Nos quedamos perplejos. La catedrática leía el aymara como si fuera su propia lengua, dejando la traducción del telar de Jovi a la altura del tacón. Pero, además, quizá por su deseo de demostrar hasta qué punto controlaba el tema, siguió explicando en voz alta su razonamiento:
– Estas frases -dijo, cruzando los brazos sobre el pecho- son un juego de palabras cuya finalidad es oponer las ideas de pasividad y estancamiento a las de movimiento y transformación: los humanos permanecen estables en la tierra, mientras que los pájaros evolucionan sustituyendo la tierra por el cielo. En resumidas cuentas, estamos hablando del uso de las fuerzas dinámicas para la obtención de un cambio.
No sé si esperaba que dijéramos algo pero, como hablaba igual que si estuviera impartiendo una clase, nos mantuvimos callados.
– En cualquier caso, las figuras de los adoradores de la Puerta del Sol aparecen mezcladas con el texto formando figuras triangulares con vértices que apuntan a la cabeza de cóndor. Si considerásemos ambas tablas como una sola y numerásemos las filas y las columnas del uno al diez, como si se tratara de un tablero de ajedrez… -se pinzó el labio inferior con el pulgar y el índice, pensativa-, la figura cambiaría radicalmente porque entonces tendríamos dos líneas diagonales cruzadas en el centro, una formada por dos pájaros y tres humanos y otra por dos humanos y tres pájaros.
– Cinco -se le escapó a Proxi, que seguía la explicación con gran interés-. Las dos líneas diagonales suman cinco figuras cada una. Lo digo porque estoy convencida de que todo esto tiene que ver con la prueba anterior, la de multiplicar por cinco y dividir por dos.
– Sin duda se trata de una progresión en conocimientos y habilidades -repuso la doctora Torrent-. Nos enseñan algo y nos piden que lo apliquemos de manera práctica. ¿Somos dignos de acceder a un poder superior o, por el contrario, nuestra incapacidad mental nos cierra las puertas?
Yo estaba alucinado escuchándolas a las dos, sobre todo a la catedrática. Tenía una forma de razonar absolutamente científica y una manera de explicarse definitivamente pedagógica, y Proxi, nuestra Proxi, captaba la onda como un receptor de radar, reaccionando en sintonía.
– Oiga, doctora… -la interrumpió Jabba -. ¿Usted no sabe hablar como las personas normales? ¿Siempre tiene que ser tan rebuscada?
Marta Torrent le miró achicando los ojos, como si se concentrara para enviarle rayos gamma que lo convertirían en un charquito de plasma, y pensé que allí se iba a montar una buena si no intervenía para detenerlo. Sin embargo, aquella fue la ocasión en que aprendí que los ojos achinados de la doctora eran el paso previo a su risa incontenible. En lugar de ofenderse y reaccionar como una Némesis enfurecida, sus carcajadas repicaron en la galería de suelo agujereado y rebotaron por los muros, multiplicándose. Al final, parecía que nos hubiera rodeado un coro de bacantes.
– ¡Oh, lo… siento, señor…! -quiso disculparse mientras intentaba dejar de reír-. No… no recuerdo su nombre, perdóneme.
– Marc. Me llamo Marc -respondió él de mala gana.
Yo pensé: «Bond. James Bond.» Pero me callé.
– Marc, perdóneme. No quería molestarle. Es que, ¿sabe?, mis hijos y mis alumnos siempre se están burlando de mí por la forma que tengo de hablar. Por eso me ha hecho gracia. Espero no haberle ofendido.
Jabba sacudió la cabeza, denegando, y le dio la espalda para dejar bien clara su indiferencia, pero yo, que le conocía bien, sabía que le había gustado la respuesta. Aquella situación empezaba a resultar bastante incómoda.
– Muy bien, veamos -murmuró Proxi, colocándose junto a la catedrática-. Si numeramos las filas y las columnas como usted ha dicho, del uno al diez, tenemos que la diagonal con tres cóndores y dos humanos tiene sus cinco figuras situadas en las casillas 2-2, 4-4, 6-6, 8-8 y 10-10, mientras que la diagonal con tres humanos y dos cóndores las tiene en 1-10, 3-8, 5-6, 7-4 y 9-2. Por lo tanto, la más regular es la de los tres cóndores.
