Harriet Stowe - La Cabaña Del Tío Tom

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La Cabaña Del Tío Tom: краткое содержание, описание и аннотация

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De la autora abolicionista estadounidense Harriet Beecher Stowe, La Cabaña del tío Tom es una novela cuyo tema central es la esclavitud. Fue publicada en 1852, y causó gran polémica por la división de posturas que existían en el país en vísperas de la Guerra Civil. Fue la novela más vendida en el siglo XIX.
El libro narra los acontecimientos de la vida del Tío Tom, un esclavo negro del sur de Estados Unidos que pasa de unos amos a otros, construyendo anécdotas entrelazadas y que reflejan la realidad de los esclavos americanos de la época, creando un contraste entre los personajes bondadosos y el contexto de injusticia en el que viven.
Su importancia radica en que es una novela con un gran contenido sentimental que que pretende crear un retrato y establecer una denuncia. Stowe logra la identificación del lector con los personajes, y con ello la comprensión más profunda de la injusticia. Es una novela que se conserva como manifestación histórica, que si bien es exagerada, tiene un objetivo claro y bien logrado.
Es recomendable porque nos da a conocer una parte importante e interesante de la historia estadounidense. Divertida, ligera y llena de sentimientos conmovedores (Escrito por Andrea Pieck)

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Uno de ellos se fue corriendo a por una pala; los otros dos ayudaron a George a transportar el cadáver a la vagoneta.

George ni habló ni miró a Legree, que no revocó sus órdenes, sino que permaneció de pie silbando con un aire de fingida despreocupación. Los siguió hoscamente al lugar donde se encontraba la vagoneta junto a la puerta.

George extendió su capa en la vagoneta y colocaron el cuerpo encima con cuidado, moviendo el pescante para hacerle sitio. Después se volvió, fijó los ojos sobre Legree y dijo con forzada serenidad:

– Hasta ahora no le he dicho lo que opino de este horrible asunto; éste no es el momento ni el sitio. Pero, señor, buscaré justicia por este derramamiento de sangre inocente. Denunciaré este asesinato. Iré al primer magistrado y le denunciaré.

– ¡Hágalo! -dijo Legree, chasqueando los dedos con desdén-. Me gustaría verlo. ¿De dónde va a sacar a los testigos? ¿Cómo lo va a demostrar? ¡Vamos, vamos!

George vio la fuerza de su desafío inmediatamente. No había ni un blanco en el lugar y, en todos los tribunales sureños, el testimonio de los negros no es nada. Sentía en ese momento que hubiera sido capaz de rasgar los cielos con el grito de su corazón indignado al pedir justicia, pero en vano.

– Después de todo, ¡qué escándalo por un negro muerto! Las palabras fueron como una chispa en un polvorín. La prudencia nunca fue una de las virtudes cardinales del joven de Kentucky. George se giró y de un solo golpe indignado dejó a Legree boca abajo en el suelo; y allí de pie junto a él, resplandeciente de ira y desafío, habría podido representar una personificación bastante aceptable de su tocayo tras su triunfo sobre el dragón.

A algunos hombres, sin embargo, les beneficia mucho un buen puñetazo. Si un hombre los deja fuera de combate, parecen adquirir inmediatamente respeto por él; Legree era uno de éstos. Al levantarse, por lo tanto, y sacudir el polvo de su ropa, observó el carro alejarse con evidente preocupación y no abrió la boca hasta que no se hubo perdido de vista.

Más allá de los límites de la plantación, George había visto una loma seca y polvorienta con algunos árboles que daban sombra. Allí cavaron la tumba.

– ¿Quitamos la capa, amo? -preguntaron los negros cuando la tumba estuvo preparada.

– ¡No, no! Enterradlo con ella. Es lo único que te puedo dar, pobre Tom, y es tuya.

Lo metieron en la fosa y los hombres la llenaron de tierra en silencio. Hicieron un pequeño montículo encima y lo cubrieron de hierba.

– Podéis marcharos, muchachos -dijo George, deslizando una moneda de cuarto de dólar en la mano de cada uno de ellos. Sin embargo, vacilaban, sin ganas de marcharse.

– Si el joven amo quisiera compramos… -dijo uno.

– Le serviríamos con lealtad -dijo el otro.

– Son malos tiempos aquí, amo -dijo el primero-. ¡Por favor, amo, cómprenos!

– ¡No puedo, no puedo! -dijo George con dificultad, haciéndoles señas para que se marcharan-. ¡Es imposible!

Los pobres hombres se fueron con aspecto desolado.

– ¡Eres testigo, Dios eterno -dijo George, arrodillándose junto a la tumba de su pobre amigo-, eres testigo de que, a partir de este momento, haré todo lo que es capaz de hacer un hombre para erradicar la maldición de la esclavitud de mi tierra!

