Fue ahí, un domingo de mediados de junio, estando sola en casa, mientras Hortense había salido y, esperando a que volviese, cuando Joséphine encendió la televisión. Hortense le había dicho: «Mira la Tres esta noche, puede ser que me veas… No te lo pierdas, no durará mucho».
Debían de ser las once y media de la noche y estaba pendiente de cada ruido en la escalera. Le había dado dinero para que volviera en taxi, pero era superior a sus fuerzas, no le gustaba que fuera por ahí sola de noche. Sola en el taxi, sola en las afueras, sola en la escalera. Cuando Gary la acompañaba, era distinto. Sólo por eso estará bien que nos mudemos. Neuilly es tranquilo, muy tranquilo. Me preocuparé menos cuando salga por la noche…
Miraba distraída a la pantalla, pulsando los botones del mando para cambiar de cadena, volviendo a la Tres por si veía a Hortense. Luca le había propuesto: «Puedo ir a hacerle compañía si quiere, ¡me portaré bien!». Pero no quería que su hija la viese en compañía de su amante. Todavía no conseguía mezclar sus dos vidas. La vida con Luca y la vida con sus hijas.
Cambió de cadena y creyó ver a Hortense. Se incorporó. Era Hortense. La entrevista apenas acababa de empezar. Su bija se comía la cámara. Estaba guapa, natural. Parecía muy cómoda. La habían maquillado, peinado, y parecía mayor, más madura. Joséphine soltó un grito de admiración. Se parecía a Ava Gardner. El animador la presentó, dijo su edad, explicó que acababa de examinarse de selectividad…
– ¿Ha ido bien?
– Eso creo. Sí -dijo Hortense con los ojos brillantes.
– ¿Y qué piensas hacer ahora?
Ya está, pensó Joséphine. Ahora contará sus ganas de dedicarse a la moda, evocará sus estudios el próximo año en Inglaterra, preguntará si algún diseñador no estaría interesado por su talento. Cuánto me supera en audacia. Es tan eficaz, tan precisa. Sabe exactamente lo que quiere y no se anda con falsos pretextos. Escuchó a su hija hablar, en efecto, de su deseo de entrar en el mundo tan cerrado de la moda. Procuró subrayar que se iba, en octubre, a estudiar a Londres, pero que si un diseñador parisino quisiese contratarla para unas prácticas en julio, agosto y septiembre, estaría encantada.
– Pero no ha venido sólo por eso -le interrumpió el presentador con un tono seco.
Era el mismo que había rapado a Iris. Joséphine fue asaltada de repente por una terrible sospecha.
– No. He venido para hacer una revelación en relación con un libro -vocalizó Hortense con sumo cuidado-. Un libro que ha tenido un gran éxito recientemente, Una reina tan humilde…
– Y ese libro, según usted, no habría sido escrito por su presunta autora, Iris Dupin, sino por su madre…
– Exactamente. Ya se lo he demostrado enseñándole el ordenador de mi madre, en el que se encuentran todas las versiones sucesivas del libro…
¡Por eso no lo encontraba esta mañana! Lo he buscado por todos lados. Había terminado pensando que lo había olvidado en casa de Luca…
– Y debo añadir -prosiguió el presentador-que hemos hecho venir a un notario, antes de la emisión, que ha podido constatar que el ordenador contenía efectivamente las diferentes versiones del manuscrito y que pertenecía a su madre, la señora Joséphine Cortès, investigadora en el CNRS…
– Especialista del siglo XII, que es precisamente el periodo tratado en el libro…
– Así pues, ese libro no habría sido escrito por su tía, pues hay que recordar que Iris Dupin es su tía, sino por su madre.
– Sí-afirmó Hortense con tono firme, los ojos clavados en la cámara.
– ¿Sabe usted que esto va a producir un terrible escándalo?
– Sí.
– Quiere usted mucho a su tía…
– Sí.
– Y, sin embargo, se arriesga usted a destrozarla y a destrozar su vida…
– Sí.
