"Oh!", aclamaron sus amigos.
"¡Está fuera de control!"
Cindy besó a Rachel en la mejilla y susurró, "Que tengas una noche genial. Nos vemos mañana", y se dirigió a la puerta.
Afuera, el aire fresco primaveral hizo que Cindy respirara hondo. Se limpió el sudor de la cara y subió brincando la Calle Church en su corto vestido amarillo de verano. La cuadra del centro de la ciudad estaba compuesta principalmente por edificios bajos de ladrillos y algunas casas señoriales anidadas entre los árboles. Un giro a la izquierda hacia la Calle Brattle y cruzó al otro lado y caminó hacia el suroeste.
Los faroles de la calle alumbraban la mayoría de las esquinas, pero una sección de la Calle Brattle estaba envuelta en la oscuridad. En lugar de preocuparse, Cindy apuró el paso y extendió sus brazos a lo ancho, como si las sombras pudiesen de alguna manera limpiar su sistema del alcohol y el cansancio y darle energías para la cita con Winston.
Un callejón angosto apareció a su izquierda. Su instinto le dijo que tuviese cuidado, después de todo era sumamente tarde, y no desconocía el lado más turbio de Boston, pero también estaba demasiado colocada como para creer que algo malo podía interponerse entre ella y su futuro.
Por el rabillo del ojo, percibió movimiento, y demasiado tarde, se dio vuelta.
Sintió un repentino dolor agudo en el cuello, tanto que la hizo tomar aire, y miro rápidamente hacia atrás, descubriendo algo que brillaba en la oscuridad.
Una aguja.
Su corazón se desplomó, y su borrachera desapareció en un instante.
Al mismo tiempo, sintió que alguien se apoyaba en su espalda, un sólo brazo esbelto atrapando el suyo. El cuerpo era más pequeño que el suyo, pero fuerte. De un tirón, fue arrastrada de espaldas hacia el callejón.
“Shhh.”
Cualquier idea de que pudiese ser una broma desapareció en el momento que escuchó esa malévola e intensa voz.
Intentó patalear y gritar. Por algún motivo, su voz no funcionaba, como si algo le hubiese ablandado los músculos del cuello. Sus piernas, también, comenzaron a sentirse como gelatina, y apenas podía mantener sus pies en el suelo.
¡Haz algo!, se imploró a sí misma, sabiendo que si no lo hacía iba a morir.
El brazo estaba alrededor de su lado derecho. Cindy se liberó del agarre, y al mismo tiempo tiró su cuello hacia atrás y le dio un cabezazo a su atacante. La parte trasera de su cráneo dio contra la nariz de él, y pudo casi escuchar un crujido. El hombre maldijo silenciosamente y la soltó.
¡Corre! Suplicó Cindy.
Pero su cuerpo se rehusó a obedecer. Sus piernas se rindieron debajo de su cuerpo, y cayó pesadamente al piso de concreto.
Cindy se acostó sobre su espalda, con las piernas extendidas y los brazos abiertos en ángulos opuestos, incapaz de moverse.
El atacante se arrodilló a su lado. Su cara estaba oculta tras una peluca descuidadamente colocada, un bigote falso, y anteojos gruesos. Los ojos detrás de los anteojos le dieron un escalofrío por todo el cuerpo: frío y duro. Sin alma.
"Te amo", le dijo.
Cindy intentó gritar; sólo le salió un gorgoteo.
El hombre le rozó el rostro; luego, como si fuese consciente de su entorno, se puso de pie rápidamente.
Cindy sintió que la agarraban de las manos y la arrastraban por el callejón.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Alguien, suplicó mentalmente, ayúdeme. ¡Ayuda! Recordó a sus compañeros de clase, sus amigos, sus risas en la fiesta. ¡Ayuda!
Al final del camino, el pequeño hombre la levantó y la abrazó fuertemente. Su cabeza se apoyó en el hombro de él. Le acarició el cabello cariñosamente.
Le tomó una de las manos y le dio una vuelta como si fuesen amantes.
"Está bien", dijo en voz alta, como si alguien más lo estuviese escuchando, "yo abriré la puerta."
