Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Hay criaturas que son capaces de sufrir durante largas horas por no serles posible ser una figura de un cuadro o de un naipe de baraja de cartas. Hay almas sobre quien pesa como una maldición el no serles posible ser hoy gente de la edad media. Este sentimiento me sucedió en tiempos. Hoy no me sucede. Me he refinado más allá de eso. Pero me duele, por ejemplo, no poder soñarme dos reyes en reinos diferentes, pertenecientes, por ejemplo, a universos con diferentes especies de espacios y tiempos. No conseguir esto me disgusta verdaderamente. Me sabe a pasar hambre.

Poder soñar lo inconcebible visualizándolo en uno de los grandes triunfos que ni yo, que soy tan grande, consigo sino raras veces. Sí, soñar que soy por ejemplo, simultáneamente, separadamente, inconfusamente, el hombre y la mujer de un paseo que un hombre y una mujer se dan a la orilla de un río. Verme, al mismo tiempo, con igual nitidez, del mismo modo, sin mezcla, siendo las dos cosas con igual integración en ellas, un navío consciente en un mar del Sur y una página impresa de un libro antiguo. ¡Qué absurdo parece esto! Pero todo es absurdo, y el sueño es, sin embargo, lo que menos lo es.

30

Me he creado eco y abismo, pensando. Me he multiplicado profundizándome. El más pequeño episodio -una alteración que sale de la luz, la caída enrollada de una hoja seca, el pétalo que se despega amarillecido, la voz del otro lado del muro o los pasos de quien la dice junto a los de quien la debe escuchar, el portón entreabierto de la quinta vieja, el patio que se abre con un arco de las casas aglomeradas a la luz de la luna-, todas estas cosas, que no me pertenecen, me prenden la meditación sensible con lazos de resonancia y de añoranza. En cada una de esas sensaciones soy otro, me renuevo dolorosamente en cada impresión indefinida.

Vivo de impresiones que no me pertenecen, perdulario de renuncias, otro en el modo como soy yo.

31

He creado en mí varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada sueño mío es inmediatamente, en el momento de aparecer soñado, encarnado en otra persona, que pasa a soñarlo, y yo no.

Para crear, me he destruido; tanto me he exteriorizado dentro de mí, que dentro de mí no existo sino exteriormente. Soy la escena viva por la que pasan varios actores representando varias piezas.

32

Encontrar la personalidad en la pérdida de ella -la misma fe abona este sentido de destino [65].

33

Dijo Amiel que un paisaje es un estado de alma, pero la frase es una felicidad indolente de soñador débil. Desde que el paisaje es paisaje deja de ser un estado de alma. Objetivar es crear, y nadie dice que un poema hecho es un estado de estar pensando en hacerlo. Ver es tal vez soñar, pero si le llamamos ver en vez de llamarle soñar, es que distinguimos soñar de ver.

Por lo demás, ¿de qué sirven estas especulaciones de psicología verbal? Independientemente de mí, crece hierba, llueve en la hierba que crece, y el sol dora la extensión de la hierba que ha crecido o va a crecer; se hierguen los montes desde muy antiguo, y el viento pasa del mismo modo como Homero, aunque no existiese, lo oyó. Más certeza sería decir que un estado de alma es un paisaje; habría en la frase la ventaja de no contener la mentira de una teoría, sino tan solamente la verdad de una metáfora.

Estas palabras ocasionales me han sido dictadas por la gran extensión de la ciudad, vista a la luz universal del sol, desde el alto de San Pedro de Alcántara. Cada vez que así contemplo una extensión ancha, y me abandono desde el metro setenta de altura, y sesenta y un quilos de peso, en que físicamente consisto, tengo una sonrisa grandemente metafísica para los que sueñan que el sueño es sueño, y amo la verdad de lo exterior absoluto con una virtud noble del entendimiento.

El Tajo al fondo es un lago azul, y los montes de la Otra Banda son los de una Suiza achatada. Sale un barco pequeño -vapor carguero negro- del lado del Pozo del Obispo hacia la barra que no veo. Que los dioses todos me conserven, hasta la hora en que cese este aspecto de mí, la noción clara y solar de la realidad exterior, el instinto de mi inimportancia, el consuelo de ser pequeño y de poder pensar en ser feliz [66].

