1 ...7 8 9 11 12 13 ...16 Anderson siempre parecía meterse bajo su piel, como si secretamente le estuviese quitando el cuero cabelludo para descubrir su cerebro y leer sus pensamientos. En ocasiones, se sentía como si fuese una gatita mientras él sostenía uno de esos finos rayos láser, haciéndola corretear a su capricho en cualquier dirección.
Y sin embargo, fue su información la que la puso en el camino que la había acercado como nunca lo había hecho ninguna otra cosa hasta encontrar a Evie. ¿Eso fue planeado o fue por azar? Él nunca le había dado indicación alguna de que sus reuniones fueran otra cosa que casualidad. Pero si tenía el control del juego, ¿por qué lo hacía?
La puerta se abrió y él pasó adentro, luciendo en buena medida como ella lo recordaba. Anderson, a mitad de la cincuentena, era más bien bajo, alrededor de uno setenta y dos, con una constitución sólida y robusta, que sugería una asistencia regular al gimnasio de la prisión. Las esposas colocadas en sus musculosos antebrazos se veían ajustadas. Con todo, parecía más delgado de lo que ella recordaba, como si se hubiera saltado algunas comidas.
Su espeso cabello estaba partido de manera impecable, pero para sorpresa de ella, ya no era el negro azabache que recordaba. Ahora estaba bastante entrecano. En los bordes de su uniforme de prisión, se podían ver fragmentos de los múltiples tatuajes que cubrían el lado derecho de su cuerpo hasta el cuello. Su lado izquierdo estaba todavía impecable.
Mientras era conducido a la silla de metal al otro lado de la mesa frente a ella, sus ojos grises no se despegaron de ella. Sabía que la estaba estudiando, examinando, midiendo, tratando de aprender lo más que pudiera sobre su situación antes decir una palabra.
Luego que se hubo sentado, el guardia se paró al lado de la puerta.
—Estamos bien, Oficial… Kiley —dijo Keri, echándole un rápido vistazo a su portanombre.
—Es el procedimiento, señora —dijo el guardia con brusquedad.
Ella le echó un vistazo. Era nuevo… y joven. Dudaba que se dejara sobornar, pero aun así no podía permitirse que nadie, limpio o corrupto, escuchara esta conversación. Anderson le sonrió ligeramente, sabiendo lo que venía. Probablemente esto sería entretenido para él.
Ella se levantó y miró al guardia hasta que este sintió los ojos de ella sobre él y la miró a su vez.
—Primero que nada, no es señora. Es Detective Locke. Segundo, me importa un carajo su procedimiento, nuevo. Quiero hablar con este recluso en privado. Si no puede plegarse a eso, entonces necesito hablar con usted en privado y no va a ser una charla agradable.
—Pero —Kiley comenzó balbucear mientras se recargaba en uno u otro pie.
—Pero nada, Oficial. Tiene dos opciones. Puede dejarme hablar con este recluso en privado. ¡O podemos tener esa charla! Usted decide.
—Quizás debo consultar con mi supervi...
—Eso no está en la lista de opciones, Oficial. ¿Sabe qué? Yo decido por usted. Salgamos afuera para que yo pueda darle una pequeña charla. Cualquiera pensaría que arrestar a un pedófilo y fanático religioso me daría un permiso para el resto de la semana, pero supongo que tengo también que instruir a un oficial de correcciones.
Puso su mano sobre el picaporte de la puerta y se disponía a accionarlo cuando el Oficial Kiley perdió lo que le quedaba de aplomo. Ella estaba impresionada con lo mucho que había durado.
—No se preocupe, Detective —dijo precipitadamente—. Aguardaré afuera. Pero, por favor, tenga cuidado. Este prisionero tiene una historia de incidentes violentos.
—Por supuesto que lo tendré —dijo Keri, ahora con voz melosa—. Gracias por ser tan comprensivo. Trataré de ser breve.
Él salió y cerró la puerta, y Keri regresó a su asiento, llena con una confianza y energía que hacía solo treinta segundos no estaban presentes.
—Eso fue divertido —dijo Anderson suavemente.
—Estoy segura de ello —replicó Keri—. Puede apostar que espero a cambio información valiosa por haberle brindado un entretenimiento de calidad.
