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Sarah Lark: En El Pais De La Nube Blanca

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Sarah Lark En El Pais De La Nube Blanca

En El Pais De La Nube Blanca: краткое содержание, описание и аннотация

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Londres, 1852: dos chicas emprenden la travesía en barco hacia Nueva Zelanda. Para ellas significa el comienzo de una nueva vida como futuras esposas de unos hombres a quienes no conocen. Gwyneira, de origen noble, está prometida al hijo de un magnate de la lana, mientras que Helen, institutriz de profesión, ha respondido a la solicitud de matrimonio de un granjero. Ambas deberán seguir su destino en una tierra a la que se compara con el paraíso. Pero ¿hallarán el amor y la felicidad en el extremo opuesto del mundo? En el país de la nube blanca, el debut más exitoso de los últimos años en Alemania, es una novela cautivadora sobre el amor y el odio, la confianza y la enemistad, y sobre dos familias cuyo sino está unido de forma indisoluble.

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– Sí, era lo previsto. Pero la pobre madame ha tenido un fuerte ataque de asma. Tuvimos que llevarla a la cama, no podía pronunciar ni una palabra. ¡De qué le vendrá! Madre se preocupó tan concienzudamente de que no se acercara ningún animal…

Gwyneira intentaba permanecer impasible y fingir lamentarlo, pero su expresivo rostro reflejaba cierto triunfo. Warden tenía ahora tiempo de observar a la muchacha más de cerca: poseía una tez muy clara y con una ligera tendencia a las pecas, un rostro en forma de corazón que habría obrado un efecto ingenuamente dulce si la boca hubiera sido menos llena y ancha, lo que proporcionaba a los rasgos de Gwyneira cierta sensualidad. Sobre todo destacaban en el rostro los grandes ojos, insólitamente azules. Azul índigo, recordó Gerald Warden. Así lo llamaban en las clases de pintura en que su hijo malgastaba la mayoría del tiempo.

– ¿Y no habrá entrado por casualidad Cleo en el salón después de que la sirvienta haya eliminado cualquier pelo de perro antes de que madame osara salir de sus estancias? -preguntó Silkham con severidad.

– Ah, no creo -opinó Gwyneira con una dulce sonrisa que dio al color de sus ojos un tono más cálido-. Antes de la clase la he llevado personalmente al establo y le he ordenado por favor que te esperase allí. Pero cuando volví, todavía estaba sentada delante del box de Igraine. ¿Habrá presentido algo? Los perros son a veces muy sensibles…

Lord Silkham recordó el vestido de terciopelo azul oscuro que llevaba Gwyneira durante la comida. Si había llevado a Cleo así vestida y se había acuclillado junto a ella para darle esas indicaciones, se le habrían prendido tantos pelos del perro como para dejar a madame fuera de combate durante tres semanas.

– Ya hablaremos más tarde de esto -señaló Silkham con la esperanza de que su esposa asumiría entonces los papeles de fiscal y juez. En ese momento, delante de una visita, no quería seguir regañando a Gwyneira-. ¿Qué opina usted de las ovejas, Warden? ¿Responden a lo que usted se había imaginado?

Gerald Warden era consciente de que, al menos para guardar las formas, debía ahora ir de un animal a otro y examinar la calidad de la lana, las construcciones y el estado del pienso. En realidad, no le cabía la menor duda de que las ovejas eran de primera calidad. Todas eran grandes, sanas y estaban bien alimentadas, y su lana volvía a crecer de forma regular tras la esquila. Un Lord Silkham no se permitiría en ninguna circunstancia, sobre todo por cuestión de honor, engañar a un comprador de ultramar. Más bien le ofrecería los mejores animales para salvaguardar su fama de ganadero también en Nueva Zelanda. En este sentido, la mirada de Gerald se posó en primer lugar en la insólita hija de Silkham. Le parecía mucho más interesante que los animales de cría.

Gwyneira había descendido sin ayuda de la silla. Una amazona tan airosa como ella seguramente también podría montar en la silla sin un punto de apoyo. En el fondo, Gerald estaba sorprendido de que hubiera elegido la silla lateral; probablemente prefería la de caballero. Pero tal vez eso habría sido la gota que hacía rebosar el vaso. Lord Silkham no parecía encantado de ver a la muchacha, y sus modales frente a la institutriz francesa se ajustaban poco a los propios de una damisela.

