El bloque donde vivía Clive estaba en silencio, y al doblar la esquina hacia él, Mackenzie reconoció la familiar ráfaga de adrenalina. Se sentó inconscientemente, preparándose para enfrentar a un asesino.
Según el equipo de vigilancia que había estado observando la propiedad desde las 3 de la madrugada, Traylor todavía estaba en casa. No tenía que fichar de nuevo en el trabajo hasta la una.
Porter desaceleró el coche mientras subía la calle y aparcó directamente enfrente de la casa de Traylor. Entonces miró a Mackenzie por primera vez en toda la mañana. Parecía algo nervioso. Se dio cuenta de que seguramente ella lo parecía también. Y a pesar de sus diferencias, Mackenzie todavía se sentía a salvo entrando en una situación de peligro potencial con él. Ya fuera un machista de verdad o no, el hombre tenía una experiencia de muchos años y sabía lo que estaba haciendo la mayor parte del tiempo.
“¿Lista?” le preguntó Porter.
Ella asintió y sacó el micrófono de la unidad de radio en el salpicadero del coche.
“Al habla White,” dijo al micrófono. “Estamos listos para entrar cuando nos lo digas.”
“A por ello,” llegó la respuesta simple de Nelson.
Mackenzie y Porter salieron despacio del coche, para evitar crear en Traylor cualquier razón para alarmarse si le daba por mirar por la ventana para ver a dos desconocidos caminando por su jardín. Porter tomó la delantera a medida que subían los destartalados escalones del porche. El porche estaba cubierto de pintura blanca en forma de copos y de los restos de miles de insectos muertos. Mackenzie sintió como se ponía tensa, preparándose. ¿Qué haría cuando viera la cara del hombre que había matado a esas mujeres?
Porter abrió la endeble portezuela de tela metálica y llamó a la puerta principal.
Mackenzie estaba de pie a su lado, esperando, con el corazón acelerado. Podía sentir cómo le empezaban a sudar las palmas.
Pasaron unos instantes antes de que escuchara pasos acercándose. A eso le siguió el chasquido de una cerradura desbloqueándose. La puerta se abrió un poco más que un tragaluz, y Clive Traylor les miró. Parecía confundido—y después, muy alarmado.
“¿Puedo ayudarles?” preguntó Traylor.
“Señor Traylor,” dijo Porter, “Soy el Detective Porter y ella es la Detective White. Si tiene un minuto, nos gustaría hablar con usted.”
“¿En relación con qué?” preguntó Traylor, que se puso a la defensiva de inmediato.
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