“¡Declarar la guerra!” se oyó un grito familiar desde la parte trasera del salón.
“¡Precisamente! No tuvimos otra opción que declarar la guerra. Ahora, Suecia estuvo peleando contra los piratas por un año, y juntos, entre 1801 y 1805, tomamos el Puerto de Trípoli y capturamos la ciudad de Derna, terminando efectivamente el conflicto”. Lawson se apoyó en el borde de su escritorio y cruzó sus manos delante de él. “Por supuesto, eso es pasar por alto muchos detalles, pero esta es una clase de historia Europea, no de historia Estadounidense. Si tienes la oportunidad, deberías leer algo del teniente Stephen Decatur y la USS Philadelphia. Pero divago. ¿Por qué estamos hablando de piratas?”
“¿Por qué los piratas son geniales?” dijo Lowell, que desde entonces había alejado su teléfono.
Lawson soltó una risita. “No puedo estar en desacuerdo. Pero no, ese no es el punto. Estamos hablando de piratas porque la Guerra Tripolitana representa algo que rara vez hemos visto en los relatos de la historia”. Él se mantuvo firme, escaneando el salón y haciendo contacto visual con varios estudiantes. Al menos ahora, Lawson pudo ver la luz en sus ojos, un vistazo de que la mayoría de los estudiantes estaban vivos está mañana… y atentos. “Por siglos literales, ninguno de los poderes Europeos quería levantarse contra las naciones de Berbería. Era más fácil sólo pagarles. Le tomó a Estados Unidos — quien era, en ese momento, un chiste para la mayoría de naciones desarrolladas — ser el cambio. Tomó un acto de desesperación de una nación que estaba sin esperanza y graciosamente desarmada, para traer un cambio en la dinámica de poder de la ruta comercial más valiosa del mundo en ese momento. Y ahí recae la lección”.
“¿No se metan con Estados Unidos?” alguien ofreció.
Lawson sonrió. “Bueno sí”. Él sostuvo su dedo en el aire para expresar su punto. “Pero además, esa desesperación y una pronunciada falta de opciones viables, puede y ha, históricamente, llevado a algunos de los más grandes triunfos que el mundo haya visto. La historia nos ha enseñado una y otra vez, que no hay régimen tan grande que no sea derribado, ningún país es demasiado pequeño o débil para hacer una diferencia real”. Él guiñó el ojo. “Piensen en eso la próxima vez que sientan que sólo son algo más que una mancha en este mundo”.
Al final de la clase, había una marcada diferencia entre los estudiantes cansados, los arrastrados que habían entrado y los que reían y conversaban que llenaban el salón de lectura. Una chica de cabello rosado se detuvo en su escritorio de camino para sonreír y comentar: “Buena charla Profesor. ¿Cuál era el nombre del teniente Estadounidense que usted mencionó?”
“Oh, ese era Stephen Decatur”.
“Gracias”. Ella lo anotó y salió corriendo del salón.
“¿Profesor?”
Lawson miró hacia arriba. Era el estudiante de segundo año de la primera fila. “Sí, ¿Sr. Garner? ¿Qué puedo hacer por usted?”
“Me preguntaba si podía pedirle un favor. Estoy aplicando para un internado en el Museo de Historia Natural, y… esto, podría utilizar una carta de recomendación”.
“Seguro, no hay problema. ¿Pero, acaso no es usted un mayor en antropología?”
“Sí. Pero, uh, pensé que una carta de su parte tendría algo más de peso, ¿usted sabe? Y, esto…” El chico miró a sus zapatos. “Esta es mi clase favorita”
“Tu clase favorita hasta ahora”. Lawson sonrió. “Estaré feliz de hacerlo. Tengo algo para ti mañana — oh, en realidad, tengo un compromiso importante esta noche y no puedo faltar. ¿Qué tal el Viernes?”
“No hay apuro. El viernes está genial. Gracias Profesor. ¡Nos vemos!” Garner salió corriendo del salón, dejando solo a Lawson.
