Amin Maalouf - Samarcanda

Здесь есть возможность читать онлайн «Amin Maalouf - Samarcanda» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Samarcanda: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Samarcanda»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Samarcanda — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Samarcanda», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Conviene saber que Tabriz, hasta la construcción del ferrocarril transcaucásico, veinte años antes, había sido la puerta de Persia, el paso obligado de los viajeros, de las mercaderías y de las ideas. Varios establecimientos europeos tenían allí sucursales, como la compañía alemana de Mossig y Schünemann o la Sociedad Anónima de Comercio Oriental, importante firma austríaca. Había igualmente consulados, la Misión Presbiteriana americana y diversas instituciones más, y me complace decir que en ningún momento, a lo largo de los difíciles meses de asedio, se consideró a los súbditos extranjeros como blanco.

Más aún, reinaba una conmovedora fraternidad. No hablo de Baskerville, de mí mismo ni de Panoff, que rápidamente se unió al movimiento. Quiero honrar aquí a otras personas, como a Mr. Moore, corresponsal del Manchester Guardian, que no dudó en tomar las armas al lado de Fazel y fue herido en combate; o al capitán Anginieur, que nos ayudó a resolver numerosos problemas logísticos y que con sus artículos en el Asie française contribuyó a suscitar, en París y en el mundo entero, ese impulso de solidaridad que salvó a Tabriz de la suerte atroz que la amenazaba. La presencia activa de los extranjeros fue para ciertos religiosos de la ciudad un argumento contra los defensores de la Constitución, «un revoltijo -cito- de europeos, armenios, babis e impíos de todas clases». Sin embargo, la población permanecía impermeable a esa propaganda y nos rodeaba de un agradecido afecto, cada hombre era un hermano para nosotros, cada mujer una hermana o una madre.

He de precisar que fueron los mismos persas los que desde el primer día, dieron su apoyo espontánea y masivamente a la resistencia. Primero los habitantes libres de Tabriz, luego los refugiados que a causa de sus convicciones habían tenido que huir de sus ciudades o pueblos para buscar protección en el último baluarte de la Constitución. Ese fue el caso de cientos de «hijos de Adán» que acudían desde todos los rincones del Imperio y no pedían más que sostener un arma. Fue el caso, igualmente, de varios diputados, ministros y periodistas de Teherán que habían logrado escapar de la gigantesca redada que había ordenado el coronel Liakhov y que a menudo llegaban en pequeños grupos, extenuados, despavoridos, desamparados.

Pero el más valioso de los nuevos adictos fue indudablemente Xirín, que había desafiado el toque de queda para salir de la capital en automóvil, sin que los cosacos se atrevieran a interponerse. Su pequeño landó causó admiración entre la gente, tanto más cuanto que su chófer, uno de los pocos persas que conducían semejante vehículo, era de Tabriz.

La princesa se había instalado en un palacio abandonado. Había sido construido por su abuelo, el viejo shah asesinado, con la intención de pasar allí un mes al año. Pero dice la leyenda que desde la primera noche se sintió enfermo y sus astrólogos le aconsejaron que no volviera a poner los pies en un lugar de tan mal agüero. Nadie lo había habitado desde hacía treinta años; se le llamaba, no sin temor, el Palacio Vacío.

Xirín no dudó en desafiar a la mala suerte y desde entonces su residencia fue el corazón de la ciudad. A sus grandes jardines, isla de frescor en aquellos anocheceres de verano, acudían gustosos los dirigentes de la resistencia. Yo los acompañaba a menudo.

La princesa parecía cada vez más feliz de verme; nuestra correspondencia había tejido entre nosotros una complicidad en la que nadie se habría atrevido a inmiscuirse. Por supuesto, nunca estábamos solos y en cada reunión o en cada comida había decenas de compañeros.

Se discutía incansablemente y a veces se bromeaba, pero sin excesos. En Persia no se tolera jamás la familiaridad, la cortesía es puntillosa y grandilocuente y suelen tener tendencia a llamarse «el esclavo de la sombra de la grandeza» del individuo al que se dirigen; y cuando se trata de altezas, de altezas en femenino sobre todo, besan el suelo, si no de hecho al menos mediante fórmulas de lo más ampulosas.

Y llegó aquella turbadora noche de jueves. Exactamente el 17 de septiembre. ¿Cómo podría olvidarlo?

