Blake Pierce - Causa para Matar

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Una dinámica historia que atrapa desde el primer episodio y no deja ir. Midwest Book Review, Diane Donovan (sobre Una Vez Desaparecido) Del autor de misterio #1 mejor vendido Blake Pierce llega una nueva obra maestra del suspenso psicológico. La detective de Homicidios Avery Black ha pasado por el infierno. Una vez abogada defensora estrella, cayó en desgracia cuando logró dejar en libertad a un brillante profesor de Harvard, sólo para verlo volver a matar. Perdió a su esposo y a su hija, y su vida se derrumbó a su alrededor. Intentando redimirse, Avery se ha volcado al otro lado de la ley. Trabajando desde abajo, ha llegado a ser detective de Homicidios, causando repudio en sus compañeros oficiales, quienes aún recuerdan lo que hizo, y quienes la odiarán por siempre. Pero incluso ellos no pueden negar la mente brillante de Avery, y cuando un perturbador asesino serial genera terror en el corazón de Boston, asesinando a chicas de universidades de élite, es a Avery a quien recurren. Es la oportunidad de Avery para probar su valor, y finalmente alcanzar la redención que ansía. Sin embargo, como está a punto de descubrir, Avery se ha enfrentado a un asesino tan brillante y audaz como ella misma. En este juego psicológico del gato y el ratón, las mujeres mueren con misteriosas pistas, y las apuestas no podrían ser más altas. Una frenética carrera contra el tiempo lleva a Avery a través de una serie de sorprendentes e inesperados giros, culminando en un clímax que ni siquiera Avery podría haber imaginado. Un oscuro thriller psicológico con suspenso que acelera el corazón, CAUSA PARA MATAR marca el debut de una cautivadora nueva serie, y un querido nuevo personaje, que te dejará dando vuelta las páginas hasta tarde en la noche. El libro #2 de la serie de Avery Black estará disponible pronto. Una obra maestra del thriller y el misterio. Pierce hizo un magnífico trabajo desarrollando personajes con un lado psicológico, tan bien descritos que nos sentimos dentro de sus mentes, seguimos sus miedos y los alentamos en sus éxitos. La trama es muy inteligente y te mantendrá entretenido a través del libro. Lleno de giros, este libro te mantendrá despierto hasta dar vuelta la última página. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre Una Vez Desaparecido)

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Salieron del estacionamiento.

El Parque Lederman estaba a tan sólo unos pocos kilómetros de la estación de policía. Condujeron hacia el oeste por la Calle Cambridge y giraron a la derecha en Blossom.

"Entonces", dijo Ramírez, "Oí que antes eras abogada."

"¿Sí?" Unos ojos azules vigilantes le echaron una mirada de reojo. "¿Qué otra cosa oíste?"

"Abogada defensora criminal", agregó, "lo mejor de lo mejor. Trabajaste en Goldfinch & Seymour. Nada mal. ¿Por qué renunciaste?"

"¿No lo sabes?"

"Sé que defendiste a un montón de canallas. Récord perfecto, ¿cierto? Hasta metiste a algunos policías sucios tras las rejas. Seguro estabas viviendo la gran vida. Gran salario, una cadena sin fin de éxitos. ¿Qué clase de persona deja todo eso atrás para unirse a la policía?"

Avery recordó la casa donde había crecido, en una pequeña granja rodeada de kilómetros de terreno llano. Jamás se ajustó a esa soledad. Ni a los animales o el olor del lugar: heces y pelo y plumas. Desde el principio quería irse de allí. Lo había hecho: Boston. Primero la universidad y luego la escuela de leyes y su carrera.

Y ahora esto.

Un suspiró escapó de sus labios.

"Creo que a veces las cosas no funcionan como las planeamos."

"¿Qué se supone que signifique eso?"

En su mente, volvió a ver esa sonrisa, esa vieja y siniestra sonrisa de aquel anciano arrugado con anteojos gruesos. Parecía tan sincero al comienzo, tan humilde, inteligente y honesto. Todos lo habían parecido, se dio cuenta.

Hasta que sus juicios terminaban y volvían a sus vidas cotidianas y ella se veía forzada a admitir que no era ninguna salvadora de los desamparados, ni defensora de la gente, sino un peón, un simple peón en un juego demasiado complejo y arraigado para cambiarlo.

"La vida es dura", reflexionó. "Crees que sabes algo un día y luego al día siguiente, se levanta el velo y todo cambia."

Él asintió.

"Howard Randall", dijo, claramente dándose cuenta de algo.

El nombre la hizo más consciente de todo: el aire fresco en el auto, su posición en el asiento, su ubicación en la ciudad. Nadie había dicho su nombre en voz alta en mucho tiempo, especialmente a ella. Se sintió expuesta y vulnerable, y en respuesta tensó todo su cuerpo y se sentó más erguida.

"Perdón", dijo él, "no fue mi intención..."

"Está bien", dijo ella.