—Detective Locke —dijo Anderson en un tono de falsa indignación—, usted ofende mi delicada sensibilidad. ¿Han pasado meses desde que nos vimos y aun así su primer impulso al verme es pedir información? ¿Nada de hola? ¿Nada de cómo está?
—Hola —dijo Keri—. Le preguntaría cómo está, pero es obvio que no está muy bien. Ha perdido peso. Su cabello ha encanecido. Tiene bolsas en sus ojos. ¿Está enfermo? ¿O es algo que pesa en su consciencia?
—Ambas cosas de hecho —admitió—. Verá, los muchachos aquí han sido un poco rudos conmigo últimamente. Ya no estoy entre los populares. Así que de vez en cuando ‘toman prestada’ mi cena. Recibí un masaje no solicitado en las costillas. Además, he recibido un toque de cáncer.
—No lo sabía —dijo Keri en voz baja, genuinamente sorprendida. Todas las señales físicas de un desgaste cobraban sentido ahora.
—¿Cómo iba a saberlo? —preguntó— No lo anuncié. Podría habérselo dicho en noviembre, en mi audiencia de libertad bajo palabra, pero usted no estuvo allí. No me la concedieron de todas formas. No es su culpa, sin embargo. Su carta fue adorable, muchas gracias.
Keri había escrito una carta a favor de Anderson luego de que él la hubo ayudado. No abogó por su liberación, pero había sido generosa en su descripción de cómo había ayudado a la fuerza.
—¿No le sorprendió que no se la dieran, supongo?
—No —dijo—, pero es difícil no tener esperanza. Era muy última oportunidad real de salir de aquí antes de que la enfermedad me lleve. Tenía sueños viéndome caminar por una playa en Zihuatanejo. Pero, ya no será. Pero dejemos la charla, Detective. Vamos al meollo por el que en verdad está aquí. Y recuerde, las paredes tienen oídos.
—Okey —comenzó, entonces se inclinó y murmuró—, ¿sabe acerca de lo de mañana por la noche?
Anderson asintió. Keri sintió resurgir la esperanza en su pecho.
—¿Sabe dónde se llevará a cabo?
Él meneó la cabeza.
—No puedo ayudarla con el dónde —murmuró igualmente—. Pero podría estar en capacidad de ayudarla con el por qué.
—¿En qué me beneficiará? —preguntó ella con amargura.
—Saber el por qué podría ayudarla a averiguar el dónde.
—Déjeme preguntarle por otro por qué —dijo, consciente de que la rabia la estaba atrapando y nada podía hacer.
—Muy bien.
—¿Por qué, después de todo, me está ayudando? —preguntó— ¿Ha estado guiándome todo el tiempo, desde la primera vez que vine a verlo?
—Esto es lo que puedo decirle, Detective. Usted sabe lo que yo hacía para ganarme la vida, cómo coordinaba el robo de niños a sus familias para dárselos a otras, con frecuencia a cambio de sumas altísimas. Fui capaz de dirigirlo a distancia usando un nombre falso y viviendo una vida feliz y sin complicaciones.
—¿Como John Johnson?
—No, mi feliz vida como Thomas Anderson, bibliotecario. Mi otro yo era John Johnson, facilitador de secuestros. Cuando fui atrapado, fui con alguien que ambos conocemos para asegurarme de que John Johnson fuese exonerado y que Thomas Anderson nunca fuese conectado con él. Esto fue hace casi una década. Nuestro amigo no quería hacerlo. Dijo que solo representaba a los que eran maltratados por el sistema y que yo era, y es gracioso pensar en ello ahora, un cáncer en ese sistema.
—Muy gracioso —convino Keri, sin reírse.
—Pero como sabe, puedo ser convincente. Le convencí de que me llevaba los niños de familias acaudaladas que no se los merecían, y se los daba a familias amorosas sin los mismos recursos. Luego le ofrecí una enorme cantidad de dinero para que lograra que me absolvieran. Yo creo que él sabía que yo estaba mintiendo. Después de todo, ¿de dónde sacaban esas familias de pocos recursos el dinero para pagarme? ¿Y eran estos padres que perdían a sus hijos así de terribles? Nuestro amigo es muy inteligente. Tuvo que haber sabido. Pero le di algo de dónde agarrarse, algo que decirse a sí mismo cuando tomara mi efectivo de seis cifras.
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