Su calma no era una fachada. Hortense respondía sin dudar, sin sonrojarse, sin balbucear.
– ¿Y por qué hace esto?
– Porque mi madre nos educa sola a mi hermana y a mí, porque no tenemos mucho dinero, porque se mata a trabajar, y me gustaría que los muchos derechos de autor que genera el libro fuesen para ella.
– ¿Hace usted esto únicamente por el dinero?
– Primero lo hago para hacer justicia a mi madre. Y después, por el dinero. Mi tía, Iris Dupin, lo ha hecho para divertirse, seguramente no se esperaba que el libro consiguiera un éxito como el que ha tenido, encuentro justo devolverle al César lo que es del César…
– ¿Cuando habla usted del éxito del libro, puede darnos cifras?
– Por supuesto. Quinientos mil ejemplares vendidos hasta hoy, cuarenta y seis traducciones y los derechos de la película adquiridos por Martin Scorsese…
– ¿Se siente usted perjudicada?
– Es como si mi madre hubiese comprado un billete de lotería y mi tía hubiese cobrado el premio… Sólo que un billete de lotería se compra en treinta segundos, mientras que el libro a mi madre le ha costado casi un año escribirlo, y representa años y años de estudios. Creo que es justo recompensarla…
– En efecto -declaró el presentador-, de hecho ha venido usted acompañada por un abogado, el señor Gaspard, que representa también a numerosas estrellas del espectáculo, como Mick Jagger. Abogado Gaspard, díganos, ¿qué podemos hacer en un caso como este?
El abogado comenzó entonces un largo discurso sobre el plagio, el trabajo de negro, los diferentes casos de juicios que conocía, que había llevado. Hortense le escuchaba, derecha, la mirada siempre dirigida hacia la cámara. Llevaba una camisa Lacoste verde que destacaba el brillo de sus ojos, los reflejos cobrizos de su larga cabellera, y la mirada de Joséphine cayó sobre el pequeño cocodrilo que adornaba su pecho.
Después de que el abogado hablase, el presentador se dirigió una última vez a Hortense, que concluyó evocando la brillante carrera de su madre en el CNRS, sus trabajos sobre el siglo XII, su extrema modestia que volvía a su hija loca de rabia.
– Sabe -concluyó Hortense-, cuando se es un niño, y yo era aún una niña no hace mucho tiempo, necesitamos admirar a nuestros padres, pensar que son fuertes, los más fuertes. Los padres representan una barrera contra el mundo. No queremos saber si son débiles, si están desamparados, si dudan. No queremos saber siquiera si tienen problemas. Necesitamos sentirnos seguros cerca de ellos. Yo siempre he sentido que mi madre no era lo bastante sólida para hacerse respetar, que toda su vida le pasaba por encima. Es lo que he querido hacer esta noche: protegerla a su pesar, ponerla en lugar seguro, que nunca le falte de nada, que deje de romperse la cabeza preguntándose cómo va a pagar el piso, los impuestos, nuestros estudios, la comida diaria… Hoy, si he roto el secreto, ha sido únicamente para proteger a mi madre.
La sala entera aplaudió.
Joséphine miraba fijamente a la pantalla con la mandíbula desencajada de sorpresa.
El presentador sonrió y, volviéndose de nuevo a la cámara, se dirigió a Joséphine felicitándola por tener una hija tan fuerte, tan lúcida.
Después, a modo de broma, añadió:
– ¿Y por qué no le dice «te quiero» cuando está frente a ella? Sería más fácil que venir a decirlo a la televisión. Porque es una auténtica declaración de amor lo que acaba de hacer.
Durante un instante, Hortense pareció dudar, después se repuso.
– No puedo. Cuando estoy frente a mi madre, no puedo. Es más fuerte que yo.
– ¿Y, sin embargo, la ama?
Hubo un momento de silencio. Hortense apretó los puños colocados sobre la mesa, bajó los ojos y dejó escapar en voz baja:
– No sé, es complicado. Somos tan diferentes…
Después se irguió y, apartando un gran mechón de pelo, añadió:
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