—¿Seis cifras? —repitió Keri, incrédula.
—Como dije, es un negocio muy lucrativo. Y ese pago fue el primero. En el transcurso del juicio, le pagué como medio millón de dólares. Y con eso, se puso en camino. Luego que fui absuelto y retomé mi trabajo usando mi propio nombre, él comenzó incluso a ayudarme a facilitar los secuestros para familias 'más merecedoras'. En tanto pudiera encontrar una forma de justificar las transacciones, estaba cómodo con ellas, incluso era entusiasta.
—¿Así que le dio el primer mordisco de la fruta prohibida?
—Lo hice. Y descubrió que le gustaba el sabor. De hecho, le encontró el gusto a muchas cosas grandiosas en las que nunca había pensado que podrían gustarle.
—¿Qué está diciendo exactamente? —preguntó Keri.
—Solo digamos que en algún punto del camino, ya no tuvo necesidad de justificar las transacciones. ¿Conoce el evento de mañana por la noche?
—¿Sí?
—Fue su creación —dijo Anderson—. y no es algo que él comparta. Se dio cuenta de que había un mercado para esa clase de cosas y para todos los festejos similares, más pequeños, a lo largo del año. Él llenó ese nicho. Controla en esencia la versión elegante de ese… mercado en el área Los Ángeles. Y pensar que antes de mí, él trabajaba en un despacho de una sola habitación junto a una venta de donas, representando a inmigrantes ilegales que eran imputados al azar por crímenes sexuales, por policías que tenían que cumplir cuotas.
—¿Así que desarrolló una consciencia? —preguntó Keri apretando los dientes. Se sentía disgustada, pero quería respuestas y le preocupaba que exteriorizar demasiado ese disgusto podría hacer que Anderson se cerrara. Él pareció percibir cómo se sentía ella pero prosiguió de todas formas.
—No en ese momento. Eso no fue lo que me hizo cambiar. Sucedió mucho después. Vi una historia en el noticiero local, hace como año y medio, acerca de una detective y su compañero que rescataron a una pequeña niña que había sido secuestrada por el novio de su niñera, un auténtico asqueroso.
—Carlo Junta —dijo Keri automáticamente.
—Correcto. En todo caso, en la historia, mencionaban que esta detective era la misma mujer que había ingresado a la academia de policía unos pocos años atrás. Y mostraron un vídeo de una entrevista que dio luego de su graduación en la academia. Dijo que se había unido a la fuerza porque su hija había sido secuestrada. Dijo que aunque no pudiera salvar a su propia hija, siendo policía, podría quizás ayudar a la hija de alguna otra familia. ¿Le suena familiar?
—Sí —dijo Keri suavemente.
—Así que —continuó Anderson— como trabajaba en la biblioteca y tenía acceso a todo tipo de vídeos de noticias pasadas, regresé y encontré la historia de la hija de esta mujer que fue secuestrada y la de su conferencia de prensa donde suplicó por el regreso a salvo de su hija.
Keri recordó la conferencia de prensa, casi toda borrosa en su recuerdo. Recordaba hablándole a una docena de micrófonos colocados delante de su cara, rogándole al hombre que había raptado a su hija en medio de un parque, que la había arrojado en una van como una muñeca de trapo, que la regresara.
Recordaba el grito de "Por favor, mami, ayúdame” y las bamboleantes colitas de pelo rubio alejándose, al tiempo que Evie, con solo ocho años en ese momento, desaparecía del parque. Recordaba los pedacitos de grava que todavía estaban incrustados en sus pies durante la conferencia de prensa, incrustados cuando ella corrió descalza por el estacionamiento, persiguiendo la van hasta que la dejó atrás con el rastro de polvo. Lo recordaba todo.
Anderson había dejado de hablar. Ella le miró y vio cómo asomaban las lágrimas a sus ojos, al igual que asomaban a los de ella. Él prosiguió.
—Luego de eso, vi otra historia, unos meses después, donde esta detective rescató a otro niño, esta vez un chico raptado cuando iba de camino a su práctica de béisbol.
