Mackenzie estaba tomando su segunda cerveza cuando él llegó, sentada en la cama y leyendo un libro. Pensó que trataría de quedarse dormida sobre las tres, para conseguir cinco horas sólidas de sueño antes de irse a trabajar a las nueve de la mañana siguiente. Siempre le dio igual dormir y había descubierto que cuando conseguía dormir más de seis horas por las noches, se sentía letárgica y confundida al día siguiente.
Zack entró a la habitación con su ropa sucia del trabajo. Se quitó los zapatos junto a la cama mientras la miraba de arriba abajo. Ella llevaba una camiseta ajustada y un culote.
“Hola, chica,” le dijo, con una mirada de admiración. “Vaya, es un placer encontrar esto al volver a casa.”
“¿Cómo te fue el día?” preguntó ella, sin apenas levantar la vista de su libro.
“Estuvo bien,” dijo él. “Entonces regresé a casa y te vi así y se puso mucho mejor.” Dicho eso, se encaramó a la cama poniéndose a su lado. Su mano se dirigió a un lado de su cara mientras se inclinaba para darle un beso.
Dejó caer su libro y se retiró al mismo tiempo. “Zack, ¿te has vuelto loco?” le preguntó.
“¿Qué?” dijo él, claramente confundido.
“Estás completamente sucio. Y no solo es que me haya dado un baño, es que estás dejando suciedad y grasa y Dios sabe qué más en las sábanas.”
“Oh, Dios,” dijo Zack, disgustado. Rodó por la cama, cubriendo a propósito todo lo que podía de las sábanas. “¿Por qué eres tan estrecha?”
“No soy una estrecha,” dijo ella. “Solo prefiero no vivir en una pocilga. A propósito, gracias por limpiar lo que utilizaste antes de irte a trabajar.”
“Oh, es tan agradable estar en casa,” dijo Zack de manera burlona, entrando al cuarto de baño y cerrando la puerta detrás de él.
Mackenzie suspiró y se tomó el resto de la cerveza de un trago. Entonces miró al otro lado de la habitación donde aún estaban las botas sucias de Zack en el suelo—donde estarían hasta que se las pusiera mañana de nuevo. También sabía que cuando se levantara por la mañana y fuera al cuarto de baño a prepararse, encontraría su ropa sucia en una pila en el suelo.
Al diablo con ello, pensó, volviendo a su lectura. Leyó solo unas pocas páginas mientras escuchaba el agua de la ducha de Zack en el baño. Entonces puso el libro a un lado y regresó a la sala de estar. Recogió su maletín, lo trajo al dormitorio, y sacó los archivos más actualizados sobre el asesinato de Lizbrook que había obtenido en la comisaría antes de regresar a casa. Por mucho que quisiera descansar, aunque solo fuera por unas horas, no podía hacerlo.
Repasó los archivos, buscando cualquier detalle que se les hubiera podido pasar por alto. Cuando estuvo segura de que habían cubierto todo, vio de nuevo los ojos llenos de lágrimas de Kevin y eso le incitó a mirar de nuevo.
Mackenzie estaba tan ensimismada con los archivos que no se dio cuenta de que Zack había vuelto a la habitación. Ahora olía mucho mejor, y, vestido solamente con una toalla alrededor de la cintura, también tenía mucho mejor aspecto.
“Siento lo de las sábanas,” dijo Zack casi distraído mientras se deshacía de la toalla y se ponía un par de calzoncillos. “Es que yo… no sé… no recuerdo la última vez que me prestaste alguna atención.”
“¿Quieres decir sexo?” preguntó ella. Para sorpresa suya, se dio cuenta de que realmente le apetecía tener sexo. Puede que fuera justo lo que necesitaba para relajarse del todo y conseguir dormir.
“No solo sexo,” dijo Zack. “Quiero decir cualquier tipo de atención. Llego a casa y estás ya durmiendo o repasando tus casos.”
