– Ni siquiera te rozará la mano.
La miró con un deseo tan evidente que ella se ruborizó.
Durante las horas posteriores, Drusila aguardó su llegada con una mezcla de vergüenza e impaciencia.
Al caer la noche, él subió con el corazón palpitante la escalera secreta que había construido Augusto para reunirse con Livia. De madrugada, se echó a temblar con tanta violencia que a Drusila le dio miedo. En realidad, temblaba de felicidad. Era tanto su contento que no se avenía a separarse de ella. Le anunció que había recibido en sueños la advertencia de que debía acallar a Zeus. El rey de los dioses se estaba propasando.
– Mandaré instalar en el tejado del Palatino una máquina que hablará más fuerte que él.
Drusila escuchó aquel desatino sin dejar entrever la menor sorpresa. Estaba muy enfermo, pero ella lo curaría.
– ¿No temes que ese ruido nos moleste?
– Para nada. Será armonioso. -A continuación se extendió en explicaciones. En el teatro se conseguía, con ayuda de valvas marinas, ese tipo de efecto. Bastaría con colocar sobre el techo una trompa en la que penetrase el viento. Ella tuvo que pedirle varias veces que se vistiera para acudir a la salutatio donde lo aguardaba desde hacía largo rato la clientela imperial.
En el transcurso de la mañana, Drusila visitó a Claudio. Cuando éste se secó los labios en su mejilla, reconoció con placer aquel pequeño sinsabor afectuoso de su infancia. A continuación le presentó a su esposa. Por las descripciones de Cayo, Drusila esperaba encontrarse con una desvergonzada. En cambio, descubrió con asombro a una guapa muchacha apenas salida de la infancia que, con las manos cruzadas encima de la estola en ademán juicioso, posaba en su marido una mirada admirativa, candida y respetuosa. Como una colegiala aplicada, se humedecía de vez en cuando los labios con la punta de la lengua. ¿Se trataba de la misma lúbrica actriz que actuaba con seis parejas? Tras dispensarle unas cuantas palabras de bienvenida, Mesalina se levantó para dejar a solas a su marido con la recién llegada. Tras dedicarle la reverencia con genuflexión que las madres recomendaban a las niñas cuando se dirigieran a un alto personaje, se encaminó a la puerta con un liviano paso de bailarina.
Claudio resplandecía de orgullo.
– ¿Qué te parece?
– Es muy joven, muy hermosa y muy bien educada. Sin duda eres un hombre feliz, tío.
– Más de lo que crees. Posee todas las cualidades deseables menos una.
– ¿Cuál?
– No es ahorradora. Aunque no me importa; merece que uno se arruine por ella. ¡Pone tanto interés en complacerme! ¡Es tan atenta, tan divertida! ¡Fíjate, me llama su Bibendum! Dice que bebo un poco más de la cuenta y cree que bibendum es el supino del verbo bibere. ¡Confundir un gerundio con un supino! ¿No es adorable? Y además es muy respetuosa con los usos, muy piadosa. Profesa un culto especial por Venus. ¡Hay que reconocer que Venus fue pródiga con ella! Si supieras… -Se detuvo al borde de las confidencias de alcoba y cambió de tema-. Tu llegada supone un acontecimiento doblemente feliz, para la familia y para Roma. Desde tu marcha, todo ha ido de mal en peor. Cayo te echaba mucho de menos.
Por su incomodidad patente, ella dedujo que juzgaba el incesto como una abominación. Nadie en la familia imperial ignoraba hasta dónde había llegado el afecto entre hermano y hermana.
– Sólo tú -continuó- ejerces cierto ascendiente sobre él. Se comporta de una forma que nos inquieta a todos. A veces tiene ideas raras.
– Lo sé. Llevo poco tiempo aquí y ya me ha hablado de ahogar la voz de Júpiter con una máquina y de nombrar cónsul a su caballo. Sinceramente, tío, ¿crees que ha perdido la razón?