Por cien razones diferentes todos mis compañeros se habían marchado ya y yo mismo me había despedido con los últimos. En el momento de cruzar la verja exterior de la finca, me di cuenta de que me ha dejado junto a mi asiento una carpeta donde solía llevar algunos papeles importantes. Volví, pues, sobre mis pasos, pero en modo alguno con la intención de ver de nuevo a la princesa; estaba convencido que después de despedirse de sus visitas se había retirado.

No. Estaba aún sentada, sola, en medio de veinte sillas vacías. Pensativa, lejana. Sin dejar de mirarla, recogí carpeta lo más lentamente posible. Xirín seguía inmóvil, de perfil, sorda a mi presencia. En medio de un recogido silencio, me senté y la contemplé durante largo Con esa sensación de encontrarme doce años atrás veía, la veía, en Constantinopla, en el salón de Yamaleddín. Estaba entonces como ahora, de perfil, con un azul sobre sus cabellos que caía hasta los pies de su silla. ¿Qué edad tendría entonces? ¿Diecisiete años? La que en ese momento tenía treinta era una mujer serena, soberbia mujer madura. Tan esbelta como el primer día. Evidentemente, había sabido resistir a la tentación de mujeres de su rango: desplomarse hasta el fin de sus días, ociosa y glotona, sobre un diván de opulencia. ¿Se habría casado? ¿Estaría divorciada? ¿Sería viuda? Jamás hablamos de ello.

Me hubiera gustado decir con voz firme: «Te he querido desde Constantinopla». Mis labios temblaron y luego se cerraron sin emitir el menor sonido.

Sin embargo, Xirín se había vuelto hacia mí lentamente. Me observó sin sorpresa, como si yo no me hubiera marchado y regresado. Su mirada dudó y de pronto adoptó el tuteo:

– ¿En qué piensas?

La respuesta brotó de mis labios.

– En ti. Desde Constantinopla a Tabriz.

Una sonrisa, quizá azarada, pero que decididamente no quería ser una barrera, recorrió su rostro. Y yo no, encontré nada mejor que hacer que citar su propia frase convertida en una contraseña entre ella y yo:

– ¡Nunca se sabe, nuestros caminos podrían cruzarse!

Transcurrieron algunos segundos de mudos recuerdos. Luego Xirín dijo:

– No me fui de Teherán sin el libro.

– ¿El Manuscrito de Samarcanda ?

– Está constantemente sobre la cómoda, cerca de mi cama; no me canso jamás de hojearlo, me sé de memoria las Ruba'iyyat y la crónica que el texto lleva al margen.

– Daría con gusto diez años de mi vida por una noche con ese libro.

– Yo daría con gusto una noche de mi vida.

Al instante siguiente yo estaba inclinado sobre el rostro de Xirín, nuestros labios se rozaron, cerramos los ojos y ya nada existió a nuestro alrededor, sólo la monotonía del canto de las cigarras amplificado en nuestras mentes aturdidas. Beso prolongado, beso ardiente, beso de los años superados, de las barreras derribadas.

Por temor a que llegaran otros visitantes o a que se acercaran los sirvientes, nos levantamos y la seguí por una galería cubierta, una pequeña puerta insospechada y una escalera con los peldaños rotos hasta los aposentos del antiguo shah que su nieta se había apropiado. Dos pesadas hojas se cerraron, luego un macizo pestillo y nos encontrarnos solos, juntos. Tabriz no era ya una ciudad separada del mundo, era el mundo el que languidecía separado de Tabriz.

En un majestuoso lecho de columnas y colgaduras abracé a mí real amada, Con mi propia mano deshice cada lazo, desabroché cada botón y con mis dedos, con mis palabras, con mis labios, dibujé cada contorno de su cuerpo. Ella se entregaba a mis caricias, a mis torpes besos, y de sus ojos cerrados se escapaban unas tibias lágrimas.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Samarcanda»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Samarcanda» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Aminatta Forna - Ancestor Stones
Aminatta Forna
Amin Maalouf - Samarkand
Amin Maalouf
Amin Maalouf - Leo Africanus
Amin Maalouf
Amin Maalouf - Disordered World
Amin Maalouf
Jonathan Stroud - The Amulet of Samarkand
Jonathan Stroud
Amin Maalouf - Los Jardines De Luz
Amin Maalouf
Carla Amina Baghajati - Muslimin sein
Carla Amina Baghajati
StaVl Zosimov Premudroslovsky - AMIN’NY ANDRO. Ny mahamenatra
StaVl Zosimov Premudroslovsky
Amin Rismankarzadeh - Darkness Monster
Amin Rismankarzadeh
Отзывы о книге «Samarcanda»

Обсуждение, отзывы о книге «Samarcanda» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x