Entre el caos de rocas y piedras aún quedaban restos y huellas de los trabajos que se habían llevado a cabo allí: botellas, latas, etiquetas flotando en la superficie de la poza. Se adentraron en la gruta, pero Fitz no quiso ver el lugar donde Ned había estado tendido durante horas, así que salieron de allí.
El descubrimiento más triste se encontraba en un ramal que partía de la gruta del laboratorio. Los tres hombres ya empezaban a conocer bien y a familiarizarse con las enormes masas rocosas desprendidas en la cueva y se movían confiadamente en medio de aquel caos; había transcurrido más de una semana de la explosión y parecía que había pocas posibilidades de que fueran a producirse más derrumbamientos, especialmente porque continuaba haciendo un tiempo seco, sin lluvias… ¡ni siquiera en Manchester llovía!
Un olor a podredumbre estaba corrompiendo el aire en el interior del laboratorio, un olor que animó a Angus a explorar con más detenimiento el muro que había más allá del nicho en el que se encontraba la caldera. Tras un enorme pedrusco encontró una galería que no se había derrumbado; sin hacer caso a las advertencias de Fitz y Charlie, Angus se adentró en el túnel. Diez pies más allá, el pasadizo se abría en lo que había sido también en su momento una enorme cueva, ahora prácticamente destruida. Allí el hedor era casi insoportable: era la pestilencia que emanaban los cadáveres de los burros.
La curiosidad de Fitz y Charlie había vencido su prudencia, pero ninguno de los tres quiso permanecer allí mucho tiempo.
– Esos pobres animales murieron por las heridas, o aplastados por las rocas -dijo Angus-. Muchos de ellos probablemente quedaron sepultados…
– Al menos ahora sabemos cómo traía el padre Dominus sus provisiones -dijo Fitz, encabezando el regreso hacia el laboratorio-. ¡Una reata de burros…! Dada la cantidad de animales, tendría que haber traído también forraje… Me pregunto cuántas acémilas tendría el padre Dominus…
– Por lo menos cincuenta -dijo Angus-. Uno por persona, y algunos más de sobra. Sería interesante saber dónde compraba. Haré algunas preguntas por ahí, aunque sólo sea para satisfacer mi curiosidad. Apuesto a que compraba en Manchester.
– ¿Y los niños guiarían los burros? -preguntó Charlie.
– A veces, quizá, si se utilizaban algunos para llevar la mercancía a las boticas, pero por lo que ha dicho Mary, imagino que sería el hermano Jerome el que se ocupara de esos asuntos solo y los llevaría todos en reata, atados con una cuerda.
– Mary es bastante discreta respecto a su experiencia… -dijo Fitz, con el gesto sombrío.
– Sí. -Angus apagó su antorcha y salió al aire libre-. No sé cómo funciona su cabeza, lo confieso. La mayoría de las mujeres se desvivirían por contar sus aventuras hasta los más mínimos detalles, pero no parece confiar en que nuestras reacciones reflejen su propio punto de vista. Sospecho que esto puede tener algo que ver con una infancia y una juventud vividas en un ambiente represivo.
– Angus, ¡te felicito! -exclamó Charlie, sonriendo-. Si entiendes la cosa así, debes quererla mucho, desde luego. El padre de Mary fue la única influencia masculina en su vida durante la época de Longbourn, y el señor Bennet la detestaba. Yo creo que el resultado de ese comportamiento es la falta de confianza de la tía Mary en los hombres. Es tan inteligente, como sabes, que no está dispuesta a creer en absoluto que los hombres son superiores.
Todas estas filosofías estaban muy lejos de lo que albergaba el corazón de Fitz.
– Si el viejo escondía oro aquí, tiene que estar enterrado desde tiempos inmemoriales… Sugiero que subamos la colina y veamos si hay alguna parte más hundida.
Había hoyos y agujeros en la superficie de la colina, allí donde alguna parte bajo tierra se había derrumbado, pero a medida que iban ascendiendo se percataron de que algunos arbustos grandes crecían donde ningún arbusto crecería si la Naturaleza se hubiera encargado de plantarlos.
– Mira, papá… -dijo Charlie, arrancando un arbusto-. Hay una especie de agujero perforado que va hacia abajo y se va estrechando.
