Los ojos de Ruby se iluminaron al ver a la criatura, que era el niño más extraordinariamente hermoso que Alexander había tenido ante sí en su vida. Exótico, delgado, dotado de gracia, e inmensamente digno y sereno.
– Él es mi hijo, Lee -dijo Ruby, atrayendo al niño para darle un beso-. Gracias, mi gatito de jade. Di hola al señor Kinross.
– Hola, señor Kinross. -Lee obedeció, y sonrió igual que lo había hecho Ruby.
– Ahora lárgate. ¡Vamos, deprisa!
– Así que has estado casada -aventuró Alexander.
Ruby alzó las cejas altivamente.
– No, de ninguna manera. No hay poder sobre la tierra capaz de lograr que me case con nadie, Alexander Kinross, ¡no lo hay! ¿Ponerme bajo el yugo de un hombre? ¡Ja! ¡Ni muerta!
En realidad, la violencia de su respuesta no lo sorprendió; ya sabía, nada más que por instinto, todo lo que había que saber sobre Ruby. Lo que era importante para ella. La independencia. El orgullo de ser propietaria. El desprecio que sentía por los ciudadanos virtuosos. Pero el niño era un enigma: esa piel ocre oscuro, la forma en que las órbitas enmarcaban sus ojos verdes, el color negro azabache de su pelo lacio y lustroso.
– ¿El padre de Lee es chino? -preguntó.
– Sí. Sung Chow. Pero él estuvo de acuerdo en que nuestro hijo se llamara Lee Costevan, y que fuera educado como un inglés, siempre que yo lo convierta en un caballero -respondió ella mientras servía el té-. Sung Chow supo ser mi socio en este negocio, pero después de que nació Lee yo le compré su parte. Oh, él sigue viviendo en Hill End; ahora es dueño de una lavandería, de la fábrica de cerveza, y de varias casas de huéspedes. Somos buenos amigos.
– ¿Y a pesar de todo aceptó que tú, sola, te hicieras cargo de su hijo?
– Por supuesto. Lee es mestizo, así que no se lo puede considerar chino. Sung se hizo traer una esposa de China apenas tuvo el dinero suficiente, y ahora tiene dos hijos chinos. Su hermano, Sam Wong, vamos, Sung es el apellido, pero Wong decidió llamarse Sam, es mi cocinero, al que le pago bastante más de lo habitual por ser el más joven de los dos Sung. Uno de los dos tiene que regresar a China a apaciguar a los antepasados, y esa faena le ha tocado a Sam. Así que sólo recibe la mitad de su paga, y el resto lo deposito en una cuenta que tiene abierta en un banco. Cuanto más dinero lleve, más codiciosos se pondrán los parientes. -Soltó una carcajada-. En cuanto a Sung, sólo volverá a China cuando alguien lleve sus cenizas en un magnífico jarrón decorado con la figura de un dragón.
– ¿Qué harás con tu hijo, entonces, si debe recibir la educación de un caballero? -preguntó él, que conocía el destino de los bastardos.
De pronto las lágrimas asomaron a aquellos luminosos ojos verdes. Ruby parpadeó para evitar el llanto.
– Ya lo he resuelto, Alexander. Dentro de dos meses Lee ya no estará más conmigo -repuso. Las lágrimas volvieron a aparecer y ella volvió a reprimirlas-. No lo veré en diez años. Va a estudiar en una escuela privada muy exclusiva, en Inglaterra. Una escuela que se especializa en alumnos extranjeros, hijos de bajas, de rajas, de sultanes, toda clase de potentados orientales que quieren ofrecerles una educación a la inglesa. Así que Lee no se diferenciará tanto de los demás, salvo porque es sumamente inteligente. Un día, sus condiscípulos serán potentados como sus padres, todos aliados de la Corona británica. Y podrán ayudar a Lee.
– Estás pidiendo demasiado a un niño tan pequeño, Ruby. ¿Cuántos años tiene? ¿Ocho o nueve?