Ningún monumento marca el último descansadero de nuestro amigo. ¡No le hace falta! Su Señor sabe dónde está y lo elevará, inmortal, para que aparezca junto a Él en el día de gloria.

¡No le tengáis lástima! ¡Semejante vida y semejante muerte no merecen lástima! La principal gloria de Dios no está en las riquezas del poder, sino en el amor sacrificado y doliente. Y benditos sean los hombres a los que Él llama para que sigan su mismo camino, llevando su cruz con paciencia. De éstos está escrito: «Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.»

CAPÍTULO XLII

UNA AUTÉNTICA HISTORIA DE FANTASMAS

Por alguna extraña razón, en esta época las leyendas de fantasmas estaban muy en boga entre los criados de la hacienda de Legree.

Afirmaban en voz baja que a altas horas de la noche habían oído pasos bajar la escalera de la buhardilla y rondar la casa. Había sido en vano cerrar con llave las puertas de paso a la escalera; o el fantasma llevaba en el bolsillo una copia de la llave o se valía del inmemorial privilegio de los fantasmas de pasar por el ojo de la cerradura, y se paseaba, igual que antes, con una desenvoltura inquietante.

Las autoridades en la materia no se ponían de acuerdo en cuanto a la apariencia externa del fantasma, debido a una costumbre bastante común entre los negros -y, que nosotros sepamos, entre los blancos también- de cerrar invariablemente los ojos en estas ocasiones y cubrirse las cabezas con mantas, enaguas o lo que tuvieran a mano para protegerse. Por supuesto, como sabe todo el mundo, cuando los ojos del cuerpo no entran en liza, los ojos del espíritu adquieren mayor perspicacia y vivacidad; por lo tanto, había infinidad de retratos de cuerpo entero del fantasma, con abundancia de testimonios y juramentos que, como ocurre a menudo con los retratos, no se parecían nada entre sí excepto en la característica común a toda la familia de fantasmas: vestía una sábana blanca. Las pobres criaturas no estaban versadas en la historia antigua y no sabían que Shakespeare había autenticado esta vestimenta al decir:

«Los muertos envueltos en sábanas

chillaban y farfullaban en las calles de Roma»

Y, por lo tanto, el que todos coincidieran en este punto es un fenómeno extraordinario de la parapsicología, sobre el que llamamos la atención de todos los expertos en espiritismo.

Sea como fuere, tenemos motivos personales para saber que es verdad que una figura alta envuelta en una sábana blanca se paseaba, a las horas más típicamente fantasmales, por la casa de Legree; atravesaba puertas, se deslizaba alrededor de la casa, desaparecía a ratos y volvía a aparecer, subía por la silenciosa escalera y entraba en la infausta buhardilla; y que, por la mañana, todas las puertas estaban cerradas con llave como siempre.

A Legree no se le escapaban estas murmuraciones; y el hecho de que quisieran ocultárselo sólo aumentaba su nerviosismo. Bebía más brandy que de costumbre; mantenía la cabeza más alta y blasfemaba más fuerte que nunca durante el día; pero tenía pesadillas y las visiones que rondaban por su cabeza en la cama distaban mucho de ser agradables. La noche después de que se llevaran el cuerpo de Tom, se fue cabalgando al pueblo vecino de parranda, y se corrió una gran juerga. Regresó a casa cansado, pues era muy tarde; echó la llave a su puerta y se la guardó antes de acostarse.

Después de todo y por mucho que intente acallarla, un alma humana es una posesión terriblemente fantasmal e inquietante para un hombre malvado. ¿Quién conoce su ámbito y sus confines? ¿.Quién conoce toda su espantosa incertidumbre, los estremecimientos y escalofríos que no puede reprimir, como tampoco puede sobrevivir a su propia eternidad? ¡Que insensato es aquél que se encierra para mantener fuera los espíritus, cuando tiene en el propio pecho un espíritu al que no se atreve a enfrentarse, cuya voz, ahogada bajo montones de futilidad mundanal, emite una advertencia como la trompeta del juicio final!

Pero Legree cerró su puerta con llave y apoyó una silla contra ella, puso una lámpara encendida en la cabecera de la cama, y colocó las pistolas allí. Examinó los cierres y pasado res de las ventanas, luego juró que «no le importaba el diablo con todos sus ángeles» y se durmió.

Sí, se durmió, pues estaba cansado; durmió profundamente. Pero finalmente apareció una sombra en su sueño, un espanto, la aprensión de algo terrible que pendía sobre él. Era la mortaja de su madre, pensó; pero la sujetaba Cassy, la levantaba para mostrársela. Oyó un ruido confuso de gritos y gemidos; así y todo, sabía que dormía, e intentó despertarse. Estaba medio despierto. Estaba seguro de que algo entraba en su habitación. Sabía que se abría la puerta, pero no podía mover ni las manos ni los pies. Por fin se volvió, sobresaltado. ¡La puerta estaba abierta y vio cómo una mano apagaba la luz!

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