“Lo sé,” dijo Mackenzie, y esta vez se acercó a tocarle. Colocó la mano en su hombro y él pareció agradecido. También podía asegurar que quería llorar con todas sus ganas, pero probablemente no iba a permitírselo delante de desconocidos.
“Detective Porter,” dijo Mackenzie, mientras él surgía de la otra habitación, mirándola fijamente. “¿Tienes más preguntas?” Ella sacudió la cabeza con sutileza mientras hacía la pregunta, esperando que él le entendiera.
“No, creo que ya hemos terminado aquí”, dijo Porter.
“Muy bien,” dijo Mackenzie. “De nuevo, chicos, muchas gracias por vuestro tiempo.”
“Sí, gracias,” dijo Porter, uniéndose a Mackenzie en la sala de estar. “Jennifer, tienes mi número así que si se te ocurre cualquier cosa que pueda ayudarnos, no dudes en llamarnos. Hasta el detalle más minúsculo podría ser útil.”
Jennifer asintió y dejó escapar con una voz ronca, “Gracias.”
Mackenzie y Porter salieron, descendiendo una serie de escalones de madera que daban al aparcamiento del edificio de apartamentos. Cuando se encontraban a una distancia sensata del apartamento, Mackenzie acortó la distancia entre ellos. Podía sentir la inmensa ira que emanaba de él como el calor pero la ignoró.
“Tengo una pista,” dijo ella. “Kevin dice que su madre estaba preparándose para solicitar una orden de alejamiento contra alguien del trabajo el año pasado. Dijo que era la única vez que la había visto visiblemente enfadada o molesta por algo.”
“Muy bien,” dijo Porter. “Eso quiere decir que algo bueno resultó de que socavaras mi autoridad.”
“No socavé tu autoridad,” dijo Mackenzie. “Simplemente vi cómo se estropeaba la situación entre tú y el hijo mayor, así que intervine para resolverlo.”
“Mentira,” dijo Porter. “Hiciste que pareciera débil e inferior delante de esos chicos y de su tía.”
“Eso no es cierto,” dijo Mackenzie. “Incluso si lo fuera, ¿qué importa? Estabas hablando con esos chicos como si fueran idiotas que apenas podían entender inglés.”
“Tus actos fueron una clara señal de falta de respeto,” dijo Porter. “Deja que te recuerde que he estado haciendo este trabajo más tiempo del que tú llevas con vida. Si necesito que intervengas para ayudarme, maldita sea, te lo haría saber.”
“Tú lo dejaste, Porter,” replicó ella. “Ya habías terminado, ¿recuerdas? No quedaba ninguna autoridad que socavar. Estabas en la puerta. Esa era tu decisión. Y era la decisión equivocada.”
Ya habían llegado al coche y mientras Porter lo desbloqueaba, miró por encima del techo, con sus ojos clavados en Mackenzie.
“Cuando regresemos a la comisaría, voy a ir donde Nelson y le voy a entregar una solicitud para que me reasignen. Estoy harto de esta falta de respeto.”
“Falta de respeto,” dijo Mackenzie, sacudiendo la cabeza. “Ni siquiera sabes lo que esa palabra significa. Por qué no empiezas por examinar detenidamente la manera en que me tratas a mí.”
Porter dejó escapar un suspiro entrecortado y se montó en el coche, sin decir nada más. Decidida a no permitir que el estado de ánimo tenso de Porter pudiera con ella, Mackenzie también entró. Miró de nuevo al apartamento y se preguntó si Kevin se habría permitido aún echarse a llorar. En el esquema general de las cosas, el conflicto que existía entre Porter y ella no parecía tan importante.
“¿Quieres llamar para comunicarlo?” preguntó Porter, claramente irritado porque se le habían sublevado.
“Sí,” dijo ella, sacando el teléfono. Mientras buscaba el número de Nelson, no podía negar la creciente satisfacción que estaba surgiendo dentro de ella. Una orden de alejamiento emitida hace un año y ahora Hailey Lizbrook estaba muerta.
Tenemos a ese cabrón, pensó.
Pero al mismo tiempo, no podía evitar preguntarse si solucionar este asunto sería realmente tan fácil.