A Gerald, por el contrario, le gustó la muchacha. Contempló con satisfacción la figura delicada, pero lo suficientemente redondeada en los lugares adecuados. No cabía duda de que la muchacha había completado su desarrollo aunque era muy joven, apenas mayor de diecisiete años. Gwyn tampoco parecía ser infantil en absoluto; las damas adultas no mostraban tanto interés por caballos y perros. En cualquier caso, el modo en que Gwyneira trataba a los animales estaba muy alejado del frívolo comportamiento femenino. En ese momento rechazaba sonriendo al caballo que intentaba apoyar su expresiva cabeza sobre el hombro de ella. La yegua era claramente más pequeña que el Hunter, sumamente robusta, pero elegante. El cuello arqueado y el lomo corto de la yegua le recordaron los caballos españoles y napolitanos que le habían ofrecido, entre otros, en sus viajes por el continente. Sin embargo, los había encontrado en general, para Kiward Station, demasiado grandes y tal vez también demasiado sensibles. No habría podido exigirles que recorrieran Bridle Path, desde el muelle hasta Christchurch. Sin embargo, ese caballo…

– Tiene usted un caballo muy bonito, milady -observó Gerald Warden-. Acabo de admirar su estilo de salto. ¿Participa también en cacerías con él?

Gwyneira hizo un gesto afirmativo. Al mencionar su yegua los ojos brillaron de igual modo que cuando hablaba de la perra.

– Es Igraine -dijo con naturalidad-. Es un Cob. Los caballos típicos de la región, muy seguro de paso y tan bueno para el tiro como para la carrera. Crecen en libertad en la montaña. -Gwyneira señaló las escabrosas montañas que se elevaban al fondo del pastizal: un entorno salvaje que requería sin duda una naturaleza robusta.

– Pero no es la típica montura para damas, ¿verdad? -dijo Gerald riéndose. Ya había visto cabalgar en Inglaterra a otras jóvenes ladies. La mayoría prefería ligeros purasangre.

– Depende de si la dama sabe montar -replicó Gwyneira-. Y no me puedo quejar… ¡Cleo, apártate de una vez de mis pies! -ordenó a la pequeña perra después de casi tropezar con ella-. ¡Lo has hecho bien, todas las ovejas están ahí! Pero en realidad no ha sido una tarea difícil. -Se volvió hacia Silkham-: ¿Puede reunir Cleo a los carneros, padre? Se aburre.

Pero Lord Silkham quería mostrar primero las ovejas para la cría. Y también Gerald se forzó entonces a contemplar con más detalle los animales. Entretanto, Gwyneira dejó pastar al caballo y rascó suavemente a la perra. Al final, su padre aceptó la sugerencia:

– Está bien, Gwyneira, enséñale el perro al señor Warden. Sólo estás deseando presumir un poco. Venga, Warden, debemos cabalgar un trecho. Los jóvenes carneros están en la colina.

Como Gerald había supuesto, Silkham no hizo ningún movimiento para ayudar a su hija a subir a lomos del caballo. Gwyneira dominaba la difícil tarea de poner primero el pie izquierdo en el estribo y luego colocar elegantemente la pierna derecha sobre el cuerno de la silla de montar, llena de gracia y de naturalidad, mientras la yegua permanecía tan quieta como una estatua. Una vez se hubo acomodado, a Gerald le complacieron sus elevados y elegantes movimientos. Le gustaban la muchacha y el caballo en igual medida, del mismo modo en que le fascinaba la perrita tricolor. Durante el paseo para llegar a los carneros, se enteró de que Gwyneira había adiestrado ella misma a la perra y que había ganado ya distintos concursos de perros guardianes.

– Los pastores ya no me aguantan más -explicó Gwyneira con una sonrisa ingenua-. Y la Asociación de Mujeres ha planteado la pregunta de si es decente en realidad que una chica presente a un perro. Pero ¿qué hay de indecente en ello? Sólo doy alguna vuelta por ahí y de vez en cuando abro y cierro una valla.

Efectivamente, bastaban unos pocos gestos con la mano y una orden susurrada para que el bien adiestrado perro pastor del lord partiera a cumplir su tarea. Al principio, Gerald Warden no vio ninguna oveja en la gran área, cuya cerca había abierto con facilidad Gwyneira desde su silla, en lugar de limitarse a saltar por encima. También entonces demostró su eficacia el caballo más pequeño: a Silkham y Warden les hubiera resultado difícil inclinarse desde sus altos animales.

Cleo y los otros perros necesitaron sólo unos pocos minutos para reunir el rebaño, si bien los jóvenes carneros eran más respondones que las tranquilas ovejas. Algunos se separaron mientras los guiaban o se enfrentaron belicosos a los perros, pero los pastores no se sintieron por ello desconcertados. Cleo movía encantada la cola cuando acudió de nuevo, tras una breve llamada, junto a su ama. Todos los carneros estaban a una distancia relativamente corta. Silkham señaló a Gwyneira dos de ellos, que Cleo separó del resto a una velocidad vertiginosa.

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