– ¿Se trata a la vez de la propia Identidad y de la afirmación de las propias razones frente a las potencias terribles de l o irracional?
– Su fórmula es exacta. Es bien sabido, por ejemplo -y hasta los freudianos lo dicen-, que el psiquiatra compromete su propia razón por frecuentar la enfermedad mental. Lo mismo cabe decir del historiador de las religiones. Lo que estudia le afecta profundamente. Los fenómenos religiosos expresan situaciones existenciales. Se participa en el fenómeno que se trata de descifrar, como si se tratara de un palimpsesto, de la propia genealogía, de la propia historia. Es mi historia. Y en todo ello, efectivamente, va envuelta la potencia de lo irracional… El historiador de las religiones, por tanto, ambiciona conocer y por ello mismo comprender las raíces de su cultura, de su mismo ser. Al precio de un largo esfuerzo de anamnesis deberá terminar por recordar su propia historia, es decir, la historia del espíritu humano. Mediante la anamnesis, el historiador de las religiones rehace en cierto modo la Fenomenología del espíritu. Pero Hegel se ocupó únicamente de dos o tres culturas, mientras que el historiador de las religiones se ve obligado a estudiar y entender la historia del espíritu en su totalidad, a partir del Paleolítico. Se trata, por consiguiente, de una historia verdaderamente universal del espíritu. Creo que el historiador de las religiones ve mejor que los demás investigadores la continuidad de las distintas etapas del espíritu humano y, finalmente, la unidad profunda y fundamental del espíritu. De este modo se revela la condición misma del hombre De ahí que me parezca decisiva la aportación del historiador de las religiones, que descubre la unidad de la condición humana, y ello precisamente en un mundo moderno que está en trance de «planetarizarse».
– Ha hablado de «tentaciones…» Pero, si recordamos las «tentaciones» de san Antonio en el Bosco, por ejemplo, se trata de unas «tentaciones» extrañas, ya que los objetos de la tentación no nos «tientan»; otras, en cambio, son apariciones espantosas… ¿En qué sentido quiere decir que se sintió «tentado» durante su anamnesis como historiador de las religiones?
– Cuando se llega a comprender la coherencia y hasta la nobleza, la belleza de la mitología y diríamos incluso de la teología que sirve de base al canibalismo… Cuando se llega a entender que no se trata de un comportamiento animal sino de un acto humano, que es el hombre, como ser libre capaz de tomar una decisión en el mundo, el que ha decidido matar y comer a su prójimo, si bien inconscientemente, el espíritu siente la tentación de esa enorme libertad que acaba de descubrir: se puede matar, ser caníbal, sin perder la «dignidad humana»… Del mismo modo, cuando se estudian los ritos orgiásticos y se llega a captar su extraordinaria coherencia: se inicia la orgía, y quedan suprimidas todas las reglas, el incesto y la agresividad ya son lícitos, todos los valores quedan invertidos… Y el sentido de este rito es que regenera el mundo. Ante este descubrimiento se sienten deseos de gritar de gozo, como Nietzsche ante su descubrimiento del eterno retorno. Pues también ahí resuena una invitación a la libertad total. Es inevitable pensar entonces: ¡qué libertad extraordinaria, qué creatividad se puede alcanzar como fr uto de esas libertades! Exactamente igual que la tribu indonesia después de la gran orgía de fin de año que recrea un mundo regenerado henchido de fuerza. Para mí, un occidental moderno, esto significa que siempre puedo comenzar de nuevo mi vida y, por consiguiente, asegurar mi creatividad… En este sentido se puede hablar de tentaciones.
Pero hay además peligros de orden luciferino. Cuando se llega a comprender que un hombre cree posible cambiar el mundo como resultado de una meditación y de ciertos ritos; cuando se trata de saber por qué motivos se siente tan seguro de que podrá convertirse realmente en dueño del mundo o al menos de su aldea… También en esto se experimenta la tentación de la libertad absoluta, es decir la supresión de la condición humana. El hombre es un ser limitado, condicionado, mientras que la libertad de un dios, de un antepasado mítico o del espíritu carece de cuerpo mortal. Se trata de verdaderas tentaciones. P ero no quiero dar a entender en modo alguno que un historiador de las religiones pueda sentirse tentado por el canibalismo, por la orgía o por el incesto.
– Acaba de hablar de canibalismo y de incesto, pero ha insistido sobre todo en el canibalismo. ¿Es esta, a su juicio, la clave trágica del hombre?
– El incesto, la abolición temporal de todas las leyes, es un fenómeno que aparece en muchas culturas que desconocen el canibalismo. El canibalismo y la decisión de garantizar mediante el sacrificio humano la fecundidad o incluso la vida del mundo son, a mi entender, situaciones extremas.