– Pozos de ventilación -dijo Fitz-. La cantidad de luz que podría pasar por ahí sería insignificante.
Cuanto más ascendían, menores eran las pruebas de que se hubieran producido derrumbamientos en el interior, hasta que, cerca de la cumbre rocosa de la colina, dejaron de aparecer hoyos y hendiduras en el terreno, aunque los arbustos continuaban allí colocados para ocultar los respiraderos. Atrapado en uno de esos agujeros encontraron el esqueleto de una oveja y concluyeron que el padre Dominus había patrullado regularmente la zona para quitar los cuerpos de las ovejas atrapadas antes de que los pastores las encontraran. Lo cual podría haberle dado mala fama a la colina entre los pastores y tal vez les sugirió que debían evitarla como zona de pasto para sus rebaños.
– No comprendo… -dijo Angus cuando se detuvieron junto a uno de aquellos arbustos-. No lo entiendo. Lo que tenemos son cincuenta niños, sin embargo, aquí debajo ese viejo podría haber albergado a cien, dado el número de pozos de ventilación. ¿Por qué molestarse en hacer todas estas galerías… o eran simples túneles? Si eran túneles, tuvo que tener alguna razón para mantenerlos.
– Nunca sabremos qué le impulsaba a hacer todo esto… -dijo Fitz con un suspiro-. Desconocemos incluso durante cuánto tiempo estuvo loco. Todo lo que sabemos es lo que dijo Mary sobre una especie de iluminación que el hombre sufrió cuando tenía treinta y cinco años. Desde luego, conservó su pericia como boticario, y seguramente era muy hábil, o de lo contrario sus panaceas no habrían funcionado, y sabemos que funcionaban. Creo que Mary no ha contado todo lo que sabe del padre Dominus… ¿Cuánto tiempo ha tardado en hablar de la posibilidad de que el viejo atesorara grandes cantidades de oro? En algún momento de su vida debió de tener un negocio o una tienda, y en otro momento de su vida debió de haber tenido acceso al oro… si tenemos que creer a Mary.
– ¡No, no…! -terció Angus-. ¡Si tenemos que creer al padre Dominus!
– Es cierto, perdón…
– Desde luego, es divertido especular sobre la vida pasada de ese viejo -dijo Charlie, ejerciendo de conciliador-. ¿Y si tuvo antaño una botica, e incluso mujer e hijos? Y si fue así, ¿qué les ocurrió a los demás miembros de su familia? ¿Murieron por alguna enfermedad y él se volvió loco? -Dejó escapar una risilla entrecortada-. Sería una buena novela de esas que se publican en tres volúmenes.
– Tal vez aún sigan vivos, y se estén preguntando qué le pudo ocurrir a su querido papá… -dijo Angus con una mueca burlona.
Charlie arrancó el último arbusto falso de la colina.
– Voy a bajar a echar un vistazo -dijo después de asomarse al agujero-. Éste es bastante más ancho, podré pasar.
– No vas a bajar sin cuerdas ni luz -dijo Fitz.
– ¡Por supuesto que no! -exclamó Angus.
Pero Charlie ya estaba bajando a grandes zancadas la colina para buscar los materiales necesarios.
– ¡Fitz, detenlo!
Los hermosos ojos oscuros de Darcy lo miraron con un brillo de ironía.
– ¿Sabes, Angus? Tendrás que tener algunos hijos. Estoy seguro de que Mary estará de acuerdo, así que no dejes que se te pase el arroz. Lady Catherine de Bourgh tuvo a Anne con cuarenta y cinco. De acuerdo, Anne no sugiere precisamente que se deban tener hijos tardíos [38]. Pero su existencia demuestra que… bueno… hum… que es posible. Mary apenas tiene treinta y nueve años.
Con el rostro enrojecido, Angus farfulló una respuesta tan incoherente que Fitz comenzó a reírse.
– Lo que te estoy diciendo, amigo mío, es que a veces es necesario soltar cabos, sin importar cuánto te duela o aunque creas que es un error. Permitiré que Charlie explore la cueva, aunque sé de sus peligros, y lo único que puedo hacer es quedarme aquí rezando a todos los dioses que conozco.
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