Consideré el comentario mientras sorbía de mi copa el vino de Falerno recién servido. Una pausada brisa de la tarde había comenzado a agitar el cielo de Roma, inclinando los pilares de humo y deshilachando sus tramos superiores.
– Pero ¿qué me dices de la muerte de Milón de Crotona, Grande?
Cómo dice el proverbio? «Poseer una fuerza descomunal no sirve de nada a menos que el hombre sepa utilizarla.» Ésa fue la perdición de Milón de Crotona. Salió de viaje un día, a pie, y se perdió en la densidad de un bosque. Lejos de la carretera llegó a un claro en donde habían estado trabajando unos leñadores, que se habían ido porque se les había hecho tarde. Vio un tronco gigantesco. A lo largo del tronco había una grieta con diversas cuñas de acero clavadas en la hendidura. Al parecer, los leñadores habían intentado partir el tronco en dos, pero el esfuerzo fue demasiado para ellos y lo habían dejado para otro día. Milón pensó: «Lo partiré en dos yo solo. ¡Imagínate lo sorprendidos que se quedarán todos al ver que un hombre ha hecho el trabajo por ellos empleando únicamente sus propias manos! ¡Me tendrán por muy listo! ¡Qué agradecidos quedarán conmigo! ¡Otra famosa prueba de fuerza para Milón de Crotona!». Así que metió los dedos en la estrecha hendidura hasta que las palmas de las manos estuvieron totalmente presionadas a ambos lados del tronco. Estiró con todas sus fuerzas. Las cuñas de hierro se soltaron y cayeron al suelo; la grieta se cerró de golpe. Las manos de Milón quedaron atrapadas. Los brazos se le doblaron. El tronco era demasiado pesado para que él pudiera cambiarlo de sitio. No podía moverse.
»Se hizo de noche. Se oían aullidos en el bosque. Las bestias salvajes salieron sigilosamente al claro. Podían oler su miedo, sentir su impotencia. Sólo lo mordisquearon al principio, pero cuando vieron que no podía defenderse, se abalanzaron sobre él con los colmillos centelleantes. Lo descuartizaron y lo devoraron vivo.
A la mañana siguiente, los aterrorizados leñadores encontraron lo que había. quedado de Milón de Crotona. -Pompeyo sorbió un poco de vino-. ¿Es preciso que me extienda sobre determinados paralelismos evidentes con el peligro en que se encuentra nuestro Milón?
– No, Grande. Parece que sabes mucho de los dos Milones.
– Mi padre solía contarme historias sobre Milón de Crotona cuando era niño. En cuanto a Tito Anio Milón, él y yo hemos sido aliados en alguna que otra ocasión.
– Pero ¿ya no lo sois?
– Clodio y yo fuimos aliados también una vez -dijo eludiendo la respuesta-, igual que César y yo fuimos aliados y lo seguimos siendo, por lo que yo sé.
– No lo entiendo, Grande.
– Algunas cosas sólo pueden comprenderlas las Parcas. No importa. ¿Y tú, Sabueso? ¿Quiénes son tus aliados? ¿A quién sirves? Pareces ser un hombre que se mueve en todos los ambientes pero sin pertenecer a ninguno.
– Eso parece, Grande.
– Lo que te convierte en un individuo muy poco corriente, Sabueso. Un hombre que merece la pena conocer.
– No estoy seguro del porqué, Grande.
– Quiero que hagas un trabajillo para mí.
Fueron muchos los sentimientos que se concentraron a un tiempo en mi persona: excitación, cansancio, sensación de vértigo.
– Quizás, Grande. Si está en mi mano.
Quiero que hagas un viaje por la Vía Apia hasta el lugar donde mataron a Clodio. Lleva contigo a tu hijo, si quieres. Echa un vistazo a los alrededores. Habla con la gente de la región. Mira a ver qué puedes averiguar. Si eres tan bueno como indica tu nombre, tal vez descubras algunas cosas que otros hayan pasado por alto.
– ¿Por qué yo, Grande? Seguramente habrá otros hombres a los que puedas enviar.
– No hay nadie que se pueda mover con tanta libertad como pareces hacerlo tú entre la casa de Fulvia y la de Cicerón. Como te he dicho, eres un tipo muy poco corriente.
– Parece que las Parcas me han dejado en una curiosa posición.