– Escuchándole me acuerdo de Pasolini, obsesionado por el festín caníbal, en su obra. Festín que, en Porcherie, significa la Ultima Cena…
– Pasolini se sentía fascinado por el problema de una regresión no al salvajismo animal, sino a otro grado cultural. El canibalismo no tiene realmente importancia sino cuando es ritual, cuando está integrado en la sociedad. Por otra parte, es natural que un cristiano, al reflexionar sobre el significado de los sacramentos, termine por decirse: también yo soy caníbal… Otro italiano, P apini, creo que en su Diario, advertía que la misa no es la conmemoración, sino la actualización de un sacrificio humano: estos hombres matan de nuevo al hombre-dios y luego comen su carne y beben su sangre.
– El descenso a los infiernos de que hablan algunas religiones, ¿no provoca a veces en el historiador de las religiones una «tentación» inversa: el odio a todos los dioses, el odio a la religión? Pienso ahora en Lucrecio, en Epicuro, descubriendo la mentira de los dioses y el horror de lo divino que pesa sobre el ho mbre…
– Ha ocurrido, en efecto, que algunos historiadores de las religiones, llenos de admiración ante los hechos religiosos, reaccionaran de manera terrible. Pero acaba de hablarme de Lucrecio; en su caso se trataba de unas formas decadentes, fosilizadas, de un universo religioso. Los dioses habían perdido su fuerza sagrada. Aquel admirable politeísmo se había quedado vacío de sentido. Se tomaban los dioses como alegorías o como recuerdos transfigu-rados de los antiguos reyes. Era una época esceptica en que sólo se veía el aspecto horrible de los dioses. Cuando se captan las cosas en conjunto y se buscan las raíces de esta decisión de matar, se revela una verdad distinta: la condición trágica del hombre. Situadas en el conjunto, estas cosas terribles, grotescas, repugnantes, encuentran su sentido original, que consistía en dar una signifigación a la vida a partir de una evidencia: toda vida implica la muerte de otros seres; para vivir hay que matar. ¡Tal es la condición del espíritu en su historia, ciertamente trágica, pero enormemente creadora! Situarse frente al vacío, a la nada, a lo demoníaco, a lo inhumano, a la tentación de regresar al mundo animal, todas estas experiencias, extremas y dramáticas son la fuente de las grandes creaciones del espíritu. En efecto, en esas condiciones terribles, el hombre ha acertado a decir sí a la vida y ha encontrado un sentido a su existencia.
– En su Diario habla de las «terribles diosas madres». Esto no nos suena a cosa conocida.
– Pensaba sobre todo en Durga, por ejemplo, una diosa sangrienta india, o en Kali. Son diosas madres que, entre otras cosas, expresan el enigma de la vida y del universo es decir el hecho de que ninguna vida puede perpetuarse sin correr un riesgo mortal. Estas diosas terribles exigen la sangre o la virilidad o la voluntad de sus fieles. Pero quien entiende lo que significan estas diosas recibe al mismo tiempo una revelación de orden filosófico. Se llega a comprender que esta unión de virtudes y pecados, de crímenes y generosidad, de creatividad y de destrucción es el gran enigma de la vida. Si hay que vivir como un hombre, no como un autómata o un animal, pero tampoco como un ángel, no hay más remedio que enfrentarse a esta realidad. Ciñéndonos a un mundo que nos es más conocido, en Yahvé vemos al Dios creador y bueno, pero también al Dios terrible, celoso, destructor; este aspecto negativo de la divinidad nos dice que Dios lo es todo. Del mismo modo, para todos los pueblos que aceptan a la Gran Madre, el culto de estas diosas terribles es una introducción al enigma de la existencia y de la vida. La misma vida es esa «Gran Madre terrible» cortadora de cabezas y paridora que patrocina a la vez la fertilidad y el crimen, pero también la inspiración, la generosidad, la riqueza. Esta totalización de los contrarios se revela lo mismo en los mitos de la Gran Diosa que en el Antiguo Testamento, con la ira de Yahvé. También nos preguntamos a veces como es posible que un Dios se comporte de este modo. Pero estos mitos y estos ritos de las diosas terribles o del dios terrible nos dan la lección de que la realidad, la vida, el cosmos son como son. Crimen y generosidad, crimen y fecundidad. La diosa madre es la que pare y mata a la vez. No vivimos en un mundo de ángeles o de espíritus, pero tampoco en un mundo meramente animal. Estamos «entre» ambos ex-tremos. Creo que la revelación de este misterio va seguida siempre de un acto creador. Creo que el espíritu crea algo sobre todo cuando tiene que enfrentarse a estas grandes pruebas.
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