– Me hacéis gracia vosotros dos, parecéis una pareja de recién casados. ¡Ni siquiera hace tres meses que lo intentáis!
– Me ha obligado a hacerme análisis para verificar que todo funciona bien. ¡Y eso que a mí basta con mirarme para quedarme embarazada!
– ¿Ya has estado embarazada?
Josiane asintió con aire contrito.
– ¡Y he abortado tres veces! Así que…
– Entonces quizás tema que te hayas dañado.
– ¡Estás loca! No le he dicho nada. ¡Chitón!
– ¿Has abortado a un pequeño Grobz? -preguntó Ginette, estupefacta.
– ¿Y tú qué te crees? ¿Que iba a jugar a la Virgen María? Yo no tengo un José. Y Marcel, que se caga delante de la Escoba, no inspiraba seguridad… Frente a ella no es un hombre, es un puñado de polvo. Incluso ahora tengo dudas. ¿Quién me dice a mí que va a reconocerlo, a mi pequeño, una vez me haya hecho el bombo?
– Te lo ha prometido.
– Sabes bien que las promesas sólo comprometen a los que las reciben.
– Oh, ahí te pasas, Josiane. ¡No esta vez! Está que no vive, no habla más que de eso, se ha puesto a régimen, va en bicicleta, come cosas bio, ha dejado de fumar, se toma la tensión mañana y noche, se sabe de memoria todos los catálogos para bebés, a punto está de ponerse a probar pijamitas.
Josiane la miró dubitativa.
– Bueno… En fin, eso se verá cuando haya plantado la semillita. Pero te prevengo, si se arrodilla otra vez delante de la Escoba, yo me desentiendo y lo mando todo a paseo, al padre y al hijo.
– ¡Atención! Que viene.
Marcel subía por las escaleras, seguido por un hombre corpulento que resoplaba en cada escalón. Entraron en el despacho de Josiane. Marcel presentó al señor Bougalkhoviev, un hombre de negocios ucraniano, a Ginette y a Josiane. Las dos mujeres se inclinaron sonriendo. Marcel lanzó una mirada tierna a Josiane y le rozó la base del cráneo con un beso una vez que el ucraniano entró en su despacho.
– ¿Qué tal, bomboncito?
Había posado la mano sobre su vientre y Josiane la retiró gruñendo.
– Deja de escudriñarme como a una gallina, voy a terminar poniendo un huevo.
– ¿Todavía nada?
– ¿Desde esta mañana? -respondió ella con una sonrisa irónica-. No nada de nada, nadie en el horizonte.
– No te burles, bomboncito.
– No me burlo, me canso, exactamente.
– ¿Queda whisky en mi despacho?
– Sí, y hielo en el minibar. ¿Esperas emborrachar al ucraniano?
– Si quiero que firme mis condiciones, habrá que pasar por eso.
Se incorporó, entró en su despacho y, antes de cerrar la puerta, susurró a Josiane:
– ¡Ah! Que nadie nos moleste hasta que no me lo haya camelado.
– De acuerdo… ¿ni siquiera teléfono?
– Salvo si es urgente. Te quiero, bomboncito. Soy el más feliz de los hombres.
Desapareció y Josiane lanzó una mirada de impotencia a Ginette. ¿Qué quieres que haga con un hombre así?, parecían decir sus ojos. Desde que Marcel le había propuesto tener un bebé, no le reconocía. En Navidad la había enviado a una estación de esquí. La llamaba todos los días para saber si respiraba correctamente, se inquietaba cuando tosía, la instaba a consultar a un médico inmediatamente, le ordenaba comer carne roja, tomar vitaminas, dormir diez horas diarias, beber zumo de naranja y de zanahoria. Leía y releía Espero un hijo, tomaba notas, las comentaba por teléfono, se informaba de las distintas formas de dar a luz, «y sentada, ¿te lo has pensado? Es como se daba a luz antes y para el bebé es menos fatigoso, baja suavemente, no necesita luchar para encontrar la salida, podríamos encontrar una matrona que estuviese de acuerdo, ¿no?». Ella caminaba durante horas sobre la nieve pensando en ese hijo. Se preguntaba si sería una buena madre. Con la madre que he tenido… ¿se nace madre o se hace una después? ¿Y por qué mi propia madre nunca fue maternal? ¿Y si, a mi pesar, repito su comportamiento? Sentía un escalofrío, se ajustaba el cuello de su abrigo y retomaba su camino. Volvía exhausta al hotel cuatro estrellas que le había reservado Marcel, pedía un potaje y un yogur en su habitación, encendía la televisión y se metía entre las sábanas suaves y cálidas de la inmensa cama. A veces pensaba en Chaval. En el cuerpo delgado y nervioso de Chaval, en sus manos sobre sus senos, en su boca que la mordisqueaba hasta que ella suplicaba que parase. Sacudía la cabeza para alejarlo de su mente.
