Colleen McCullough - La nueva vida de Miss Bennet

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Las protagonistas de Orgullo y prejuicio, veinte años después. Mary, la pequeña de las hermanas Bennet, no quiere llevar una vida sujeta a las convenciones sociales: no contempla casarse, como han hecho sus hermanas, ni desea caer en la rutina de una existencia oscura e infeliz. Sin responsabilidades familiares, aprovechará su libertad para viajar y escribir un libro que denuncie la situación de los más desfavorecidos. Su peregrinaje será mucho más complicado de lo que ella nunca imaginó…
Para Gloria Bruni, compositora y diva. Una persona tan hermosa por dentro como por fuera.

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Con los pensamientos girando en su cabeza como un torbellino, Angus se centró en el aspecto más importante de todas aquellas confidencias.

– ¿Puedo hacerte una pregunta, Mary?

– Desde luego.

– ¿Has hablado de pagar para publicar? ¿Era eso lo que estabas pensando para cuando acabaras tu libro?

– Sí. Yo sabía que eso me iba a costar muchos miles de libras… casi todo lo que tengo, en realidad.

– Mary, ¡qué tonta eres! Lo primero, si un editor sabe que has decidido pagar por ver tu libro publicado, te sacará hasta el último penique. ¡ Nunca se debe pagar para publicar un libro! Si vale la pena leerlo, siempre habrá un editor dispuesto a gastarse el dinero de la publicación. En efecto, él será el que corra el riesgo de promover al escritor, porque si el libro atrae a suficientes lectores, tendrá ganancias. Y si tiene ganancias, pagará al autor lo que se llama royalties por cada copia vendida. Los royalties son, en general, un pequeño porcentaje del precio del libro. -La miró con los ojos iluminados-. ¡Ay, qué tonta estás! ¿De verdad me estás diciendo que escatimaste y escaseaste el dinero para viajar sólo por ahorrar para tu libro?

Un encantador color rosado había encendido las mejillas de Mary; dejó caer la cabeza hacia delante, aparentemente resignada a que la llamaran tonta.

– Quería publicarlo -dijo en voz baja.

– ¡Y estuviste a punto de que te mataran! ¡Debería azotarte!

– Por favor, ¡no te enfades!

Angus agitó las manos en el aire como si estuviera enloquecido.

– ¡No estoy enfadado! Bueno, un poco… pero sólo un poco. Oh, Mary, ¡conseguirías que un hombre cuerdo y sobrio se volviera loco y se diera a la botella!

Ver a Angus en aquella particular situación era absolutamente fascinante, pero también provocaba una repentina sensación de vacío en el estómago de Mary… ¿Si alguna vez se llegaba a enfadar de verdad tendría que salir corriendo? La mediana de las Bennet tragó saliva y volvió atrás en la conversación.

– ¿Tú podrías llevarme a Manchester para comprar las cosas que necesitamos para la clase? -preguntó.

– Por supuesto, pero mañana no. Por si lo has olvidado, mañana es el entierro de Ned Skinner Darcy.

– No, no lo había olvidado -dijo en voz baja-. Oh, y nosotras haciendo reír a Fitz y a Charlie…

– Y así pudieron pasar un buen rato. La muerte siempre está presente, Mary, ya lo sabes. Y cualquier cosa que alivia el dolor, aunque sea durante un instante, se agradece como una bendición. Mientras Ned yace muerto esperando el honor que no pudo tener en vida, tú y tus hermanas os habéis ocupado de aquellos a quienes él salvó. Si estuviera vivo, no podría hacer más que aplaudir vuestra bondad y vuestro enorme esfuerzo. En algún sentido, éstos son sus niños.

– Sí, tienes razón.

Continuaron caminando en silencio por el claro de bosque, hasta donde el sol, cayendo directamente, convertía el agua del pequeño arroyo en oro líquido, salvo por los diminutos y brillantes diamantes que saltaban en él.

Mary dejó escapar un grito ahogado.

– ¡Angus! ¡Acabo de recordar algo que…!

– ¿Qué? -preguntó Angus con cautela.

– El padre Dominus me dijo que tenía un tesoro de lingotes de oro. Ya sé que las cuevas se han hundido, pero… ¿crees que aún podríamos encontrar el oro? ¡Imagínate cuántos orfanatos podríamos construir!

– No tantos como crees -dijo con gesto prosaico-. Además, ese viejo villano debió de robárselo al Gobierno. El oro está marcado, cada lingote tiene su señal (ésa es la identificación de cada lingote de oro), con la marca de su propietario, y el propietario será casi inevitablemente el Gobierno.

– No. Me dijo que era el resultado de fundir monedas y joyas que un malhechor bastante más poderoso que él le había confiado. Lo fundió todo y lo solidificó en lingotes, y lo hizo él solo. No se más al respecto, excepto que todo ese oro se obtuvo por métodos ilegales y viles.

