– ¡Felicidades, Alexander! -dijo dando un paso hacia delante con la mano extendida-. Tiene una hermosa niña de tres kilos y medio.
Una niña… Bueno, de todas formas, se lo esperaba.
– ¿Y Elizabeth? -preguntó.
– La eclampsia se estabilizó, pero todavía hay que esperar una semana para estar seguros deque está fuera de peligro. Las convulsiones pueden reaparecer en cualquier momento, aunque, en mi opinión, el sulfato de magnesio hizo efecto -respondió sir Edward.
– ¿Puedo subir?
– Estoy aquí para acompañarlo.
La habitación todavía apestaba a ácido fénico. No era un olor agradable pero, al menos, no evocaba el de la sangre o el de la putrefacción. Elizabeth estaba recostada en la cama, aseada y con ropa limpia. Su vientre se había deshinchado. Alexander se acercó cuidadosamente; nadie lo había preparado para hacer frente a ese momento. Ella tenía los ojos abiertos, la piel apagada por el agotamiento y las comisuras de los labios partidas y sangrantes.
– ¿Elizabeth? -la llamó, inclinándose para besarle la mejilla.
– Alexander -respondió ella esbozando una sonrisa-. Tenemos una hija. Lamento que no sea un varón.
– ¡Oh, no! ¡Yo no lo lamento! -dijo él con verdadera satisfacción-. Charles me estuvo hablando de las hijas mujeres. ¿Tú cómo estás?
– En realidad, me siento mucho mejor. Sir Edward dice que puedo tener más convulsiones, pero no lo creo.
Alexander le tomó una mano y la besó.
– Te amo, pequeña madre.
Sus ojos luminosos se apagaron.
– ¿Qué nombre le pondremos?
– ¿Cómo te gustaría llamarla?
– Eleanor.
– Cuando vaya a la escuela la llamarán Nell.
– Nell tampoco me desagrada, ¿y a ti?
– No, ambos son buenos nombres. Ni ridículos ni pretenciosos. ¿Puedo ver a mi hija?
Lady Wyler se acercó con una especie de paquete envuelto cuidadosamente y lo puso en los brazos de Elizabeth.
– Yo tampoco la he visto todavía -dijo Elizabeth aflojando las fajas-. ¡Oh, Alexander! ¡Es hermosa!
Tenía una espesa cabellera negra, los ojos algo desorientados por brillo de la lámpara a gas, la piel suave y oscura y la boca diminuta en forma de «O».
– Sí-dijo Alexander con un nudo en la garganta-. Es preciosa. Nuestra pequeña Eleanor. Eleanor Kinross. Suena bien.
– Será la niña de papá -dijo lady Wyler alegremente mientras se acercaba para recibir a Eleanor-. Siempre es así con la primera niña.
– Espero que así sea-respondió Alexander y se marchó.
Educación, educación… Primero una institutriz, después un tutor que prepararía a su hija para estudiar en la universidad. La educación es lo más importante.
No la enviaré a la escuela en Sydney, no me fío de ese lugar. Nell (sí, me gusta más que Eleanor) se quedará aquí bajo mi cuidado. No importa que Constance insista en decir que es necesario que las niñas se relacionen con otras niñas y que aprendan a ser graciosas y presumidas. Sí, el futuro de mi hija ya está planificado: educación universitaria en idiomas e historia, y después se casará con Lee Costevan. Si la suerte no me ha abandonado por completo, el próximo hijo que tenga Elizabeth será varón, pero es mejor que me asegure con Nell y Lee. Sus hijos llevarán mi sangre y la de Ruby. ¡Oh, qué maravillosa descendencia!
Sir Edward y lady Wyler se marcharon ocho días después del nacimiento de Eleanor. Elizabeth no había sufrido más ataques y se estaba recuperando rápidamente. El obstetra le había aconsejado que no tuviera relaciones sexuales durante seis meses; sin embargo, en su opinión, un segundo embarazo sería más llevadero. La eclampsia una enfermedad que se presenta en las madres primerizas.
Lo único que lo preocupaba era la nodriza que Elizabeth había escogido por no tener leche propia. Había elegido a una prima de Jade y Pearl, Butterfly Wing, que había perdido a su hijo más o menos las mismas fechas en que había nacido Eleanor. ¿Leche china?
