Selma Lagerlöf - Jerusalén

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Una gran epopeya rural por la primera mujer que obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Jerusalén narra la trayectoria vital de un grupo de campesinos suecos que a finales del siglo XIX, empujados por la fe, abandonaron su país para establecerse en Palestina. Alternando los retratos de aquellos miembros de la comunidad que decidieron quedarse en Suecia con los de los que iniciaron una nueva vida en Tierra Santa, la autora crea, como dijo Marguerite Yourcenar, una epopeya-río que surge de las mismas fuentes del mito. Selma Lagerlöf -la primera mujre que obtuvo el premio Nobel de Literatura- demuestra su genialidad en una novela viva que tiene como escenario un mundo de transición y como protagonistas a unos personajes que reflejan la dualidad del ser humano y su continuo debate entre la esperanza y el miedo, el raciocinio y la pasión.

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No llevaba allí ni cinco minutos cuando el portón se abrió lentamente y apareció Gertrud. Se quedó escrutando alrededor unos instantes hasta que descubrió a Gabriel.

– ¿Eres tú, Gabriel? -dijo, y fue a sentarse a su lado-. Ya me imaginaba que te encontraría aquí fuera.

– Sí, aquí hemos estado sentados muchas tardes -dijo él.

– Es verdad, pero supongo que ésta será la última.

– Supongo que sí.

Gabriel estaba muy tieso y estirado, y su voz sonaba fría y dura, de modo que cualquiera creería que el tema de conversación le resultaba indiferente.

– Ingmar me ha contado que tenía intención de pedirte que nos acompañaras durante el viaje.

– Sí, me lo ha pedido -dijo él-, pero yo he respondido que no.

– Ya me imaginaba que no querrías venir.

Luego guardaron silencio largo rato, como si no tuvieran nada que decirse; sin embargo, Gertrud no hacía más que volverse hacia Gabriel y observarlo. Él, por su parte, tenía la cabeza levemente inclinada hacia arriba y los ojos en el firmamento.

Cuando el silencio duraba ya mucho, Gabriel, sin bajar la mirada de las estrellas o hacer el menor gesto, dijo:

– ¿No te enfriarás sentada aquí fuera tanto rato?

– ¿Quieres que me vaya?

Él negó con la cabeza y dijo:

– Me gusta que estés aquí.

– He venido aquí esta noche -dijo ella- porque no sabía si podríamos volver a vernos a solas antes de mi marcha. Quería aprovechar para darte las gracias por todas las madrugadas que me has acompañado al monte de los Olivos.

– Eso sólo lo hice por mi propio deleite -repuso Gabriel.

– También quería agradecerte aquella vez que fuiste por el agua del pozo del Paraíso -continuó Gertrud con una leve sonrisa.

Pareció que Gabriel iba a contestar pero, en lugar de palabras, su garganta sólo emitió algo semejante a un sollozo. Esa noche había algo en él que conmovía infinitamente a Gertrud, que lo compadeció. «¡Si supiera qué decir para consolarle! ¡Si pudiera decirle algo que lo hiciera feliz en el futuro, cuando por las noches esté solo aquí bajo este árbol!» Pero al pensar esto le pareció que su propio corazón se encogía de pena y que todo su cuerpo iba sufriendo un extraño entumecimiento. «La verdad es que yo también lo echaré de menos. Hemos tenido mucho de qué hablar últimamente. Me he acostumbrado a verle radiante y alegre cada vez que nos encontramos, y me ha hecho bien tener a mi lado a alguien que siempre se ha sentido satisfecho conmigo con independencia de lo que yo hiciera.» Se quedó callada un rato, sintiendo cómo la añoranza crecía en ella como una enfermedad contraída de golpe. «¿Qué me sucede, qué es lo que me sucede? -pensó-. No puede ser que separarme de Gabriel me cause una pena tan amarga.»

De pronto, Gabriel empezó a hablar.

– Hay una cosa en la que pienso mucho -dijo.

– ¡Cuéntame qué es! -pidió Gertrud ansiosa. Le pareció que se sentiría menos triste si le oía hablar.

– Bueno, Ingmar me habló una vez del aserradero que tiene junto a su finca. Creo que su intención era que yo le acompañara a casa y lo arrendase.

– Se nota que Ingmar te ha tomado mucho aprecio -dijo ella-; no hay nada que él tenga en mayor estima que el aserradero.

– Llevo escuchando sus sonidos en mis oídos toda la tarde. Los bramidos del rabión, los chirridos del disco y los maderos que flotan en el río entrechocándose. No te imaginas cuán hermoso suena todo eso. Y también pienso en cómo sería trabajar para uno mismo, tener algo propio en lugar de compartirlo todo como aquí en la colonia.

