Matilde Asensi - Tierra Firme

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Mar Caribe, 1598. Tras sobrevivir a un abordaje pirata, que acaba con la vida de toda la tripulación, la joven Catalina Solís, exhausta y abatida por el brutal asesinato de su hermano durante el ataque, alcanza finalmente una isla. Después de dos años de penurias y adversidades, un navío arriba a la costa del islote. El maestre del barco decide adoptarla, y presentarla como un hijo mestizo desconocido hasta entonces para él.
A partir de ese momento, convertida en Martín Nevares, Catalina descubrirá la libertad y la lealtad en un Nuevo Mundo repleto de peligrosos contrabandistas, corsarios y extorsionadores.

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Así pues, Fulano , Mirón , Alfana y yo salimos a la calle y nos dirigimos hacia el Manzanares, tomando para ello el camino de los huertos. Por fortuna, a última hora pensé que habría menester de una buena antorcha y tomé una de la tienda, que me iluminó debidamente el oscuro sendero, cubierto por una espesa bóveda de trenzadas ramas que no dejaban pasar la luz de la luna ni ver las estrellas. Ya oía el cercano rumor del agua cuando, al punto, unas figuras salieron de la nada y se interpusieron en mi camino.

– ¡Martín!

Era la voz de Sando, el hijo menor de Benkos, al que conocía desde que subió como rehén a nuestra nao la primera noche que tuvimos contacto con los cimarrones en Taganga.

– No puedo verte -dije.

Él se rió.

– Baja del caballo, amigo, y acércate. Nosotros te vemos bien con esa buena antorcha que traes.

Desmonté y até a Alfana a un árbol. Sando estaba acompañado por un joven negro asustadizo que miraba en derredor con gran temor y espanto. Parecía muy bien educado y era gallardo de porte y maneras. Sus ropas eran de finas telas, si bien estaban muy sucias y rotas por el boscaje, y, para su desgracia, sus antiguos amos habían elegido marcarle con el hierro en la mejilla izquierda, deformándole grandemente el agraciado rostro.

– Mira, Martín, éste es Francisco, mozo de cámara de Arias Curvo hasta hace una semana. Debes saber que ha muchos meses que Francisco nos pidió que le liberásemos, mas fue tu ruego de socorro el que nos determinó a sacarlo ahora de Cartagena. Aún se halla muy asustado, pues no ha parado de correr desde que abandonó a su amo y nunca había estado antes ni en las ciénagas ni en las montañas. Él puede informarte de lo que deseas. Nació en casa de Arias y en ella ha estado a su servicio en muy buenos puestos y de mucha confianza.

A Francisco parecía no llegarle la rota camisa al cuerpo. La oscuridad de la selva y sus sonidos nocturnos le amedrentaban. Daba botes y hacía grandes aspavientos cuando rumoreaban las hojas o chillaba algún mono sin sueño. Era como un elegante caballero arrancado de sus salones de baile.

– ¿Conoces lo que quiero, Francisco? -le pregunté para atraer su desordenada atención.

– Así es, señor -murmuró, tranquilizándose un tanto-, y puedo ayudaros en vuestras pretensiones pues nadie conoce mejor que yo a los hermanos Curvo.

Era una lástima que le hubieran deformado el rostro con la carimba. Tenía la nariz fina, como de indio, y los labios delgados y pequeños. Quizá se tratara de un zambo [43]de piel oscura. De no tener la marca, hubiera resultado un joven muy bien parecido.

– Háblame de ellos, Francisco. Cuéntame sus secretos, aquellos por los que matarían.

– ¡Son tantos, señor! -suspiró-. Me ayudaría mucho saber para qué precisáis la información, pues podría brindaros el más adecuado.

– Dámelos todos -le urgí.

Él volvió a suspirar.

– No saldríamos de este camino ni en tres días, señor, pero puedo ofreceros uno que, a no dudar, os servirá. Es la más reciente fechoría de mi amo y, si se conociera, le trastocaría un gran negocio y le mancharía el nombre donde más le interesa mantenerlo limpio.

– ¡Ése es el que quiero! -exclamé.

– Pues escuchad con atención, señor -principió-. Los Curvos son, en realidad, cinco hermanos, aunque esto casi nadie lo conoce. Tres varones y dos hembras. Pertenecen a una familia sevillana de buena posición. Fernando, el mayor de los cinco, está inscrito en la matrícula de cargadores a Indias y tiene casa de comercio en Sevilla. Arias y Diego, los otros dos varones, actúan como factores o apoderados de los intereses de dicha casa en Tierra Firme. Fernando casó ha muchos años con Belisa de Cabra. ¿Sabéis de quién os hablo?… ¿Os dice algo el apellido?

– Ni por asomo -respondí.