—Jimmy Tensall.
—Y un mes después, ella encontró una bebé que había sido sustraída de un cochecito en el supermercado. La mujer que la había robado tenía un certificado de nacimiento falso y planeaba huir con la bebé hacia el Perú. Usted la atrapó en la puerta cuando se disponía a abordar el avión.
—Lo recuerdo.
—Ahí fue cuando decidí que ya no podía hacerlo más. Con cada transacción me acordaba de usted en la conferencia de prensa rogando por el regreso de su hija. Ya no pude tener ese recuerdo tan cerca. Me ablandé, supongo. Y justo entonces, nuestro amigo cometió un error.
—¿Cuál? —preguntó Keri, con una sensación de hormigueo que solo aparecía cuando sentía que algo grande estaba a punto de ser revelado.
Thomas Anderson la miró. Ella podía asegurar que debatía consigo mismo una importante decisión. Entonces su ceño se distendió y sus ojos se aclararon. Parecía haberse decidido.
—¿Confía en mí? —preguntó en voz baja.
—¿Qué clase de pregunta es esa? No me venga con esa m...
Pero antes de que finalizara la frase, él ya había apartado de un golpe la mesa que los separaba, rodeaba con sus esposas el cuello de ella, y la hacía caer al suelo, deslizándose hasta un rincón de la sala de interrogatorio.
Cuando el Oficial Kiley irrumpió en la habitación, Anderson se escudó con el cuerpo de ella, manteniéndola delante de él. Ella sintió una aguda punzada en su cuello, miró hacia abajo y vio lo que era. Parecía el mango de un cepillo de dientes que había sido afilado. Y estaba siendo presionado sobre su yugular.
Keri estaba totalmente estupefacta. Un momento antes, Anderson había estado llorando al pensar en su hija desaparecida. Ahora tenía colocada una afilada pieza de plástico sobre su garganta.
Su primer impulso fue hacer un movimiento para zafarse. Pero sabía que no funcionaría. No había manera de que ella pudiera hacer algo antes de que él le enterrara la punta de plástico en la vena.
Además, había algo que no estaba bien. Anderson nunca había dado señales de albergar malas intenciones con respecto a ella. De hecho parecía que simpatizaba con ella. Parecía querer ayudarla. Y si realmente tenía cáncer, esto era un ejercicio inútil. Él mismo dijo que pronto estaría muerto.
¿Es esta la forma de evitar la agonía, su versión de suicidio haciéndose matar por la policía?
—¡Arrójalo, Anderson! —gritó el Oficial Kiley, con su arma apuntando en dirección a ellos.
—Baja tu pistola, Kiley —dijo Anderson con una sorprendente calma—. Vas a dispararle por accidente a la rehén y tu carrera habrá terminado antes de empezar. Sigue el procedimiento. Alerta a tu superior. Trae hasta acá a un negociador. No debería tomar mucho tiempo. El departamento siempre tiene uno de guardia. Alguien probablemente estará en esta habitación en diez minutos.
Kiley se quedó allí parado, sin saber qué hacer. Sus ojos miraban alternativamente a Anderson y Keri. Sus manos estaban temblando.
—Él tiene razón, Oficial —dijo Keri, tratando de ponerse a la par del tono tranquilizador de Anderson—. Solo siga el procedimiento estándar y esto se resolverá. El prisionero no va a ir a ningún lado. Salga y asegúrese de que la puerta quede cerrada. Haga sus llamadas. Yo estoy bien. El Sr. Anderson no va a lastimarme. A todas luces quiere negociar. Así que necesita traer a alguien que tenga autorización para hacerlo, ¿okey?
Kiley asintió, pero sus pies permanecieron anclados en el mismo lugar.
—Oficial Kiley —dijo Keri, esta vez de manera más firme— salga y llame a su supervisor. ¡Ahora mismo!
Eso pareció hacer reaccionar a Kiley. Retrocedió hasta salir de la habitación, cerró la puerta y le echó llave, para luego tomar el teléfono de la pared, sin quitarles la vista de encima.
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