– No eres el único. Todos hemos de sometemos a las Parcas. -Bebió el vino lentamente sin quitarme los ojos de encima-. Sabueso, deja que te explique una cosa. Como general, he llegado a ser casi infalible. He ido de triunfo en triunfo sin un traspié, sin tan siquiera un momento de vacilación. Tengo instinto para ello, ya lo sabes. Un ingenio peculiar que me pertenece sólo a mí. Podría hacerlo con los ojos cerrados, pero la política… la política es otro tema. Me acerco al Foro del mismo modo que me acerco al campo de batalla. Formo a mis soldados, organizo un plan, pero las cosas nunca parecen ir exactamente como yo quiero. Creo que voy directamente al premio y súbitamente me encuentro con que no sé dónde estoy o cómo he llegado hasta allí. Pierdo todo el sentido de la orientación.
»Julia decía siempre que tenía malos consejeros. Probablemente tenía razón. En un campo de batalla, tus tropas están aquí, el enemigo está allí y un hombre que no te da la información correcta es hombre muerto al día siguiente. Pero entre estas tinieblas, una daga puede ir dirigida a tu corazón y nunca lo sabes. Y los llamados consejeros tienen la costumbre de decirte lo que creen que quieres oír, no importa cuál sea la realidad. No me importaría contarte cuántas veces he lanzado a la carga a mis soldados con ayuda de un mapa por un camino que nos llevaba directamente a un muro de ladrillo. ¡Eso ya no debe ocurrir ahora! ¡No ahora! No más consejos falsos, no más mentiras piadosas, no más palos de ciego. He de conocer la extensión del terreno, la disposición del enemigo, los movimientos exactos de todas las fuerzas que haya a mi alrededor. En primer lugar y por encima de todo, quiero saber exactamente qué ocurrió en la Vía Apia. ¿Lo entiendes?
– Creo que sí, Grande.
– ¿Puedo confiar en ti, Sabueso?
Me quedé mirándole un buen rato preguntándome si podía confiar en Pompeyo.
No es necesario que respondas -dijo finalmente-. Mi instinto de general no concibe en ti el engaño. Así pues, ¿harás lo que te pido?
Fulvia ya me había pedido que investigara las circunstancias que rodearon la muerte de su esposo. Ahora Pompeyo hacía lo mismo. Sentí los ojos de Eco puestos en mí. Respiré hondo.
– Bajaré a la Vía Apia. Averiguaré lo que pueda sobre la muerte de Clodio.
Pompeyo asintió con la cabeza:
– Estupendo. Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo; nunca he pedido a nadie que haga algo por mí sin pagarle como es debido. Respecto al alojamiento, puedes quedarte en mi villa mientras estás por allí. No está lejos de la villa de Clodio. Probablemente a un tiro de piedra de donde lo mataron.
Pegó un sorbito al vino de Falerno y contempló la ciudad.
– Dentro de uno o dos días saldré de Roma. Cuando regrese, acabaré con todas estas insensateces.
– ¿Insensateces, Grande?
Con un movimiento ondulante de la mano indicó los pilares de humo.
– Este desorden infernal.
– Pero ¿cómo, Grande?
Pompeyo me dirigió una mirada penetrante.
– Me imagino que no haré ningún mal en decírtelo. Mañana el Senado se reunirá en el pórtico de mi teatro, en el Campo de Marte.
– Fuera de la muralla.
– Sí. De esta manera podré asistir (legalmente asistir) al proceso. ¡Que nadie diga luego que Pompeyo se cree por encima de la ley! Son muchos los asuntos que se me han amontonado, como puedes imaginarte. Se presentarán numerosas propuestas. Una de ellas será reconstruir el Senado. Ahí no existirá ninguna controversia. Sugeriré que se conceda el contrato al cuñado de Milón, Fausto Sila. ¡Que nadie diga luego que Pompeyo es injusto con los parientes de Milón! Además, tal nombramiento parece el único apropiado, ya que fue Sila, el padre de Fausto, el que remodeló la antigua Curia. Por consiguiente, el Senado rendirá homenaje a la memoria del dictador Sila y sus victorias. Miles de romanos se encogen ante la palabra «dictador». Se olvidan de lo importante que es tener algún mecanismo por medio del cual el poder supremo pueda situarse en manos de un solo hombre cuando así lo requieran las circunstancias.
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