– Entonces, yo también rezaré.
Charlie regresó con Júpiter , cargado con cuerdas, antorchas y alforjas.
– ¡Papá, este precioso animal se atreve con todo…! ¡Ojalá yo pesara más! ¡Entonces te quedarías sin él! ¡Qué carácter tan bueno tiene…!
– No te lo daré nunca, Charlie. Es el último lazo que me une a Ned.
Fitz ató un extremo de una cuerda muy larga alrededor de su cintura, y Angus también sujetó el cabo a tres pies por delante de él; los dos hombres sintieron la tensión cuando Charlie descendió a las profundidades con una antorcha y una caja de yesca. A los treinta pies, la cuerda se aflojó repentinamente; Charlie estaba sobre suelo firme, en la cueva, y perfectamente bien, al parecer.
– ¡No es muy profunda! -pudo oírse, levemente pero con claridad-. Es la gruta perfecta, bastante pequeña. Creo que pudo ser la alcoba del padre Dominus: tiene una mesa, una silla, un escritorio, otra mesa y una cama. Es como la celda de un monje, ni siquiera tiene una esterilla en el suelo. Hay dos aberturas, casi una frente a la otra. Aquí abajo no se ve hacia dónde pueden dirigirse, pero miraré en el túnel abierto primero.
– Charlie, ¡ten cuidado! -se atrevió a decir Fitz por fin.
Los dos hombres esperaron lo que les pareció una eternidad.
– Es sólo una galería que baja a la parte inferior de la colina -dijo Charlie finalmente-. La otra boca está tapada por una cortina de terciopelo negro, de arriba abajo… La tela arrastra por el suelo, como si se pretendiera que no entrara ni una gota de luz. Voy a entrar.
– Las angustias de la paternidad -dijo Fitz entre dientes-. Toma nota, Angus. Nadie puede escapar a esto.
Esperaron entonces, sin hablar, con los oídos pendientes de la voz de Charlie, temiendo un temblor o un derrumbe.
– ¡Eh, papá, es asombroso…! Éste debía de ser el templo del Padre Dominus a su dios… creo. Está inconcebiblemente oscuro. ¡Subidme!
El Charlie que salió por el agujero venía polvoriento y lleno de telarañas, y sin la antorcha y la caja de yesca, que se quedaron abajo. Venía sonriendo de oreja a oreja.
– Papá, Angus… ¡he encontrado el oro de la tía Mary! La cueva del templo es muy pequeña, y totalmente redonda… ha sido una suerte ser estudiante de lenguas clásicas, porque inmediatamente imaginé que ese viejo interpretaría la cueva en sentido místico. La cueva es redonda, como si se tratara del centro del mundo, o como un templo romano dedicado a uno de sus dioses protectores, con su altar en el centro exacto, y redondo también. Está cubierto con una tela de terciopelo negro y se levanta sobre innumerables y pequeños lingotes de oro. Una ofrenda a su dios cosmogénico, supongo.
Buscó en el interior de su camisa y sacó un pequeño lingote, el cual brilló con ese mágico fulgor que sólo el oro puro puede reflejar: fuego sin llama, ardiente sin calor, luminoso sin luz.
– ¿Lo ves? Pesará unas diez libras justas -dijo, emocionado con su hallazgo-. ¡Y yo no veo marca ninguna del Gobierno! Ni otra marca de ningún tipo, a decir verdad.
Se sentaron, tanto para recobrarse por la tensión de la espera de Charlie como por la conmoción de saber que el padre Dominus le había dicho a Mary la verdad.
– ¿Cuántos de estos lingotes hay ahí…? -preguntó Angus.
– Es imposible saberlo sin desmantelar el altar… no sé si está hueco o está relleno de lingotes. Levantó el altar colocando los lingotes en ángulo, así que me atrevo a pensar que está lleno, y que sólo está vacío en los lugares en los que el orden del apilamiento dejó determinados espacios -dijo Charlie, con los ojos brillantes-. Todo el altar mide alrededor de tres pies de diámetro y tres pies de altura. ¡Menuda ofrenda!
– Mejor que ofrendara oro… en vez de uno de sus muchachos -dijo Angus con una mueca de desagrado.
