– Mi hermano Ahmed -dijo Hakim a modo de presentación. Ahmed llevaba una bandeja con una jarra con agua. La depositó en la mesa y salió sin decir nada.
– Es mi hermano pequeño. Ha estudiado en la Universidad de Granada y creo que conoce a tu hermana.
Mohamed se movió incómodo en el sofá; no le gustaba que le recordaran a Laila, de manera que no respondió a Hakim y concentró su atención en el vaso de agua que se disponía a beber.
– Ahmed ha encontrado el verdadero camino al igual que otros jóvenes. Antes no quería atender nuestras razones, estaba seguro de que para los cristianos era un igual. Defendía con vehemencia a sus amigos granadinos, le gustaba ir a la universidad, su ambiente de libertad, hasta que ha comprendido que nunca será uno de ellos, sólo un «moro» más, como nos llaman despectivamente.
Una mujer, también vestida con chilaba y el hiyab , entró en la sala seguida de Ahmed. Entre ambos llevaban dos bandejas con varios platos de ensalada, queso, humus, dátiles y naranjas. No dijeron ni una palabra: tan rápido como habían entrado, salieron de la estancia.
– Es mi hermana mayor, viuda como yo, de manera que se encarga de mi casa. Tiene dos hijos pequeños que viven también aquí.
Ali y Mohamed escuchaban en silencio las explicaciones de Hakim sobre su situación familiar.
Hakim les conminó a comer y mientras lo hicieron charlaron de temas intrascendentes. Hasta que la hermana de Hakim les sirvió café éste no comenzó a hablar de la operación.
– ¿Ornar os ha explicado con detalle en qué consiste la misión?
– Sí -respondieron al unísono Mohamed y Ali.
– ¿Y estáis preparados? Es mejor que os lo penséis bien porque no será fácil. Es posible que alguno de nosotros pierda la vida en el empeño…
– Si muero espero estar en el Paraíso con Alá -aseguró con contundencia Ali.
– ¿Qué importa morir? Lo importante es la misión -añadió lleno de entusiasmo Mohamed.
– Morir es un honor, pero muertos no serviremos de nada; lo importante es cumplir con la misión. De manera que procurad vivir al menos hasta el último día; luego da lo mismo. Bien, quiero que os preparéis a fondo, de manera que vendréis aquí todos los días. Os quiero en buena forma y además tenéis que aprender a manejar con soltura los explosivos. Os aseguro que no es fácil.
»El plan es éste: a las ocho en punto llegaréis a mi casa para el entrenamiento; también iremos perfeccionando los detalles, estudiaremos a fondo los lugares, Santo Toribio, la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma, la iglesia del Santo Sepulcro. Estos dos últimos atentados los llevarán a cabo en principio otros hermanos, pero debemos estar preparados por si nos corresponde a nosotros ese honor. Con la cruz nos combatieron, es su símbolo; pues bien, nosotros lo destruiremos para siempre. Esperaremos a que Salim al-Bashir nos comunique que ha llegado el momento.
– ¿La gente del pueblo no se extrañará por nuestra presencia? -quiso saber Ali.
– El pueblo es nuestro y todos los que vivimos aquí pertenecemos al Círculo. La presencia de las mujeres y los niños da al pueblo aspecto de normalidad. Las autoridades no nos molestan: pagamos los impuestos y aquí no hay peleas ni broncas. Trabajamos y rezamos en la mezquita, somos ciudadanos ejemplares. En alguna ocasión la televisión ha hecho reportajes sobre este oasis, que ponen como ejemplo del arraigo de los musulmanes en España.
»Tú, Mohamed, di a tu familia que has encontrado trabajo aquí. Tenemos una cooperativa que comercializa los productos de nuestras huertas; diles que nos vas a echar una mano con los números. Tú, Ali, no tienes que dar explicaciones a nadie, tus padres están en Marruecos y tu hermano es uno de los nuestros.
– Yo confío en mi familia -terció Mohamed.
– Tu padre es un buen hombre y tu madre una mujer ejemplar, pero no pertenecen al Círculo -replicó Hakim.