34

No creo en el paisaje. Sí. No lo digo porque crea en el «el paisaje es un estado de alma» de Amiel, uno de los buenos momentos verbales de la más insoportable interioridad. Lo digo porque no creo.

35

Desde que los últimos calores del estío dejaban de ser rigurosos al [67]sol empañado, comenzaba el otoño antes de que llegase, en una leve tristeza prolijamente indefinida, que parecía un deseo de no sonreír del cielo. Era un azul unas veces más claro, otras más verde, de la propia ausencia de substancia del color alto; era una especie de olvido en las nubes, púrpuras indiferentes y difuminadas; era, no ya un torpor, sino un tedio, en toda la soledad quieta por donde las nubes pasan.

La entrada del verdadero otoño era después anunciada por un frío dentro del no-frío del aire, por un difuminarse de los colores que todavía no se habían difuminado, por algo de penumbra y de alejamiento en lo que había sido el tono de los paisajes y el aspecto disperso de las cosas. No iba todavía a morir, pero todo, como en una sonrisa que todavía faltaba, se transformaba en añoranza para la vida.

Venía, por fin, el otoño verdadero: el aire se tornaba frío de viento; sonaban las hojas con un tono seco, aunque no fuesen hojas secas; toda la tierra tomaba el color y la forma impalpable de un pantano indeterminado. Se decoloraba lo que había sido sonrisa última, en un cansancio de párpados, en una indiferencia de gestos. Y así todo cuanto siente, o suponemos que siente, apretaba, íntima, al pecho su propia despedida. Un son de remolino en un atrio fluctuaba a través de nuestra conciencia de otra cosa cualquiera. Agradaba convalecer para sentir verdaderamente la vida.

Pero las primeras lluvias del invierno, llegadas también en el otoño ya riguroso, lavaban estas tintas como sin respeto. Vientos altos, rechinando en las cosas paradas, desordenando cosas presas, /arrastrando/ cosas móviles, erguían, entre los clamores irregulares de la lluvia, palabras ausentes de protesta anónima, sones tristes y casi rabiosos de desesperación sin alma.

Y por fin el otoño menguaba [68], a frío y ceniciento. Era un otoño de invierno el que venía ahora, un polvo vuelto del todo barro, pero, al mismo tiempo, algo de lo que el frío del invierno trae de bueno: verano riguroso terminado, primavera por llegar, otoño definiéndose en invierno, en fin. Y en el aire alto, por donde los tonos empañados ya no recordaban ni calor ni tristeza, todo era propicio a la noche y a la meditación indefinida.

Así era todo para mí antes de pensarlo. Hoy, si lo escribo, es porque lo recuerdo. El otoño que tengo es el que he perdido.

29-1-1932.

36 Encogimiento de hombros [69]

Damos comúnmente a nuestras ideas de lo desconocido el color de nuestras nociones de lo conocido: si llamamos a la muerte un sueño, es porque parece un sueño por fuera; si llamamos a la muerte una nueva vida, es porque parece una cosa diferente de la vida. Con pequeños malentendidos con la realidad construimos las creencias y las esperanzas, y vivimos de las cortezas a las que llamamos panes, como los niños pobres que juegan a ser felices.

Pero así es toda la vida; así, por lo menos, es ese sistema de vida particular al que, en general, se llama civilización. La civilización consiste en dar a algo un nombre que no le compete, y después soñar sobre el resultado. Y, realmente, el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. El objeto se vuelve realmente otro. Manufacturamos ideales. La materia prima sigue siendo la misma, pero la forma, que el arte le ha dado, la aleja de continuar siendo efectivamente la misma. Una mesa de pino es pino pero también es mesa. Nos sentamos a la mesa y no al pino. Un amor es un instinto sexual, pero no amamos con el instinto sexual, sino con la presuposición de otro sentimiento. Y esa presuposición es ya, en efecto, otro sentimiento.

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