– No, no es eso, no está loco. Como dice Mesalina, la personificación del sentido común, es un artista. Cree que todo el mundo está en el teatro. ¡Imagínate: la hace salir a escena, a ella que es tan tímida! Según él, ella rebosa talento. Hay que reconocer que Cayo la quiere mucho, pero ¿quién no querría a Mesalina? Es tan…
Drusila lo interrumpió. Había cuestiones más importantes de que hablar.
– ¿Qué piensan de él en Roma? ¿Qué comentan en el Senado?
– Que está mal de la cabeza, pero eso no demuestra nada. Los senadores tienen una cuenta pendiente con el régimen. Ya trataban de loco a Tiberio, que no se entregaba a ninguna extravagancia.
– Pero veamos, ¿por qué ordenó la muerte del pobre Gemelo?
Drusila advirtió la sombra del miedo en el ancho rostro colorado.
– La política. La razón de Estado. ¡Ay, es bien triste!
– ¿Y Macrón? ¿Había algún motivo para mandarle a los centuriones?
– ¡La política, la política! Pero, volviendo a tu pregunta, Cayo está en su sano juicio. Le gusta la provocación. Obliga a los senadores a correr detrás de su litera. Tu hermano quiere divertirse, Drusila. No es consciente de que, habida cuenta de la posición que ocupa, sus bromas resultan peligrosas. Si asevera que su caballo va a ser cónsul, es para ridiculizar al Senado que nombra a los cónsules. La máquina para imitar la voz de Zeus constituye una burla de la manera de entender la religión de los romanos. Entre nosotros, no le falta razón; nuestros flámines y nuestros augures a menudo mueven a risa, pero forma parte de nuestro culto.
– De niño, él sólo rezaba a Isis.
– Sí, prefiere los dioses de Oriente. Quiere cambiarlo todo. Me ha anunciado que quería proclamar parilia el día del aniversario de su advenimiento, llamarlo por el nombre que conmemora la fundación de la ciudad. ¡Cualquiera diría que pretende erigir Roma de nuevo! En eso se equivoca. Roma es un edificio muy viejo, que se debe tocar con precaución. Hay que mostrar un gran respeto por las magistraturas. Tiberio se levantaba al paso de los cónsules, recibía siempre con talante amistoso a los senadores, después de ordenar que los registraran por su temor a los atentados. El Senado se torna tanto más peligroso cuanto peor trato recibe.
– Habla con él, tío. Valorará mucho tus consejos.
– ¡ Ah, yo no me ocupo de la política! -declinó Claudio, levantando los brazos-. ¡A cada uno su oficio! Además, Cayo ya sabe todo eso. Es muy inteligente y el mejor orador de Roma.
– Yo creía que ese honor correspondía a Séneca.
– Tienes razón, Séneca era el mejor orador, pero no pronuncia discursos desde hace tiempo. Tu hermano estaba un poco… ¿cómo decirlo? No celoso, pero sí susceptible. No le gusta que lo aventajen en algo.
– Se habrá granjeado muchas enemistades, ¿no?
– Demasiadas. Olvida que los romanos no poseen una inteligencia como la suya. El romano es valiente como un león, y resistente como un mulo, pero en cuanto le mencionan una novedad, se vuelve más necio que un asno.
Satisfecho de su símil, repitió dos veces aquel stultior asino que todos los escolares romanos aprendían para practicar el comparativo.
– Todo se arreglará, ahora que estás aquí -prosiguió-. Me alegro de que Mesalina te haya causado una buena impresión. Seguro que seréis grandes amigas.
Drusila soportó de nuevo su beso húmedo. Aunque no cabía esperar mucha ayuda de él, su conversación la había reconfortado.
La empresa en la que se había embarcado se erguía ante ella como una muralla.
45 Roma-Chipre, junio del año 38
A fin de que todos compartieran su felicidad, Calígula se había vuelto a convertir en el dechado de bondad que había sido durante los primeros meses de su reinado. De nuevo se indultó a los condenados a muerte. Los juicios se suspendieron, para infundir un ánimo festivo a los acusados. Un edicto prohibió llevar luto para no entristecer a los viandantes, y se suprimió el periodo de celibato para las viudas con objeto de facilitar los nuevos casamientos.
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