– Mi padre sabe… bueno, sabe lo de Frankfurt.
– Ya sabe demasiado. No puedes decirle nada de esta misión. Tu esposa es la hermana de Hasan y sabe que no debe preguntarte nada y no lo hará. En cuanto a tu hermana… te habrán dicho que no nos fiamos de ella.
– Laila no hace nada malo -la defendió Mohamed.
– No es una buena musulmana. Cree que puede interpretar el Corán a su conveniencia y se apoya en el viejo Jalil para justificarse. No, Mohamed, no nos fiamos de Laila. En todo caso en el Círculo nada sabemos los unos de lo que hacen los otros y estamos obligados a guardar silencio.
Mohamed no quiso rebatir a Hakim; pensó que carecía de argumentos para hacerlo.
Había caído la tarde convirtiendo el cielo en penumbra cuando Mohamed y Ali dejaron atrás el pueblo de Hakim. El viaje de vuelta también lo hicieron en silencio ninguno de los dos se atrevió a comentar nada delante del conductor que les transportaba en el todoterreno rumbo a Granada.
Salim al-Bashir saboreó el vino que brillaba como el rubí a través del delicado cristal de la copa.
– Excelente -dijo mirando al hombre que sentado frente a él le observaba divertido.
– Lo sé, es un Château Petrus del 82, una excelente cosecha.
– Sí. Sí que lo es.
Un camarero retiró los platos y les anunció los postres, la especialidad de la casa. Salim se dejó tentar por una mousse de chocolate, mientras que su acompañante pidió café y una copa de calvados.
– Y ahora, hablemos de negocios.
Salim al-Bashir clavó sus ojos en el hombre. Le caía bien, en realidad pensaba que, a pesar de las aparentes diferencias, ambos tenían muchas cosas en común.
Su interlocutor era mayor que él; de edad indefinida, lo mismo podía tener sesenta que setenta años. Alto, de complexión fuerte, con el cabello blanco y una mirada verde acero en la que se podía ver, además de determinación, dureza. Pensó que a Raymond de la Pallisière se le notaba que era un aristócrata.
– No se preocupe, las cosas van bien. Hoy me han comunicado que ya está formado el equipo. Hombres con experiencia.
– ¿Cómo en Frankfurt?
Salim le miró fijamente antes de responder, pero decidió no hacerlo.
– Son hombres preparados y sobre todo leales a la causa…
– ¿A qué causa? -preguntó riéndose el hombre mayor.
– ¿Cómo que a qué causa? Ellos obedecen y creen que van a cambiar el mundo, lo mismo que usted y que yo.
– ¿Usted cree que va a cambiar el mundo?
– En realidad ya lo estamos haciendo. Mire a sus líderes babear detrás de nosotros, preocupados por no ofendernos, creyendo que somos niños a los que se contenta dándoles la razón. Son estúpidos, profundamente estúpidos, los desprecio. Occidente está condenado por su estupidez.
– Occidente está condenado porque ha perdido la perspectiva, porque quiere arrancar sus raíces de cuajo, porque no tiene valores, porque lo que impera es el sálvese quien pueda… Con la caída del Muro comenzó el principio del fin de Occidente.
– ¿Sabe? No le entiendo. A veces parece que lamenta que… Bueno, estamos de acuerdo en lo sustancial. Además, usted quiere humillar a los suyos tanto como nosotros, ¿no?
– Sí, quiero humillarles… quiero hacer un daño específico, devolver ojo por ojo y diente por diente, nada más.
– ¿Le parece poco?
– Me parece suficiente. Pero hablemos de negocios: ¿nadie desconfía de usted?
– ¿Y de usted?
– ¿Por qué habrían de hacerlo? Soy un respetable miembro de mi comunidad, un hombre fuera de toda sospecha.
– Yo también, y además soy musulmán, con lo que tienen más cuidado; temen ofenderme y que les acuse de racistas o de algo peor.
– ¿Y sus alumnos?
– Mis alumnos me quieren; ellos también intentan ser políticamente correctos. ¿Algún día me dirá cómo me encontró?
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