cazuela con arró que hay en el fogón de la cocina… ¡Y métete en un rincón pa que no te vea má…! ¡No quiero que por mí se muera el jijo de Menegid’do! ¡Sinbelgüenza! ¡Por ti se saló el muchacho! ¡Desgracia!

Longina entró en el bohío. Las gallinas salieron revoloteando, en señal de protesta contra la presencia de aquella intrusa. Agazapada junto a la cazuela, Longina engulló los granos mal cocidos a mano llena… Afuera, Salomé secó los brazos en la hierba:

– Oye. ¡Y pon a sancochal las viandas pal almuerzo! ¡Orita vienen Usebio y Luí…!

Las sombras del humo del Central corrían sobre el suelo como un rebaño de gasas obscuras.

Tres meses después, Menegildo tenía un mes. Era un rorro negro, de ojos saltones y ombligo agresivo. Se retorcía, llorando, en su cama de sacos, bajo las miradas complacidas de Salomé, Longina y el sabio Beruá.

Para preservarlo de daños, una velita de Santa Teresa ardía en su honor ante la cristianísima imagen de San Lázaro-Babayú-Ayé.

Primera versión: Cárcel de La Habana, agosto 19 de 1927.

Versión definitiva: Paris, enero-agosto de 1933.

Glosario

A

Abanecue. Iniciado en los ritos ñáñigos.

Abayuncar. Conquistar, dominar a una mujer.

Accesoria. Habitación con puerta a la calle.

Alegría de coco. Dulce de coco.

Almacigo. Árbol de Cuba.

Amanisón. No iniciado (en ñáñigo).

Amarrar. Asegurarse el amor o la fidelidad de una persona por medio de filtro, sortilegio o brujería. «Atar.»

Anima sola. Alma en pena o del Purgatorio, personificación del dios Eleguá, cuya oración es destinada a las mujeres celosas.

Apapa. Nombre del dialecto ritual ñáñigo.

Arrimarse. Vivir en concubinato.

Arrolao. De arrollar. Suerte de marcha-danza afrocubana.

Auras. Aura tiñosa, especie de buitre.

Arruchar. Llevarse todo, sin escrúpulo.

B

Babayú-Ayé. Divinidad médica afrocubana. Es figurada en los altares por la imagen de San Lázaro.

« Bailar a un muerto.» Práctica de ciertas sectas (los ñáñigos, por ejemplo) consistente en llevar el ataúd en hombros, imprimiéndole un leve balanceo ritual.

Banzo. Instrumento haitiano de percusión.

¡Barín! Expresión de asentimiento: «¡Está bien!»

Barracón. Vivienda destinada a los esclavos rurales, en tiempos de la colonia.

Batey. Espacio ocupado por la fábrica de azúcar, sus dependencias, plazas y patios. En las casas campesinas: espacio cerrado que rodea a la vivienda y bohío.

Bejuco. Planta de tallos muy largos y delgados que corren por el suelo o se arrollan a otros vegetales. Lianas.

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