“Bueno, eso es después de que haya recogido tu basura de todo el día,” dijo ella. “Vives como un crío que espera que su mami venga a limpiar detrás suyo. Así que ya ves, a veces vuelvo al trabajo para olvidar lo frustrante que puedes ser.”
“¿Así que volvemos de nuevo a esto?” preguntó él.
“¿Volvemos a qué?”
“Volvemos a que tú utilizas el trabajo como una manera de ignorarme.”
“No lo utilizo como una manera de ignorarte, Zack. Ahora mismo estoy más preocupada de descubrir quién asesinó brutalmente a la madre de dos chicos que de asegurarme de que recibes la atención que necesitas.”
“Eso es exactamente,” dijo Zack, “esa es la razón por la que no tengo prisa en casarme. Tú ya estás casada con tu trabajo.”
Había unas mil respuestas que podía haberle escupido de vuelta, pero Mackenzie sabía que no tenía sentido. Sabía que, en cierto modo, él tenía razón. Casi todas las noches, los casos que se traía a casa le parecían más interesantes que Zack. Todavía le quería, sin duda alguna, pero no había nada nuevo en él, nada que le retara.
“Buenas noches,” dijo agriamente mientras se metía a la cama.
Miró su espalda desnuda y se preguntó si, de algún modo, era su responsabilidad prestarle atención. ¿Le convertiría eso en una buena novia? ¿Haría de ella una mejor inversión para un hombre al que aterraba el matrimonio?
Ahora que la idea del sexo era un impulso que había caído en el olvido, Mackenzie se encogió de hombros y volvió a mirar los archivos.
Si su vida personal tenía que diluirse hasta pasar a un segundo plano, que así fuera. De todos modos, esta vida, la vida dentro del caso, le parecía más real.
*
Mackenzie entró al dormitorio de sus padres, y antes de que cruzara el umbral, olió algo que revolvió su estómago de siete años. Era un olor ácido, que le recordaba a la parte interior de su hucha—un olor como el cobre de los centavos.
Entró a la habitación y vio el pie de la cama, una cama en la que su madre no había dormido durante un año más o menos—una cama que parecía demasiado grande solo para su padre.
Le vio allí, con las piernas colgando del lado de la cama, los brazos extendidos como si estuviera tratando de volar. Había sangre por todas partes: en la cama, en la pared, hasta había algo de sangre en el techo. Tenía la cabeza girada hacia la derecha, como si estuviera alejando la mirada de ella.
Ella supo que estaba muerto al instante.
Se acercó a él con sus pies descalzos pisoteando un charco de sangre; no quería acercarse, pero tenía que hacerlo.
“Papi,” susurró ella, que ya se había echado a llorar.
Se acercó, aterrorizada, pero atraída como un imán.
De repente, él se dio la vuelta y la miró fijamente, todavía muerto.
Mackenzie gritó.
Mackenzie abrió los ojos y miró la habitación que le rodeaba, con aire confundido. Los archivos del caso estaban en su regazo, esparcidos. Zack estaba dormido a su lado, todavía dándole la espalda. Respiró hondo, limpiándose el sudor de sus cejas. Solo había sido un sueño.
Y entonces oyó el crujido.
Mackenzie se quedó petrificada. Miró hacia la puerta del dormitorio y salió despacio de la cama.
Acababa de escuchar cómo crujía la débil tarima del piso de la sala de estar, un sonido que solo había escuchado cuando alguien caminaba por la sala. Claro que estaba dormida y en medio de una pesadilla, pero ella lo había oído.
¿O no?
Salió de la cama y cogió la pistola de servicio de la parte superior de su vestidor donde estaba junto a su placa y un pequeño bolso. Se inclinó sigilosamente junto al umbral de la puerta y salió al pasillo. El tenue brillo de las farolas se filtraba a través de las persianas de la sala de estar, revelando una habitación vacía.
Entró a la sala, sosteniendo el arma en posición de ataque. Todos sus instintos le decían que no había nadie allí, pero todavía estaba temblando. Ella sabía que había oído crujir la tarima. Caminó a esa parte de la sala, justo enfrente de la mesa de café, y la oyó crujir.
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