Anne Rice - Camino A Caná

Здесь есть возможность читать онлайн «Anne Rice - Camino A Caná» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Camino A Caná: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Camino A Caná»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Esta segunda entrega de la ambiciosa y valiente crónica de la vida de Cristo comienza justo antes de su bautizo en aguas del Jordán y termina con el milagro de Caná. Jesús vive como un miembro más de su comunidad, a la espera de una señal que le indique el camino que habrá de tomar. Cuando el agua de las tinajas se convierte en vino, Jesús atiende a su llamado y se convierte en aquel que invoca a Israel para que tome las armas contra Roma.

Camino A Caná — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Camino A Caná», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

José señaló con un gesto a Santiago.

– Yo hablo por ella -dijo Santiago-. Mi padre y yo hablamos por ella. ¿Qué deseas decirme en relación con ella? Esa chica es nuestra pariente.

– Ah, y nuestra también -dijo Hananel-. ¿Qué te parece que deseo decir? ¿Por qué crees que me he tomado el esfuerzo de bajar a este estercolero? He venido aquí con una petición de matrimonio para la chica en favor de mi nieto Rubén, que se sienta aquí a mi derecha, y al que conocéis muy bien, como yo os conozco a vosotros. Y hablo ahora de matrimonio entre mi hijo y esa chica.

Su mal padre la ha abandonado delante de los ancianos de este lugar y a la vista de todos los presentes, incluidos mi nieto y yo mismo, de modo que si eres tú quien habla ahora por ella, respóndeme por ella. José se echó a reír.

Nadie más dijo una palabra, ni se movió, ni siquiera respiró más fuerte.

Pero José río y miró el techo. Sus cabellos blancos ya estaban secos, y sus ojos húmedos refulgían al resplandor de las brasas. Río como si estuviera soñando.

– Ay, Hananel -dijo-. Cuánto te he echado de menos, y ni siquiera lo sabía.

– Sí, y yo también te he echado de menos, José. Y ahora, antes de que lo digáis vosotros, hombres listos, dejadme decirlo a mí: la chica es inocente; era inocente ayer y es inocente hoy. Y es muy joven.

– Amén -dije.

– Pero no es pobre -observó Santiago-. Tiene dinero que viene de su madre, y tendrá un contrato de matrimonio como es debido, refrendado en esta misma habitación antes de estar prometida ni casada con nadie, y será una novia desde que salga por esta puerta hasta su noche de bodas.

Hananel asintió.

– Trae la tinta y el pergamino -dijo-. Ah, escuchad cómo llueve. ¿Qué posibilidades tengo de dormir bajo mi propio techo esta noche?

– Nos sentiremos honrados de que duermas en nuestra casa, señor -dije, y Santiago me respaldó musitando algunas palabras llenas de orgullo.

Todo el mundo insistió en la invitación. Mi madre y la vieja Bruria corrieron a preparar potaje y pan caliente.

Desde algún lugar de la casa, por encima del piso bajo, oí un murmullo de voces femeninas que dominaba incluso el tabaleo constante de la lluvia. Vi volver a Mará, aunque no me había dado cuenta de que se hubiera ido. De modo que Abigail estaba ya enterada de lo que ocurría, mi preciosa y angustiada Abigail.

Tía Esther trajo varias hojas de pergamino, tinta y pluma.

– Escribid, escribid -dijo Hananel en tono alegre-. Escribid que todo lo que corresponde a la herencia de su madre es suyo, de acuerdo con la costumbre pública, privada, escrita y no escrita, y con la tradición inveterada, sólo objetable mediante consenso de las partes, y de acuerdo con la propia declaración de la interesada, no obstante la negativa de su padre. Escribidlo.

– Señor -dijo mi madre-. Esto es todo lo que podemos ofrecerte, me temo, un poco de potaje, pera el pan está recién hecho y caliente.

– Es un banquete, hija mía -dijo él, e inclinó la cabeza con gravedad-.

Conocí a tu padre y le tuve en estima. Éste es un buen pan. -Le dedicó una sonrisa, y luego miró ceñudo a Santiago-. Y tú, ¿qué estás escribiendo? -¡Cómo! Escribo exactamente lo que has dicho.

Y así empezó.

Duró una hora entera.

Hablaron, discutieron cada una de las condiciones y cláusulas usuales.

