– De todas formas, ¿por qué no me dejas vaciarlo? Así te librarás del mal olor.
– ¡Lárgate!
Eco se inclinó sobre mí, como se había inclinado cuando me despertó de la pesadilla por la mañana. Hubo una larga pausa, luego pasos que retrocedían y la puerta se abrió y se cerró. Me esforcé por escuchar y me pareció oír un murmullo fuera del establo.
Aquel día no habíamos podido cazar una rata.
Pero al día siguiente Fortuna nos sonrió con un particularmente rollizo, particularmente curioso y (lo más importante para nosotros) particularmente lento habitante del pozo. Nos vino bien, ya que nuestro captor insistió en vaciar el cubo aquella mañana. Eco me aseguró que su cara mostró un gran disgusto al ver tanta sangre en la orina. De nuevo oímos una discusión fuera del establo. Las voces eran más altas que otras veces y ambas tenían un tono inequívoco de recriminación. El compañero casi nunca visto del captor vino y me echó un vistazo.
– ¿Qué te duele? -preguntó con aspereza.
Gruñí.
– La barriga, estúpido -dijo Eco, tratando de dar la impresión de que estaba enfadado y preocupado y se esforzaba por ocultarlo.
Los captores se retiraron en silencio pero oímos una fuerte discusión al otro lado de la puerta. Las voces se alejaron en la invisible y desconocida distancia.
– Ya que vamos a salir de aquí pronto… -comencé.
¿Por qué no ser un insensato optimista? Era el cuadragésimo cuarto día de cautividad, siete días antes de los idus de marzo, el cuarto día de mi fingida enfermedad. Eco había vuelto a capturar, matar y desangrar una rata.
«Su ansia por un poco de pan anuló su buen juicio», por citar la solemne apología que recitó Eco mientras enterraba la criatura en un rincón apartado de la vista y, así lo esperábamos, del olfato.
– ¿Sí? -dijo Eco.
– Ya que vamos a salir pronto de aquí, creo que tendríamos que pensar en quién puede tener razones para mantenernos aquí.
– Quizá podríamos descubrirlo a través de los captores.
– Si todo va bien, una de dos, o tendremos que huir de ellos o ellos tendrán que huir de nosotros. No creo que vayamos a hablar mucho. De todas formas, repasar los datos que conocemos de este enigma nos entretendrá durante un par de horas.
– ¿Otra vez?
– Compláceme. A menos que tengas una cita en algún sitio. Pero creo que no. Bien, ¿qué fue lo que descubrimos en la Vía Apia? O, más exactamente, ¿qué fue lo que no descubrimos?
¡Ésa es la pregunta idónea para producirle dolor de cabeza a Aristóteles, papá! También podrías pedirme que demostrara una negativa.
– Tienes razón. Vayamos por partes. Si creemos la versión de la sacerdotisa Felicia, Milón y Clodio se encontraron en la Vía Apia por casualidad. No hubo emboscada. Los dos grupos avanzaban sin problemas hasta que se pudieron ver con claridad. Clodio profirió un insulto contra Birria. Birria, en un impulso, se dio la vuelta y arrojó una flecha a Clodio. No fue mucho más premeditado que una bronca en una taberna.
– También es posible, papá, que Birria se hubiera propuesto disparar la flecha antes, siguiendo órdenes de su amo. A lo mejor, Birria insultó a Clodio antes y Felicia no lo oyó; Clodio respondió y Birria lo utilizó como pretexto para empezar el ataque. Pudo ser premeditado o, quizás, Milón dio la orden a Birria en aquel preciso momento, cuando se encontraron los dos grupos. Las fuerzas de Milón eran superiores. Quizás vio la ocasión de matar a Clodio y la aprovechó.
– Un buen razonamiento, Eco. De todos modos, no tenemos pruebas de que Clodio planeara o instigara el enfrentamiento a no ser pinchando e insultando a Birria. Probablemente, el conflicto se originó espontáneamente o por instigación de Milón. ¿Y qué ocurre? Los hombres de Clodio son aplastados rápidamente. Algunos son asesinados y otros huyen a través del bosque. Clodio, herido y con el camino hacia su villa cortado por los hombres de Milón, es atendido por cinco o seis de sus hombres que le llevan hacia Bovilas. Se refugia en la posada cuyo posadero le conoce y aprecia.