Para entonces yo ya había hecho varias rápidas operaciones mentales con los números, y estaba llegando a la conclusión de que la serie irregular carecía de sentido matemático mientras que la regular se correspondía, limpiamente, con los cinco primeros números enteros cuyo resultado, al dividir por dos y multiplicar por cinco, tenían la misma raíz.
– Hay que pulsar las cinco figuras de la diagonal con tres cóndores -dijo en ese momento el gusano rechoncho.
– Yeso, ¿por qué? -pregunté, molesto. Otra vez se me había adelantado.
– ¿Es que no lo ves, Root ? -me recriminó Proxi -. Dos, cuatro, seis, ocho y diez son divisibles por dos y multiplicables por cinco con la misma raíz, mientras que la otra serie carece de lógica.
– Sí, ya lo había notado -observé, acercándome-, pero ¿por qué hay que pulsar las cinco figuras?
– Porque son cinco, señor Queralt, cinco repartidas en dos tablas. Cinco y dos, los números de la primera prueba, y, además, siguiendo la idea contenida en las frases, los cóndores implican movimiento mientras que los humanos sugieren inmovilidad. En la diagonal de las cinco cifras divisibles por dos y multiplicables por cinco hay tres cóndores, mientras que en la otra hay tres humanos.
– Quizá el número tres tenga algo que ver con la siguiente prueba -comentó Jabba.
Proxi frunció el ceño.
– ¡A ver si somos más positivos! -le recordó.
– ¿Qué he dicho? -protestó él.
– Bueno, pero… ¿y si pulsamos esa combinación y resulta que el suelo termina de hundirse bajo nuestros pies? -comenté yo con aprensión.
– El suelo no se va a hundir -rezongó Proxi -. El razonamiento es perfectamente lógico y coherente. Tan limpio como un bucle infinito.
– ¿Qué es eso del bucle infinito? -quiso saber la catedrática.
– Un grupo de instrucciones en código que remiten unas a otras eternamente -le explicó-. Algo parecido a «Si Marc es pelirrojo entonces saltar a Arnau y si Arnau tiene el pelo largo, entonces volver a Marc». Nunca termina porque es un planteamiento absoluto.
– Salvo que yo me cortase el pelo y Marc se tíñese de rubio. Entonces dejaría de ser absoluto.
Era un buen chiste, pero a ellas no pareció hacerles la menor gracia, así que nosotros dos, que nos habíamos echado a reír, nos callamos.
– De todas formas -propuse reprimiendo la última y desgraciada sonrisa y hablando lo más juiciosamente que pude para recuperar la dignidad perdida-, tres de nosotros deberíamos retroceder hasta la zona del corredor en la que el suelo permanece entero y uno, asegurado con la cuerda, se quedaría aquí para pulsar la combinación. En caso de que el suelo terminara de hundirse, los otros tres lo sujetaríamos.
– ¿Qué es eso de «lo sujetaríamos»? ¿Ya te estás escaqueando? -insinuó discretamente Jabba.
– Ni tú ni yo podemos ser esa persona porque pesamos demasiado. ¿Lo entiendes? Debe ser una de ellas dos. No es una cuestión de valor sino de sobrecarga.
– Ha quedado muy claro, señor Queralt -convino la catedrática, sin inmutarse-. Yo pulsaré los tocapus. -Y ante el inicio de un gesto de protesta por parte de Proxi, levantó la mano en el aire, deteniéndola-. No es por ofenderla, Lola, pero yo estoy más delgada y, por lo tanto, peso menos. Se acabó la discusión. Denme esa cuerda y aléjense.
– ¿Está segura, Marta? -inquirió Proxi, no muy convencida-. Yo practico la escalada y podría defenderme mejor.
– Eso está por ver. Llevo toda mi vida trabajando en excavaciones y sé ascender y descender por una soga, así que márchense. Venga. No perdamos más tiempo.
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