– Creo que te estaba tomando el pelo.

– Me dijo que cada lingote pesaba diez libras.

– Lo cual, para ser oro, significa que no serían lingotes muy grandes. El oro es enormemente pesado, Mary. Diez libras de oro sólo tendrían el tamaño de un ladrillo, te lo aseguro.

– ¡Por favor, Angus, por favor! ¡Prométeme que lo buscarás…!

¿Cómo podía negarse?

– De acuerdo, lo prometo. Pero no esperes que haya nada, Mary. Charlie, Fitz y yo vamos a regresar para ver si se han producido nuevos derrumbes y a ver cómo está la colina. Si encontramos oro, puedes confiar en que reclamaremos la propiedad para los Niños de Jesús. Los cuales, supongo, tendrían derecho a un buen porcentaje del tesoro que se encontrara. Esto es, si se pudiera probar que el propietario real no es el Gobierno.

El rostro de Mary adquirió una expresión marcial.

– ¡Oh, no…! ¡No se les puede dar a los niños! Lo gastarían en tonterías, como todos los pobres que reciben una fortuna inesperada. Servirá para construir orfanatos. -Su pecho se elevó en un suspiro de éxtasis-. ¡Imagínate, Angus! Quizá mi reclusión tuvo un propósito divino: desenterrar oro amasado vilmente y utilizarlo para beneficiar a la gente pobre gastándolo en las cosas que verdaderamente importan: salud y educación.

– Está convencida -le dijo Angus a Fitz después del entierro de Ned Skinner Darcy.

– Si un tesoro semejante existe, Angus, el padre Dominus no lo habría obtenido de la venta de fármacos contra la impotencia, por muy exitosos que fueran. Puede que el oro tenga un origen delictivo, ¿pero de dónde o de quién puede ser? El Gobierno hace envíos de remesas de monedas de oro por todo el país, pero ninguno ha sido robado, que yo recuerde, y tampoco ningún miembro del Parlamento ha dicho nada al respecto. Por eso dudo que esa historia sea real. Salvo por un detalle… Yo sé de una persona que pudo haber amasado muchísimo oro, y todo procedente de actividades delictivas. Es un hombre que murió hace mucho y, por lo que sé, no tuvo relación alguna con el padre Dominus. Sin embargo, es cierto que cuando ese hombre murió, sus ganancias, de procedencia ilícita absolutamente, no se pudieron hallar en parte alguna con la excepción de las piedras preciosas que había arrancado de multitud de joyas.

El rostro de Fitz adoptó un gesto que impedía formular ninguna pregunta más… Lástima. ¿A quién podía conocer Fitz que tuviera semejante comportamiento? Hablaba como si hubiera conocido a aquel hombre personalmente. Como uno de esos pasteles franceses que tienen muchas capas: así era Fitz. De todos modos, había cambiado radicalmente, pero para bien.

Cuando le comunicó a Angus que rechazaría la oferta de convertirse en primer ministro, éste se quedó anonadado.

– ¡Fitz! ¡Lo deseabas con toda tu alma! -exclamó.

– Sí, pero eso era antes de que ocurriera todo esto… Me llevaré algunos secretos a la tumba. Este verano he llegado a apreciarte y a estimarte mucho, y sinceramente espero que nos convirtamos en cuñados… Nosotros, los Darcy, siempre hemos tenido una reputación intachable y esperamos seguir teniéndola. Si yo fuera primer ministro, estaría tentado de utilizar mi poder de modo poco adecuado… Bueno, no quiero seguir por ese camino. Me apartaré de la carrera por el cargo, y así se lo he hecho saber por carta a las personas que apoyaban mi candidatura. Lo siento mucho si te he decepcionado, mi querido Angus, pero no he decepcionado a nadie más que a mí mismo.

– Sí, lo comprendo, Fitz…

Habían transcurrido ya varios días. Ahora se trataba de buscar el oro, gracias a Mary, que estaba en su salsa yendo y viniendo a Macclesfield buscando maestros y niñeras.

Ahora que se conocía la existencia de la cascada -Fitz recordaba haberla visto en alguna partida de caza-, resultaba más fácil comprender cómo el padre Dominus había podido esconder a los Niños de Jesús y alejarlos de miradas curiosas. Casi ningún inglés sabía nadar, así que las pozas y las cascadas eran fenómenos que debían admirarse en la distancia, y eso afectaba también a poetas, escritores, artistas y otras gentes pintorescas. Charlie era demasiado ligero para montar a Júpiter , así que su padre se había ocupado del animal, que pareció aceptar a Fitz con agrado. «Probablemente Ned y mi padre compartían algún olor personal», pensó Charlie, «o quizá Ned ocupaba la silla de montar del mismo modo, a pesar de la diferencia de peso… ¿Quién conoce los misterios de los animales?».

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