Santiago regateó sin piedad cada punto concreto. Las propiedades de la muchacha serían suyas a perpetuidad, y si alguna vez su marido, alegando no importa qué motivo, la repudiaba, sus propiedades retornarían a ella con las indemnizaciones que reclamaran sus parientes; y así discutieron cada punto tal como solía hacerse siempre, y discutieron y siguieron discutiendo. Y Santiago se salió con la suya todas las veces. De vez en cuando Cleofás le hacía una seña de asentimiento, o alzaba un dedo para exigir cautela, pero en general fue Santiago quien lo negoció todo, hasta que todo quedó escrito. Y firmado.

– Ahora os ruego, señores, que permitáis que la novia se case lo antes posible -declaró Hananel con un encogimiento de hombros cansado. Su voz se había difuminado un poco a causa del vino, y se frotaba los ojos como si le dolieran-. En vista de lo que ha sufrido esa niña, en vista de la disposición de su padre, celebremos ya la ceremonia. Dentro de tres días o antes incluso, insisto, por el bien de la chica. Yo me ocuparé de inmediato de los preparativos en mi casa.

– No, señor -dije-. Eso no será así.

Santiago me dirigió una mirada aguda, llena de aprensión y desconfianza.

Pero ninguna mujer me miró. Para ellas estaba clara la objeción que yo iba a plantear.

– Dentro de pocos meses -dije-, por Purim, Abigail estará preparada para recibir al cortejo del novio, cuando venga a esperarla en el umbral de esta casa, y lo recibirá convenientemente ataviada para su nuevo marido y debajo del pabellón; y todos nuestros parientes saldrán a saludaros y a cantar, y desfilarán con vosotros y bailarán con vosotros, y entonces ella será vuestra.

Santiago me dirigió una mirada encendida. Mi tío alzó las cejas pero no dijo nada. José me observaba con placidez.

Mi madre asintió y las demás mujeres la imitaron.

– Eso significa esperar más de tres meses -suspiró Rubén.

– Sí, señor -confirmé-. Inmediatamente después de Purim, cuando todos hayamos escuchado el pergamino de Esther, como corresponde hacer.

Hananel me miró fijamente y después accedió.

– De acuerdo. Estamos conformes.

– Pero ahora, si se me permite -pidió Rubén-, pido si es posible verla sólo un momento, hablar con ella, para darle este regalo. -¿Qué regalo es ése? -preguntó Santiago.

Le hice un gesto de que callara. Todos sabíamos que el compromiso no quedaría cerrado hasta que Abigail recibiera el regalo de Rubén.

Santiago miró a Rubén, ceñudo.

Este sacó el regalo con cuidado y apartó la envoltura de seda. Era un collar de oro, muy delicado y finamente trabajado. Tenía piedras preciosas que relucían. Yo nunca había visto nada así. Podía venir de Babilonia o de Roma.

– Dejadme ver si la chica está bien y puede hablar -dijo mi madre-.

Señor, bebe tu vino y dame tiempo para hablar con ella. Estaré de vuelta tan pronto pueda.

Hubo algunos sonidos ahogados en la habitación de arriba. Bajaron varias mujeres. Rubén se puso en pie y Santiago hizo lo mismo. Yo estaba ya levantado.

Hananel miraba expectante, y las lámparas iluminaban su cara ligeramente despectiva y aburrida.

Trajeron a Abigail hasta la puerta.

Vestía una sencilla túnica de lana blanqueada y un manto, y llevaba el pelo recogido en unas hermosas trenzas.

Las mujeres la empujaron con suavidad hacia delante. Rubén quedó frente a ella.

El susurró su nombre. Le tendió el regalo envuelto en seda con ambas manos, como si fuera un objeto frágil que pudiera romperse en pedazos.

– Para ti, mi novia -dijo-. Si te dignas aceptarlo.

Abigail me miró. Yo le hice un gesto afirmativo.

– Vamos, puedes aceptarlo -la animó Santiago.

Ella recibió el regalo y desenvolvió la seda. Se quedó mirando el collar, en silencio. Estaba deslumbrada.

Sus ojos encontraron los de Rubén de Cana.

Yo miré al abuelo. Se había transformado. Su fría mirada de desdén había desaparecido. Miraba absorto a Abigail y su nieto. No dijo nada.

Fue Rubén quien habló con voz insegura.

– Mi preciosa Abigail -dijo-. He recorrido muchas leguas desde la última vez que te vi. He visto muchas maravillas y estudiado en muchas escuelas, y viajado a muchos lugares. Pero siempre he llevado en mi corazón un recuerdo querido, y era tu imagen, Abigail, cuando cantabas con las doncellas en el camino de Jerusalén. Y en mis sueños, oía tu voz.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Camino A Caná»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Camino A Caná» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Camino A Caná»

Обсуждение, отзывы о книге «Camino A Caná» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x