Sólo que no estaba bien. Todo había terminado luego de él. Su vida. Su trabajo. Su cordura. Ser abogada defensora había sido un desafío, por decir algo, pero él era el que supuestamente iba a arreglar todo. Un genial profesor de Harvard, respetado por todos, sencillo y amable, había sido acusado se asesinato. La salvación de Avery iba a llegar en la forma de su defensa. Por una vez, se suponía que hiciera lo que había soñado desde niña: defender a los inocentes y asegurar que la justicia prevaleciera.

Pero nada sucedió de esa forma.

CAPÍTULO TRES

El parque ya había cerrado el público.

Dos oficiales vestidos de civiles le bajaron la bandera al auto de Ramírez y rápidamente le hicieron señas para que se alejase del estacionamiento y girase a la izquierda. Entre los oficiales que eran evidentemente de su departamento, Avery detectó una cantidad de policías estatales.

"¿Por qué está la policía estatal aquí?", preguntó.

"Su sede central está al final de la calle."

Ramírez cruzó y estacionó junto a una fila de patrullas de policía. Un área amplia del lugar había sido separada con cinta amarilla. Camionetas de las noticias, reporteros, cámaras, y un montón de otros corredores y otras personas asiduas al parque estaban de pie junto a la cinta intentando ver lo que sucedía.

"Nadie cruza de esta línea", dijo un oficial.

Avery mostró una placa.

"Homicidios", dijo. Era la primera vez que hacía uso de su nuevo puesto, y la llenó de orgullo.

"¿Dónde está Connelly?" preguntó Ramírez.

Un oficial señaló hacia los árboles.

Se abrieron camino por el césped, un diamante de béisbol a su izquierda. Se encontraron con más cinta amarilla antes de una fila de árboles. Debajo del denso follaje había un camino que iba a lo largo del Río Charles. Un sólo oficial, acompañado de un especialista forense y un fotógrafo, se encontraba de pie tras un banco.

Avery evitó el contacto inicial con los que ya se encontraban en la escena. En el transcurso de los años, había descubierto que la interacción social le quitaba enfoque, y demasiadas preguntas y formalidades con los demás contaminaban su punto de vista. Tristemente, esta era otra de las características que le habían ganado el desprecio de todo su departamento.

La víctima era una chica joven colocada de lado en el banco. Estaba evidentemente muerta, pero exceptuando su tono de piel azulado, su posición y expresión facial podrían haber hecho que el transeúnte promedio se lo pensara dos veces antes de preguntarse si pasaba algo malo.

Como una novia esperando a su amado, las manos de la muchacha estaban colocadas en el respaldo del banco. Su mentón descansaba sobre sus manos. Una sonrisa traviesa rizaba sus labios. Su cuerpo estaba volteado, como su hubiese estado sentada en una posición y se hubiese movido para buscar a alguien o dejar salir un gran suspiro. Estaba ataviada con un vestido de verano amarillo y sandalias blancas, su precioso cabello caoba caía sobre su hombro izquierdo. Sus piernas estaban cruzadas y sus dedos descansaban suavemente sobre el camino.

Sólo los ojos de la víctima delataban su tormento. Emanaban dolor e incredulidad.

Avery escuchó una voz en su mente, la voz del anciano que acechaba sus sueños y ensoñaciones diurnas. Con respecto a sus propias víctimas, una vez le había preguntado: ¿Dónde están? Tan sólo receptáculos, receptáculos sin nombre, sin rostro, tan pocos de miles de millones, esperando encontrar su propósito.

La ira creció en su interior, ira nacida de ser expuesta y humillada y sobre todas las cosas, de haber visto su vida entera ser destruida.

Se acercó al cuerpo.

Como abogada, había sido forzada a examinar interminables informes forenses y fotos de pesquisas y cualquier cosa relacionada con su caso. Su educación había mejorado ampliamente como policía, cuando analizaba habitualmente a las víctimas de asesinato en persona, y podía hacer evaluaciones más honestas.

El vestido, notó, había sido lavado, y el cabello de la víctima también estaba limpio. Las uñas de las manos y de los pies estaban recientemente pintadas, y cuando olió profundamente la piel, sintió olor a coco y miel y apenas un dejo de formaldehído.

"¿Le vas a dar un beso o qué?", dijo alguien.

Avery estaba inclinada sobre el cuerpo de la víctima, con las manos detrás de la espalda. En el banco se hallaba un cartel amarillo con la leyenda "4." A su lado, en la espalda baja de la muchacha, había un cabello tieso color naranja, apenas perceptible entre el amarillo de su vestido.

El supervisor de Homicidios Dylan Connelly se encontraba de pie con los brazos en jarra, esperando una respuesta. Era tosco y fornido, con cabello rubio y ondulado y penetrantes ojos azules. Su pecho y sus brazos parecían a punto de salirse de su camisa azul. Sus pantalones eran de lino marrón, y gruesas botas negras adornaban sus pies. Avery había notado su presencia en la oficina a menudo; no era exactamente su tipo, pero tenía una ferocidad animal que le causaba admiración.

"Esto es una escena del crimen, Black. La próxima, mira por donde caminas. Tienes suerte que ya tomamos huellas dactilares y de zapatos."

Ella bajó la cabeza, perpleja; había tenido cuidado por donde había caminado. Levantó la vista hacia la mirada férrea de Connelly, y se dio cuenta que él sólo buscaba una razón para humillarla.

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