– ¡Me voy a volver loca! -suspiró Josiane en voz alta.
– Dime, ¿sueño o se ha puesto implantes Marcel?
– No sueñas. Y una vez a la semana, se hace una limpieza de cutis en un instituto de belleza. Quiere ser el papá más guapo del mundo.
– ¡Qué bonito!
– No, Ginette. ¡Qué angustioso!
– Bueno, suelta el albarán de entrega que te he pedido. Tengo una mercancía que acaba de llegar y René me ha pedido que la compruebe…
Josiane buscó entre los papeles apilados en su bandeja, encontró el que le pedía Ginette y se lo tendió. Al salir del despacho de Josiane, Ginette se cruzó con Chaval.
– ¿Está ella dentro?
– «Ella» tiene nombre, te recuerdo.
– Bueno, ya vale… No me voy a comer a tu amiguita.
– Ten cuidado Chaval, ¡ten cuidado!
El la empujó con el hombro y entró en el despacho de Josiane.
– Y bien, guapita, ¿seguimos todavía con el Viejo?
– ¿Y a ti qué te importa dónde pongo el culo?
– Calma, calma. ¿Está dentro? ¿Puedo verle?
– Ha pedido que no se le moleste bajo ningún concepto.
– ¿Incluso si tengo algo importante que decirle?
– Exacto.
– ¿Muy importante?
– Es un gran cliente. No das la talla, fideo.
– Eso es lo que tú te crees.
– ¡Y con razón! Ya volverás cuando quiera recibirte.
– Entonces será demasiado tarde…
Hizo ademán de marcharse, esperando a que Josiane le llamara. Como no se movió, se volvió, molesto, y preguntó:
– ¿No tienes ganas de saber de qué se trata?
– Ya no me interesas nada, Chaval. Levantar una ceja para mirarte me cuesta un esfuerzo sobrehumano. Hace dos minutos que estás aquí y ya tengo agujetas.
– ¡Oh! ¡Cómo se pone el pichoncito! Desde que se ha vuelto a meter en la cama del gran jefe, arrulla de suficiencia, eyacula de pretensión.
– Y sobre todo, está en paz. Y eso, pequeño, vale por todas las canas al aire del mundo. Gorgojeo de placer.
– Es una de las alegrías de la vejez.
– ¡Eh tú, Ben Hur, para el carro! No porque tengas tres años menos que yo vas a presumir de ser un jovencito. Los achaques te acechan a ti también.
El sonrió con aire de suficiencia; el fino bigote dibujado con maquinilla de afeitar formó un sombrerito puntiagudo y dejó caer, despreocupado:
– Me es igual decírtelo a ti porque él te lo dice todo: ¡me largo de aquí! Me han propuesto la dirección de Ikea Francia y he dicho que sí…
– Y te han venido a buscar, a ti. ¿Tienen pensado hundir la empresa?
– Sí, tú ríete. Eras la primera en querer ponerme en la cima. No debo de ser tan malo. ¡Me han llamado ellos, viejita! No he tenido que levantar un dedo meñique, han venido a contratarme ellos. Doble salario, ventajas varias, me han cubierto de oro y he dicho que sí. Como soy un tío correcto, he venido a prevenir al Viejo. Pero se lo dirás tú cuando tengáis un momento de reposo sobre la almohada… Y hablaremos para arreglarlo todo. Cuanto antes mejor, no tengo ganas de enmohecer aquí. Ya me están creciendo hongos y eso me irrita… Voy a acribillaros a los dos, a quemarropa, cariño. ¡A quemarropa!
– Hay que ver el miedo que me das, Chaval, me pones la carne de gallina.
Y le miró de arriba abajo.
Читать дальше