Me froté las manos para calentarlas. El pozo parecía especialmente húmedo aquel día.
– Los hombres de Milón no les siguieron en seguida. Felicia dijo que corrieron por los alrededores como perros que hubieran perdido el rastro hasta que llegó Milón. Al principio estaba furioso, sobre todo con Birria.
– ¿Porque Birria había atacado a Clodio por iniciativa propia… o porque había fallado el tiro? -dijo Eco.
– Sospecho que por la primera razón. Cuando estuvo más tranquilo, Milón organizó una especie de conferencia y, sólo cuando ésta hubo terminado, envió a Eudamo, Birria y varios más en persecución de Clodio. Personalmente me parece muy significativo. Si Milón hubiera premeditado el asesinato de Clodio, creo que sus hombres habrían estado preparados para perseguir a Clodio de inmediato y lo habrían hecho, mucho más si tenemos en cuenta que estaba herido y se movía con lentitud a pie. ¿Por qué esperaron? Creo que porque estaban esperando instrucciones de su jefe, al que había cogido de sopetón todo lo que acababa de pasar. ¿Por qué regañó a Birria? Porque el gladiador había actuado precipitadamente, estúpidamente y sin su consentimiento. Cierto que Milón habría estado muy contento si sus hombres hubieran matado limpiamente a Clodio, pero me parece más probable que el incidente fuera espontáneo y que cuando Clodio huyó a pie, nadie estaba muy seguro de qué era lo que tenía que hacer.
– Pero finalmente lo persiguieron.
– Sí, porque Milón decidió terminar lo que sus hombres ya habían iniciado sin su consentimiento. ¿Qué era más peligroso para él, Clodio herido o Clodio muerto? Herido, Clodio podría regresar a Roma, reorganizar sus fuerzas, iniciar un proceso legal contra Milón por intento de asesinato y terminar con la ambición de Milón de ser cónsul. Si Clodio moría, Milón sería responsable de un asesinato, pero al menos los seguidores de Clodio estarían paralizados por la confusión y la persona de Clodio no estaría merodeando por ahí para acusarle. En cualquiera de los dos casos, Milón se enfrentaba a la ruina de todo aquello por lo que había trabajado. Es otra de las razones por las que creo que el incidente no fue premeditado. Asesinar a Clodio con veneno o furtivamente habría sido otra cosa, pero hacerlo de una manera tan torpe sólo habría dañado a Milón. Me pregunto si pensaría en su tocayo, Milón de Crotona, cuando trataba de partir aquel enorme tronco y sus manos quedaron atrapadas en la hendidura. ¿Oiría los aullidos de lobos hambrientos mientras andaba de un lado a otro de la Vía Apia tratando de decidir lo que iba a hacer? Debería haber sido un momento triunfal para Milón…, el final de Clodio de una vez para siempre a su alcance…, pero me parece que debió de ser un momento realmente amargo.
– Y finalmente decidió enviar a sus hombres a perseguirlo -intervino Eco.
– Una vez has herido a una bestia peligrosa es mejor matarla. Sin duda es lo que habría hecho Milón de Crotona.
– Así que despidió a sus hombres y esperó noticias. Me parece muy cobarde por su parte no haberse unido a la batalla.
– Si se lo hubieras preguntado, imagino que habría dicho que se quedó atrás para velar por su esposa y su familia.
Eco dejó escapar una risa sarcástica y su cara se ensombreció. Había dicho las palabras con ironía pero tan pronto estuvieron fuera de mi boca, era difícil no pensar en nuestros seres queridos y en lo vulnerables que se encontrarían sin nosotros.
– En todo caso -dije-, no mucho más tarde aparecieron el senador Tedio y su hija en su litera, con su séquito de esclavos y guardaespaldas. Tedio y Milón se reconocieron. Milón dijo una mentira (que había sido atacado por los bandidos) y aconsejó a Tedio que se diera la vuelta. El obstinado viejo senador, en lugar de hacerle caso, continuó, a pesar de las objeciones de su piadosa hija.
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