– No sabe qué efecto puede tener en su hija -dijo con tono razonable-. Las razas humanas son muy distintas entre sí, de modo que es muy posible que la leche materna de una raza no sea apropiada para un bebé de otra. Por favor, le suplico señora Kinross, que trate de conseguir una nodriza blanca. 1
– Tonterías -exclamó Elizabeth más testaruda que cualquier escocés que se precie, o sea, verdaderamente testaruda-. La leche es leche. Si no, ¿cómo se explica que una gata pueda amamantar perritos y una perra, gatitos? He leído que en Norteamérica hay mujeres negras que amamantan a bebés blancos. Butterfly Wing tiene leche suficiente para alimentar mellizos, así que mi Eleanor tendrá todo lo que le hace falta.
– Haga lo que le parezca -dijo suspirando sir Edward.
»Son personas muy extrañas -comentó con su esposa cuando subían al tren para ir a Lithgow-. ¿No escucha Alexander Kinross a los políticos de los partidos? Robertson, Parkes, incluso esos groseros que tratan de ganarse el favor de la clase trabajadora se obstinan en demostrar que los chinos son un peligro para la sociedad y que hay que terminar con la inmigración china. Muchos quieren deportar a los chinos que ya están aquí. Sin embargo, Kinross ha construido su imperio utilizando a los chinos y su esposa quiere que una china amamante a su mi hija ¡Por Dios Santo! Si persisten en esa postura, tendrán problemas.
– No veo por qué -dijo lady Wyler serenamente-. Si Alexander explotara a sus chinos, estaría en una posición vulnerable. Pero no lo hace, así que no hay razón para meterse con él.
– Querida mía, algunos políticos no necesitan razones.
Eleanor crecía gracias a la leche china y se portaba muy bien. Al mes y medio de vida ya dormía toda la noche y a los tres meses podía mantenerse sentada.
– Una criatura muy precoz, ¿no es cierto, cariño? -susurró Ruby besando aquellas mejillas de ardilla-. El tesoro de la tía Ruby. ¡Ay, Elizabeth, me recuerda cuando mi gatito de jade era pequeño! Era adorable.
– Va a tener ojos azules -dijo Elizabeth sin sentir celos por lo que Eleanor había aceptado estar en brazos de Ruby-. No azul marino como los míos, ni azul claro como los de mi padre. Profundos pero vivaces. Aunque creo que el pelo seguirá siendo negro, ¿no?
– Sí -dijo Ruby alcanzando la niña a su madre-. Su piel será más oscura que la tuya, más parecida a la de Alexander. Excepto por los ojos, se parece más a él que a ti, con esa cara alargada.
Los ojos en discusión miraban fijamente a Ruby como si la conocieran, aunque se supone que los bebés de tres meses no son capaces de reconocer a las personas. Es como si la pequeña entendiera lo que estamos diciendo, pensó Ruby. Rebuscó en su bolso y sacó una carta.
– Recibí esta carta de Lee -dijo-. ¿Te gustaría que te la leyera, Elizabeth?
– Por favor -respondió Elizabeth jugando con los dedos de la niña.
Ruby carraspeó para aclarar la voz.
– No te aburriré con el primer párrafo, te leeré algunos fragmentos. El segundo párrafo dice: «Ahora estoy en la escuela superior y curso latín y griego. El señor Matthews, el director de la residencia, es un hombre decente que no es muy amigo de los castigos corporales. De todos modos, me da la impresión de que en Proctor los que aplican ese tipo de medidas no son muy bienvenidos porque todos los alumnos son extranjeros de posición elevada. ¿No te gusta esa frase? Me va mejor en matemáticas que en inglés, lo que quiere decir que tengo que esforzarme más con el inglés. El señor Matthews dice que ningún muchacho que esté bajo su cuidado será un idiota en literatura. Me puso en una clase especial de lectura de clásicos de la literatura inglesa, desde Shakespeare y Milton hasta Goldsmith, Richarson, Defoe y unos cien más. Dice que todavía no leo lo suficientemente rápido, pero que lo lograré. Confieso que la historia me gusta mucho más, salvo las interminables batallas inglesas como las de la guerra de las Dos Rosas. Por lo general son sólo cruzadas, combates y traiciones. En mi opinión, no son muy científicas. Yo prefiero a los griegos y a los romanos, que pelearon a las órdenes de generales mucho mejores y por causas mucho más nobles. Operaciones militares científicas.»
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