– Vaya, así que era eso lo que estabas pensando -dijo Gertrud con frialdad, ya que de algún modo aquello la había decepcionado-. No hace falta que suspires más por esas cosas, sólo tienes que acompañar a Ingmar a Suecia y serán tuyas.

– No es sólo eso. Ingmar me ha contado que tiene un montón de troncos reservados para construir una cabaña junto al aserradero. Me dijo que ha marcado una parcela en una pendiente que da al rabión, donde hay dos grandes abedules. Y es esa cabaña lo que he estado viendo toda la tarde. La veo por dentro y por fuera. Veo las hojas frescas de abeto en el suelo delante de la entrada para limpiarse de barro los pies y veo arder el fuego en la cocina. Y cuando regreso a casa veo a alguien que me está esperando en el quicio de la puerta.

– Está refrescando, Gabriel -lo cortó Gertrud-. ¿No te parece que ya va siendo hora de entrar?

– Vaya, ahora quieres entrar.

Sin embargo, ninguno de los dos se movió, al contrario, se quedaron uno junto al otro, compartiendo un prolongado silencio que solamente muy de vez en cuando rompían.

– Creía que tú, Gabriel, amabas esta colonia más que a cualquier otra cosa y que no querrías separarte de ella por nada del mundo.

– Pues ya lo creo que hay algo por lo que la sacrificaría.

Gertrud se quedó pensativa un rato, y luego preguntó:

– ¿No vas a decirme qué es?

Gabriel no contestó enseguida, sino tras una larga consideración y con la voz medio ahogada.

– Claro que voy a decírtelo: que la mujer que amo me dijera que me quiere.

Gertrud se quedó tan quieta que apenas osaba respirar. No obstante, fue como si Gabriel hubiera oído decir a Gertrud que le amaba o algo semejante, ya que continuó con voz suave:

– Ya verás, Gertrud, cómo el amor por Ingmar volverá a renacer en ti. Has estado enojada con él un tiempo porque te traicionó, pero ahora le has perdonado y le querrás como antes. -Hizo una pausa para esperar una respuesta, pero Gertrud callaba-. Sería terrible si no le quisieras -prosiguió Gabriel-. ¡Piensa en todo lo que ha hecho para recuperarte! ¡Si hasta prefería quedarse ciego a volver a Suecia sin ti!

– Sí, sería terrible que no le quisiera -admitió Gertrud con un hilo de voz casi inaudible. Hasta esa misma noche había creído que sólo podría tener sentimientos por Ingmar-. Sin embargo, esta noche no logro aclararme, Gabriel. No sé qué me pasa, pero no me hables ahora de Ingmar.

Y luego ora uno ora la otra mencionaban que ya era hora de entrar, pero siguieron sin moverse, hasta que Karin Ingmarsdotter salió y los llamó.

– Ingmar quiere que vayáis a verle -dijo.

Coincidió que mientras Gertrud y Gabriel hablaban, Karin había ido al cuarto de Ingmar para pedirle que diese saludos y recuerdos de ella a varias personas. Karin estiró la conversación cuanto pudo. Era obvio que tenía algo que comunicarle que le costaba soltar. Finalmente, dijo en un tono parsimonioso e indiferente que, para quien la conociera, significaba que ahora diría lo que la había llevado allí:

– A Ljung Björn le ha llegado una carta de su hermano Per.

Ingmar la miró.

– Y debo reconocer que me porté mal cuando hablamos en mi cuarto el día que llegaste -añadió ella.

– No, mujer, tú sólo dijiste lo que considerabas correcto.

– No, ahora sé que tenías motivos para divorciarte de Barbro. Ljung Per dice en su carta que no es una mujer decente.

– Yo jamás he dicho nada malo de Barbro -protestó Ingmar.

– Se rumorea que hay un bebé en la finca.

– ¿Cuánto tiempo tiene ese bebé?

– Al parecer nació este agosto.

– Eso es mentira -dijo Ingmar y dio un puñetazo contra la mesa. Por poco le da a la mano de Karin, que se apoyaba en el tablero.

– ¿Quieres pegarme?

– Perdón. No me he fijado en que tu mano estaba de por medio.

Karin siguió hablando de lo mismo, e Ingmar se calmó.

– Como comprenderás, no me gusta oír estas cosas -dijo al cabo-. Dile a Ljung Björn de mi parte que no me gustaría que esto trascendiera mientras no sepamos si es cierto.

– Ya me encargaré de que no abra la boca -dijo Karin.

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