Blake Pierce - Una Vez Atado

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¡Una obra maestra del género de thriller y misterio! El autor hizo un trabajo magnífico desarrollando a los personajes psicológicamente, tanto así que sientes que estás en sus mentes, vives sus temores y aclamas sus éxitos. La trama es muy inteligente y te mantendrá entretenido durante todo el libro. Este libro te mantendrá pasando páginas hasta bien entrada la noche debido a sus giros inesperados. Books and Movies Reviews, Roberto Mattos (Sobre Una vez desaparecido) UNA VEZ ATADO es el libro #12 de la serie exitosa de misterio de Riley Paige, que comienza con UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1), ¡una descarga gratuita con más de 1. 000 opiniones de cinco estrellas! En este thriller emocionante, mujeres están siendo encontradas asesinadas en vías de ferrocarril por todo el país, obligando al FBI a actuar, encontrándose en una carrera contra el tiempo para atrapar al asesino en serie. La agente especial del FBI, Riley Paige, quizá se encontró con la horma de su zapato: un asesino sádico, que ata a sus víctimas a vías para ser asesinadas por los trenes que se aproximan. Un asesino lo suficientemente inteligente como para evitar ser capturado en muchos estados, y lo suficientemente encantador como para pasar desapercibido. Pronto aprende que tendrá que trabajar duro para poder entrar en su mente enfermiza, una mente en la que no está segura que quiere entrar. Y todo llega a su clímax de una forma tan estremecedora, que ni Riley lo pudo haber visto venir. Un thriller psicológico oscuro con suspenso emocionante, UNA VEZ ATADO es el libro #12 de una nueva serie fascinante, con un nuevo personaje querido, que te dejará pasando páginas hasta bien entrada la noche. El Libro #13 de la serie de Riley Paige estará disponible pronto.

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Los dos hombres apenas levantaron la mirada.

Jenn tragó grueso. Seguramente estaban traumatizados.

Sin duda tendrían que lidiar con algo desagradable.

Entrevistar a estos hombres no sería fácil. Por si fuera poco, probablemente no aprenderían nada que los ayudaría a atrapar al asesino.

Jenn se apartó mientras Riley se sentó en la mesa con los hombres y habló en voz baja.

—Siento mucho que hayan tenido que lidiar con esto. ¿Cómo lo están sobrellevando?

El hombre mayor, el conductor, se encogió de hombros y dijo: —Estaré bien. Lo crea o no, he visto este tipo de cosas antes. Me refiero a muertos en las vías. He visto cuerpos aún más mutilados. Nadie se acostumbra a eso, pero… —Stine asintió con la cabeza hacia su auxiliar y agregó—: Pero Everett nunca ha pasado por esto.

El joven levantó la mirada de la mesa a las personas en la sala.

—Estaré bien —dijo mientras asentía la cabeza, obviamente tratando de sonar como si lo decía en eso.

Riley dijo: —Siento preguntar esto, ¿pero usted vio a la víctima justo antes de…?

Boynton hizo un gesto de dolor y no dijo nada.

Stine dijo: —Solo un vistazo. Los dos estábamos en la cabina. Pero yo estaba en la radio haciendo una llamada de rutina a la siguiente estación, y Everett estaba haciendo cálculos para la curva que estábamos tomando. Cuando el ingeniero comenzó a frenar y sonó el silbato, levantamos la mirada y vimos algo… no estábamos seguros de lo que era. —Stine hizo una pausa y luego agregó—: Pero estábamos seguros de lo que pasó cuando caminamos al sitio para echar un vistazo.

Jenn estaba repasando mentalmente lo que había investigado en el avión. Ella sabía que las tripulaciones de los trenes de carga eran pequeñas. Aun así, parecía que faltaba alguien.

—¿Dónde está el ingeniero? —preguntó.

—¿El maquinista? —dijo Toro Cullen—. Está en una celda de custodia.

Jenn quedó boquiabierta.

Ella sabía que «maquinista» era la jerga ferroviaria para un ingeniero.

Pero ¿qué demonios estaba pasando aquí?

—¿Lo metieron en una celda? —preguntó.

Powell dijo: —No tuvimos otra opción.

El conductor mayor agregó: —El pobre no quiere hablar con nadie. La única palabra que ha dicho desde que ocurrió es ‘Enciérrenme’. La repitió una y otra vez.

El jefe de policía local dijo: —Así que eso es lo que hicimos. Parecía lo mejor.

Jenn sintió una punzada de ira.

Ella preguntó: —¿No han traído a un terapeuta para que hable con él?

El subjefe ferroviario dijo: —Hemos pedido que venga un psicólogo de la empresa desde Chicago. Son las reglas del sindicato. No sabemos cuándo va a llegar.

Riley se veía sobresaltada ahora.

—Ciertamente el ingeniero no se culpa a sí mismo por lo que pasó —dijo Riley.

Al conductor mayor pareció sorprenderle la pregunta.