Al final, Mackenzie llegó a su casa a las 10:45, exhausta. Había sido un día largo y agotador, pero sabía que no sería capaz de quedarse dormida durante algún tiempo. Su mente estaba demasiado concentrada en la pista que le había proporcionado Kevin Lizbrook. Le había comunicado la información a Nelson y él le había asegurado que haría que alguien llamara al club de striptease y a la firma de abogados con la que Hailey Lizbrook había estado trabajando para conseguirle una orden de alejamiento.
Con su mente disparándose en miles de direcciones distintas, Mackenzie puso algo de música, agarró una cerveza del frigorífico, y comenzó a prepararse un baño. Normalmente no le gustaba darse baños, pero esta noche todos los músculos de su cuerpo estaban completamente tensos. Mientras la bañera se llenaba de agua, caminó por la casa y la ordenó desde el punto en que parecía que Zack había estado esperando hasta el último minuto para volver al trabajo.
Zack y ella se habían mudado juntos hace poco más de un año, intentando tomar todos los pasos posibles en una relación que pudieran evitar el matrimonio durante el mayor tiempo posible. A Mackenzie le parecía que estaba lista para casarse, pero a Zack esa idea parecía aterrarle. Ya habían estado juntos tres años y aunque los dos primeros años habían sido fabulosos, la última etapa de su relación se había basado en la monotonía y en el temor de Zack a quedarse solo y a casarse. Si pudiera quedarse en un punto medio entre esos dos, con Mackenzie haciendo de amortiguador, estaría contento.
Pero mientras recogía dos platos sucios de la mesa de café y pisaba sin querer un CD de la Xbox en el suelo, Mackenzie se planteó que quizá ya estaba harta de hacer de amortiguador. Además, ni siquiera estaba segura de que se casaría con Zack si se lo pidiera mañana. Le conocía demasiado bien; había visto una imagen de lo que sería estar casada con él y, con toda sinceridad, no prometía gran cosa.
Estaba atascada en una relación sin futuro, con un compañero que no la apreciaba. De la misma manera, se daba cuenta de que estaba atascada en un trabajo con unos compañeros que no la apreciaban. Toda su vida parecía estar atascada. Sabía que era necesario hacer cambios, pero le resultaban demasiado intimidantes. Y dado su nivel de cansancio, ni siquiera contaba con la energía necesaria.
Mackenzie se retiró al cuarto de baño y cerró el agua. Olas de vapor ascendieron desde la parte superior de la bañera, a modo de invitación. Se quitó la ropa, mirándose a sí misma en el espejo y cayendo todavía más en la cuenta de que había desperdiciado tres años de su vida con un hombre que no tenía un deseo genuino de comprometerse con ella. Le parecía que era atractiva de una manera sencilla. Tenía un rostro bonito (quizá más cuando llevaba el pelo en cola de caballo) y tenía una figura sólida, si bien algo delgada y muscular. Su estómago estaba plano y firme—tanto que a veces Zack bromeaba diciendo que sus abdominales resultaban algo intimidantes.
Se deslizó dentro de la bañera, con la cerveza apoyada en la mesita de las toallas a su lado. Dejó escapar un profundo suspiro y dejó que el agua caliente hiciera su trabajo. Cerró los ojos y se relajó lo mejor que pudo, pero la imagen de los ojos de Kevin Lizbrook regresaba a su mente de manera cíclica. La enorme tristeza que había en ellos había sido casi insoportable, y hablaban de un dolor que la misma Mackenzie había conocido en su día pero que había conseguido empujar hasta el fondo de su corazón. Cerró los ojos y se quedó dormida, con la imagen acosándola todo el tiempo. Sentía una presencia palpable, como si Hailey Lizbrook estuviera con ella en la habitación ahora mismo, instándole a que resolviera su asesinato.
*
Zack regresó a casa una hora más tarde, en cuanto terminó un turno de doce horas en la planta textil de la zona. Cada vez que Mackenzie olía los olores de la suciedad, el sudor y la grasa en él, le recordaban la poca ambición que tenía Zack. Mackenzie no tenía ninguna pega sobre el trabajo en sí; era un trabajo respetable para hombres que estaban hechos para el trabajo duro y la dedicación. Sin embargo, Zack tenía una licenciatura que había pensado utilizar para conseguir una plaza en un Masters y hacerse profesor. Ese plan había acabado hace cinco años y desde entonces se había quedado atascado en el rol de jefe de turno en la planta textil.
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