Cindy distinguió gente a lo lejos. Pensar era difícil. Nada se movía; un esfuerzo por hablar no tuvo éxito.
Se abrió la puerta del asiento del acompañante de una camioneta azul. La dejó caer adentro y cerró la puerta cuidadosamente para que su cabeza descansara en la ventanilla.
Él entró del lado del conductor, y le colocó un saco suave, con forma de almohada, sobre la cabeza.
"Duerme, mi amor", dijo, y encendió el motor. "Duerme."
La camioneta se alejó, y mientras la mente de Cindy se desvanecía hacia la oscuridad, su pensamiento final fue sobre su futuro, su brillante, increíble futuro que de repente y horriblemente le había sido robado.
Avery Black se paró al fondo de la abarrotada sala de conferencias, recostándose contra una pared, sumida en sus pensamientos mientras asimilaba los procedimientos a su alrededor. Más de treinta oficiales atestaban la pequeña sala de conferencias del Departamento de Policía de Boston en la Calle Nueva Sudbury. Dos paredes estaban pintadas de amarillo; dos eran de vidrio y daban al segundo piso del departamento. El Capitán Mike O'Malley, en sus cincuenta, pequeño, pero poderosamente fornido, nativo de Boston con ojos y cabello oscuro, se movía de un lado al otro detrás del podio. A Avery le parecía estar perpetuamente inquieto, incómodo en su propio cuerpo.
"Finalmente pero no de menos importancia," dijo con su grueso acento, "me gustaría darle la bienvenida a Avery Black a la Brigada de Homicidios."
Algunos aplausos desinteresados llenaron la sala, la cual sin ser por eso se mantuvo en un vergonzoso silencio.
"Vamos, vamos", soltó el capitán, "esa no es la forma de tratar a un nuevo detective. Black tuvo más arrestos que cualquiera de ustedes el año pasado, y atrapó casi sin ayuda sola a los Asesinos del Lado Oeste. Denle un poco de respeto," dijo y asintió hacia el fondo con una sonrisa evasiva.
Con la cabeza baja, Avery sabía que su cabello rubio oxigenado escondía sus facciones. Vestida más como abogada que como policía, en su elegante traje negro y camisa abotonada, su atuendo, un recuerdo de sus días de abogada defensora, era otra de las razones por las cuales la mayoría dentro del departamento de policía elegía o bien evitarla, o maldecir su nombre a sus espaldas.
"¡Avery!" El capitán levantó los brazos. "Estoy intentando felicitarte. ¡Despierta!"
Miró a su alrededor, nerviosa, al mar de rostros hostiles que le devolvían la mirada. Comenzaba a cuestionarse si venir a Homicidios había sido una buena idea después de todo.
"Muy bien, comencemos el día", añadió el capitán hacia el resto de la sala. "Avery, tú, a mi oficina. Ahora." Se volteó hacia otro policía. "Y quiero verte a ti también, Hennessey, acércate. Y Charlie, ¿por qué te vas tan rápido?"
Avery esperó que la multitud de oficiales de policía se dispersase, luego mientras se acercaba hacia su oficina, un policía se paró frente a ella, uno a quien había visto en el departamento, pero nunca había saludado formalmente. Ramírez era apenas más alto que ella, esbelto y sofisticado en apariencia, de una bronceada piel latina. Tenía cabello corto y negro, rostro afeitado, y aunque usaba un bonito traje gris, había cierta soltura en su postura y apariencia. Un trago de café mientras continuaba mirando sin emoción.
"¿En qué puedo ayudarte?"
“Es al revés,” dijo él. “Yo soy quien va a ayudarte.”
Él ofreció una mano; ella no la tomó.
"Sólo quería hacer un intento con la infame Avery Black. Muchos rumores. Quería averiguar cuáles eran fundados. Hasta ahora tengo: distraída, actúa como que es demasiado buena para la policía. Correcto y correcto. Dos de dos. Nada más para un lunes."
El abuso dentro de la fuerza policial no era nada nuevo para Avery. Había comenzado hacía tres años cuando entró como policía novata, y no había parado hasta entonces. Pocos en el departamento eran considerados amigos, e incluso menos colegas de confianza.
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