El levantó la mirada alrededor del auditorio vacío. Este era su momento favorito del día entre clases — la satisfacción presente del mezclado anterior con la anticipación del siguiente.
Su teléfono sonó. Era un texto de Maya. ¿En casa a las 5:30?
Sí, el respondió. No me lo perdería. El “compromiso importante” esa tarde era una noche de juegos en la casa de Lawson. El apreciaba su tiempo de calidad con sus dos hijas.
Bien, texteó su hija de regreso. Tengo noticias.
¿Qué noticias?
Más tarde ella respondió. Él frunció el ceño ante el vago mensaje. Repentinamente el día se iba a sentir muy largo.
*
Lawson empacó su bolso de mensajero, se puso su abrigo de inverno y se apresuró al estacionamiento, ya que su día de enseñanza había llegado a su final. Febrero en Nueva York solía ser muy frío y últimamente ha sido peor. El viento más leve era absolutamente abrasador.
Él encendió el carro y lo dejó calentar por unos minutos, juntando sus manos sobre su boca y soplando aliento caliente sobre sus dedos congelados. Este era su segundo invierno en Nueva York, y no parecía que se estaba aclimatando a un ambiente más frío. En Virginia el pensaba que cuatro grados en Febrero era frígido. Al menos no está nevando, él pensó. El lado positivo.
El viaje desde el campus de Columbia a casa era de sólo siete millas, pero el tráfico a esta hora del día era pesado y los compañeros viajeros eran generalmente irritantes. Reid mitigó eso, con los audiolibros que su hija mayor le había entregado recientemente. Él estaba haciéndose camino a través de El Nombre de la Rosa de Umberto Eco, sin embargo, él apenas escuchaba las palabras el día de hoy. Pensaba sobre el mensaje encriptado de Maya.
El hogar de Lawson era un búngalo de dos pisos con ladrillos marrones en Riverdale, en el extremo del norte del Bronx. Amaba el vecindario bucólico, suburbano — la proximidad de la ciudad y la universidad, las sinuosas calles que daban paso a amplios bulevares al sur. Las chicas lo amaban también y, si Maya era aceptada en Columbia o incluso en su escuela de seguridad en NYU, ella no tendría que salir de casa.
Reid supo inmediatamente que algo era diferente cuando entró a la casa. Podía olerlo en el aire y escuchó voces que venían de la cocina al final del pasillo. Él dejó su bolso de mensajero y se quitó silenciosamente su chaqueta deportiva antes de salir del vestíbulo en puntillas.
“¿Qué demonios está sucediendo aquí?” él preguntó en forma de saludo.
“¡Hola Papi!” Sara, su hija de catorce años, saltó sobre las puntas de sus pies mientras observaba a Maya, su hermana mayor, realizar un ritual sospechoso sobre un plato de hornear de Pírex. “¡Estamos haciendo la cena!”
“Estoy haciendo la cena”, murmuró Maya sin mirar hacia arriba. “Ella es un espectador.”
Reid pestañeó con sorpresa. “Está bien. Tengo preguntas.” Él miró sobre el hombro de Maya mientras ella aplicaba un glaseado purpurino a una fila ordenada de chuletas de cerdo. “Comenzando con… ¿huh?”
Maya todavía no levantaba la vista. “No me mires así”, dijo ella. “Si van a hacer que economía doméstica sea una clase obligatoria, le voy a dar algo de uso”. Finalmente ella miró hacia él y sonrió levemente. “Y no te acostumbres”.
Reid levantó sus manos defensivamente. “De ninguna manera”.
Maya tenía dieciséis y era peligrosamente inteligente. Ella claramente había heredado el intelecto de su madre; tenía el cabello oscuro de Reid, una sonrisa pensativa y un talento para lo dramático. Sara, por otro lado, consiguió su aspecto enteramente de Kate. A medida que se convirtió en una adolescente, a veces a Reid le dolía verla a la cara, aunque nunca la dejaba de ver. Ella también adquirió el temperamento ardiente de Kate. La mayoría del tiempo, Sara era toda un encanto, pero de vez en cuando ella podía detonar y las consecuencias podrían ser devastadoras.
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