—Por supuesto que sí —dijo él—. No fue su culpa, pero no puede evitarlo. Era el hombre al volante. Es el que se sintió más impotente. Lo está carcomiendo. Odio que se haya encerrado tanto. Realmente traté de hablar con él, pero ni siquiera me mira a los ojos. No debemos quedarnos esperando que llegue una maldita psicóloga ferroviaria. Reglas o no, alguien debería hacer algo ahora mismo. Un buen maquinista como él se merece algo mejor.

Jenn se sintió más enfurecida. Ella le dijo a Cullen: —Bueno, no puedes dejarlo en esa celda solo. No me importa si insiste en estar solo. No puede ser bueno para él. Alguien tiene que tratar de hablar con él.

Todos en la sala la miraron.

Jenn vaciló y luego dijo: —Llévame a la celda de custodia. Quiero verlo.

Riley levantó la mirada hacia ella y le dijo: —Jenn, no estoy segura de que sea una buena idea.

Pero Jenn la ignoró.

—¿Cuál es su nombre? —les preguntó Jenn los conductores.

Boynton dijo: —Brock Putnam.

—Llévame a él —insistió Jenn—. Ahora mismo.

El jefe de policía Powell condujo a Jenn fuera de la sala de entrevistas y al final del pasillo. Mientras caminaban, Jenn se preguntó si Riley podría tener razón.

«Tal vez esto no es una buena idea», pensó.

Después de todo, sabía que su empatía no era su mayor virtud como agente. Ella tendía a ser cortante y franca, incluso cuando se necesitaba ser más sutil. Ciertamente no tenía la capacidad de Riley de ser compasiva en los momentos apropiados. Y si ni Riley se sentía a la altura de esta tarea, ¿por qué ella creía que debía hacerlo?

Pero no podía dejar de pensar en que alguien debería hablar con él.

Powell la llevó a la fila de celdas, todas con puertas sólidas y ventanas pequeñas.

—¿Quieres que entre contigo? —preguntó.

—No —dijo Jenn—. Creo que será mejor si tenemos privacidad.

Powell abrió una puerta a una de las celdas y Jenn entró. Powell dejó la puerta abierta, pero se apartó.

Un hombre de unos treinta años estaba sentado en el borde de un catre, mirando directamente a la pared. Llevaba una camiseta común y corriente y una gorra de béisbol hacia atrás.

Parada en la puerta, Jenn dijo en voz baja: —¿Señor Putnam? ¿Brock? Mi nombre es Jenn Roston y soy del FBI. Lamento mucho lo que pasó. Solo me preguntaba si quería… hablar.

Putnam no mostró ningún indicio de siquiera haberla escuchado.

Parecía decidido a no hacer contacto visual con ella, o con cualquier otra persona.

Y de lo que había investigado en el avión, Jenn sabía exactamente por qué se sentía así.

Ella tragó saliva cuando sintió un nudo de ansiedad en su garganta.

Esto iba a ser mucho más difícil de lo que se había imaginado.

CAPÍTULO SIETE

Riley se quedó mirando la puerta con inquietud luego de que Jenn salió de la sala. Mientras Bill les seguía haciendo preguntas al conductor y su auxiliar, se encontró preocupada por cómo Jenn lidiaría con el ingeniero.

Estaba segura de que el ingeniero estaba muy mal. No le gustaba la idea de esperar mucho más tiempo por un psicólogo ferroviario, posiblemente algún funcionario esbirro que quizá estaría más preocupado por el bienestar de la empresa que por el del ingeniero. Pero ¿qué más se suponía que debían hacer?

¿Y la joven agente terminaría empeorando las cosas para el hombre? Riley nunca había visto ningún indicio que indicara que Jenn era especialmente hábil tratando con la gente.

Si Jenn terminaba alterando aún más al hombre, ¿cómo afectaría eso su propia moral? Ya había estado contemplando dejar el FBI debido a las presiones de su ex madre de acogida delictiva.

Pese a sus preocupaciones, Riley se las arregló para prestar atención a lo que se decía en la sala.

Bill le dijo al Stine: —Usted dijo que ha visto este tipo de cosas antes. ¿Se refiere a asesinatos en vías férreas?

—Oh, no —dijo Stine—. Los asesinatos como ese son bastante raros. Pero gente perdiendo la vida en las pistas, eso es mucho más común de lo que te imaginas. Hay varios cientos de víctimas al año, algunas de ellas amantes de la adrenalina muy estúpidas, muchas más por suicidios. En el negocio, los llamamos ‘intrusos’.

El joven se retorció en su silla y dijo: —Les aseguro que más nunca quiero volver a ver algo como eso. Pero por lo que me dice Arlo… Bueno, supongo que es parte del trabajo.

Bill le dijo al conductor: —¿Está seguro de que no había nada que el ingeniero pudo haber hecho?

Arlo Stine negó con la cabeza y respondió: —Muy seguro. Ya había desacelerado el tren a cincuenta y seis kilómetros por hora por la curva en la que estábamos. Aun así, no había forma de detener una locomotora diésel con diez vagones de carga detrás de ella lo suficientemente rápido como para salvar a esa mujer. No se puede romper las leyes de la física y detener a varios miles de toneladas de acero en movimiento en un instante. Déjame explicártelo...

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