– Belisa de Cabra es la única hija de Baltasar de Cabra, que fue boticario en Sevilla hasta que, gracias al comercio con las Indias, terminó convertido en el más rico y poderoso banquero de la ciudad. Baltasar de Cabra, usando sus ahorros, empezó a fiar caudales con un interés del diez por ciento a los maestres que necesitaban dineros para aprestar sus naos y a los mercaderes que carecían de ellos para comprar y cargar mercaderías. Estas actividades usurarias le enriquecieron tanto que cerró la botica y se convirtió en cambista, con objeto de seguir haciendo lo mismo aunque de forma legal. Hoy en día posee el negocio más importante de Sevilla, de suerte que muchas de las flotas se dotan a crédito con sus solos caudales, caudales que luego, cuando los barcos regresan, recupera con grandes beneficios, naturalmente.

Sando y yo no pudimos evitar soltar una exclamación de asombro. Aquéllas eran palabras mayores.

– Veo que os impresiona -sonrió Francisco, muy ufano-, mas deberíamos tomar asiento pues la historia es larga.

Obedecimos su consejo y, plantando la antorcha en el centro del camino, los perros y nosotros tres nos acomodamos a su alrededor. Los animales estaban tranquilos. Si alguien se acercaba, ladrarían.

– La familia Curvo -siguió contando Francisco, ajeno ya a la tenebrosa selva que le rodeaba- ha consumado una buena política de matrimonios. Si Fernando, el mayor, casó con Belisa de Cabra, la segunda hermana de los cinco, Juana, es la esposa de Lujan de Coa, al que tampoco conoceréis, ¿verdad?

Negamos con la cabeza.

– Lujan de Coa es el prior del Consulado de Sevilla [44]. ¿Habéis oído hablar del Consulado de Sevilla?

Yo asentí, mas Sando quedó en suspenso.

– Entonces, señor, si conocéis el Consulado no os costará trabajo atar algunos cabos con los negocios de los hermanos Curvo aquí, en Tierra Firme.

¡Naturalmente que no me costaba! Juana Curvo era la fuente de su privilegiada información, de su conocimiento acerca de las flotas y las mercaderías, y de su gobierno del siempre mal abastecido mercado de Tierra Firme. ¿Qué no podría conseguir la esposa del prior del Consulado? Tal y como habíamos supuesto Rodrigo y yo en La Borburata tras conversar con Hilario Díaz, Fernando Curvo conocía toda la información sobre las flotas, sólo que no podíamos figurarnos que este conocimiento se producía a través de una hermana casada con el propio prior del Consulado.

Aún no había terminado de digerir aquello cuando Francisco empezó a hablar del tercero de los hermanos Curvo:

– Después de Fernando y Juana viene Arias, mi amo… mi antiguo amo. Arias llegó al Nuevo Mundo hace veinte años. Era sólo un mozo cuando abandonó Sevilla para trabajar como encomendero de cierto importante mercader de México, en la Nueva España, primo lejano de su madre, que le favoreció para que aprendiera los secretos de la carrera comercial. Realizó de este modo, en nombre de su protector, tres o cuatro viajes entre Sevilla y Nueva España, cultivando amistades y estableciendo relaciones personales con los cargadores que compraban y vendían por grueso, no por menudeo. Se creó una buena reputación y conoció a fondo los entresijos del negocio y todos los mercados del Nuevo Mundo. Ayudado por el primo de su madre, se prometió y más tarde casó con Marcela López de Pinedo, hija de una acaudalada familia de comerciantes de Nueva España que aportó una gran dote al matrimonio. Con esta dote, se mudó a Cartagena y se estableció por su cuenta, convirtiéndose en el factor de su hermano Fernando.

– ¡Qué buenas bodas las de todos los Curvos! -exclamé.

– No lo sabéis bien, señor -admitió Francisco, asintiendo con la cabeza-. Pero aún mejor fue la cuarta, la de Isabel, que casó con Jerónimo de Moncada, juez oficial y contador mayor de la Casa de Contratación de Sevilla, al frente del Tribunal de la Contaduría de la Avería… ¿Sabéis lo que es la avería? -preguntó al ver nuestras caras de desconcierto-, ¿no?, pues el impuesto que pagan los cargadores para costear entre todos ellos los gastos de los galeones que protegen las flotas y de las armadas que defienden la navegación a las Indias. Mas, volviendo a Jerónimo de Moncada -continuó-, puedo deciros que entregó poderes a sus cuñados para que éstos le representaran en todos los asuntos y negocios que tiene en el Nuevo Mundo, que son muchos. Como veréis, la trama de intereses y lazos familiares de los hermanos Curvo es demasiado grande para ser conocida en su totalidad. El oficio de Jerónimo de Moncada en la Casa de Contratación está estrechamente relacionado con el de Lujan de Coa al frente del Consulado de Mercaderes y, sin duda, también con el de Baltasar de Cabra, el banquero que presta los caudales para las flotas. Entre los tres reúnen más poder efectivo que cualquier ministro del rey, mas son pocos, o ninguno, los que aquí conocen tal circunstancia.

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