– Ocho. Pronto cumplirá nueve -respondió ella. Sirvió a Alexander una cuarta taza de té y se inclinó hacia delante con expresión seria-. El entiende cuál es su situación, el asunto de los mestizos, lo que la sociedad piensa de mí, todo. Nunca le he ocultado nada, pero tampoco he permitido que se avergonzara por nada. Lee y yo asumimos lo que somos con fortaleza y una perspectiva práctica. Me matará vivir sin él, pero lo haré, por su bien. Si intentara enviarlo a una escuela en Sydney, o incluso en Melbourne, alguien terminaría por descubrir la verdad. Eso no ocurrirá si asiste a una escuela para la realeza extranjera, y en Inglaterra. Sung tiene un primo, Wo Fat, que acompañará a Lee como sirviente y protector. Se embarcarán a principios de junio.
– Será muy difícil para él, aunque entienda.
– ¿Crees que no lo sé? Pero justamente porque entiende, podrá hacerlo. Por mí.
– Piensa en esto, Ruby. Cuando haya crecido, ¿te agradecerá que lo hayas separado de su mamá a tan tierna edad para encerrarlo en la leonera que es una escuela inglesa? Rodeado de compañeros ricos, consciente de que si sus condiscípulos se enteraran de su verdadera condición lo harían pedazos… Oh, Ruby, ese plan tiene algo sombrío -dijo Alexander, sin saber en realidad por qué se preocupaba tanto por un niño que había visto fugazmente, y al que no conocía. Lo cierto era que algo en los ojos del niño, que reflejaban su alma de un modo tan diferente al que expresaban los de Ruby, había ejercido en él una atracción irresistible.
– Eres descaradamente perseverante, ¿lo sabías? -dijo ella, poniéndose de pie-. ¿Tienes un caballo? Si lo tienes, en el patio trasero hay un establo. Llévalo por la callejuela del costado y confíaselo a Chan Hoi. La comida es cara en Hill End, así que el caballo te costará un chelín más por día. Matilda, acompaña al señor Kinross a la habitación Azul. Merece el azul, es un tipo algo triste -ordenó, encaminándose a la barra-. Puedes cenar a la hora que quieras -agregó, mientras él seguía los pasos de Matilda.
La habitación Azul estaba pintada de un tono bastante deprimente, pero era grande y cómoda. Alexander se deshizo de la perseverante Matilda con el pretexto de que debía ocuparse de su caballo; era evidente que la muchacha esperaba alguna dádiva generosa por prestar sus servicios.
Dos puertas más allá de la habitación Azul había un cuarto de baño que debía de ser tan bueno, supuso, como cualquier otro de Hill End. Pero el retrete era un agujero en la tierra practicado en el patio trasero. ¡No había retretes inodoros en Hill End! Estaba claro que el agua era el problema más serio en Hill End.
Después de darse un baño y afeitarse se acostó en la cama azul y se quedó profundamente dormido.
El ruido lo despertó: Costevan's había vuelto a la vida, lo que significaba que la mayoría de los mineros habían terminado su jornada de trabajo. Encendió la lámpara de queroseno, se puso un traje liviano de gamuza, y se encaminó al salón. No tenía idea de dónde hacían lo suyo las prostitutas, pero estaba claro que no era en esa ala del edificio en la que los cinco huéspedes de pago de Ruby podían alojarse. Cuando llevó su caballo al establo advirtió que la cocina estaba en una edificación separada, para que el fuego no caldeara todo el lugar, y que frente al ala del edificio principal en la que él estaba alojado había otro sector. Ruby era una persona ordenada, y también cruel. ¡Pobre niño!
El salón estaba lleno. Los hombres se amontonaban en filas de a tres a lo largo de la barra, y todas las mesas, salvo la de la dueña, estaban ocupadas. Matilda y Dora, y otras tres muchachas, deambulaban de un lado a otro por todo el salón. Suponiendo que le correspondía sentarse a la mesa de la dueña, se encaminó hacia ella bajo las miradas intrigadas de muchos de los clientes, la mayoría de los cuales todavía estaban bastante sobrios.
– Soy Maureen -dijo una muchacha pelirroja que llevaba el pelo recogido con una cinta verde. Alexander no había visto nunca en su vida una persona con tantas pecas; daba la impresión de que con ellas trataba de adquirir un aspecto homogéneamente trigueño-. Hay pierna de cerdo asada, patatas asadas y coles hervidas para cenar, y natillas de postre. Si eso no le gusta, Sam puede cocinar alguna otra cosa.
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