– Tenemos que pensar esto detenidamente… -dijo Fitz, dibujando un círculo en un espacio de tierra con un palo-. Lo primero, antes de nada, no podemos hacer público este descubrimiento, ni ahora ni en el futuro. Yo preguntaré en el Gobierno, del cual seré miembro hasta que el Parlamento reanude las sesiones. -Frunció el ceño-. Esto significa que tendremos que llevar el oro a Pemberley nosotros solos. Lo que nos interesa saber es si la comarca de The Peak ha sido perforada durante siglos en busca de plomo. Si podemos sacar el oro de la cámara del templo y trasladarlo convenientemente envuelto, podemos decir que es un cargamento de plomo que el padre Dominus acumuló para sus fallidos experimentos, pues pensaba hacer alquimia y convertirlo en oro. El plomo es suficientemente valioso en sí mismo para que cualquiera piense que es razonable por nuestra parte recogerlo para favorecer a los Niños de Jesús. Simplemente diremos que estaba ya compactado en bloques para trabajarlo y que hemos preferido sacarlo nosotros mismos por temor a otros posibles hundimientos.
– Como buenos ciudadanos responsables -dijo Angus con una sonrisa.
– Desde luego. Ordenaré que los carpinteros de Pemberley construyan dos trineos [39]; dos deberían ser suficientes, dadas las dimensiones del altar. Es una pena que los burros murieran. Habrían sido una forma ideal de trasladar el oro. -Fitz se volvió hacia su hijo-. Me temo que tendrás que bajar otra vez, Charlie. ¿Crees que hay abertura suficiente para que pase yo?
– Creo que sí, pero Angus no, seguro.
– ¡Angus segurísimo que no! Alguien tiene que quedarse aquí arriba para subirnos. Júpiter puede hacer el trabajo duro, pero necesita que alguien lo guíe. Tú y yo vamos a bajar para ver cuántos lingotes hay. De la cifra dependerá cómo organicemos el transporte.
Fue una tarea agotadora para dos hombres poco acostumbrados al trabajo físico, pero estar juntos resultó estimulante; podían animarse el uno al otro, espolearse cuando uno de los dos flaqueaba, bromeando a propósito de las manos que ya no podían más o de los ojos cegados por el sudor.
– Ciento veintitrés lingotes… -dijo Fitz, ya en el exterior, derrumbándose en el suelo, mirando al cielo del atardecer, donde Venus brillaba como el lucero de la noche, frío, puro, indiferente-. ¡Dios santo, estoy reventado…! Éste no es trabajo para un hombre de cincuenta años acostumbrado sólo a labores sedentarias… Estaré machacado durante varias semanas.
– Y yo durante varios meses… -dijo Charlie con un quejido.
– Hemos encontrado un par de balanzas en la celda del viejo y las hemos utilizado para descubrir que cada lingote pesa exactamente diez libras inglesas. No sé por qué razón el padre Dominus no utilizó los pesos habituales para materiales preciosos, de sólo doce onzas por libra. A doscientas libras, o a doscientas cuarenta avoirdupois , tenemos unas cuatro toneladas y media de oro ahí abajo [40].
Charlie se levantó de un salto.
– ¡Cielos, papá! ¡Eso significa que hemos movido dos toneladas cada uno!
– Sólo unos pies, y no hemos movido la hilera inferior… -dijo Fitz con humildad. Miró a Angus-. Si nos hubiéramos visto obligados a trabajar a la luz de una antorcha, habría sido horroroso; pero encontramos dos lámparas extraordinarias en la celda del padre Dominus, y también un barril de una especie de aceite que sirve para que prenda y se ilumine. Mary tiene razón cuando dice que ese viejo tenía la cabeza de un genio. No he visto nada igual en parte alguna. Angus, tal vez tu empresa podría patentarlo y fabricar esas lámparas… Cogeremos una después de hacer el trabajo.
– Creo que la patente debería corresponderles a los Niños de Jesús -dijo Angus.
– No, para ellos será todo el oro, excepto una recompensa justa para Mary. ¡Hazlo, Angus! O de lo contrario romperé esas lámparas y nadie podrá beneficiarse.
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