Gritó sorprendida cuando alguien tiró agua al hoyo y la dejó empapada y encogida contra la piedra del muro. Cuando Estefanía apareció ante su vista, de pie sobre la reja, Ceres intentó lanzarle una mirada fulminante para desafiarla, pero en aquel momento tenía demasiado frío y estaba demasiado mojada y débil para hacer cualquier cosa.
—Entonces el veneno funcionó —dijo Estefanía sin preámbulos—. Bueno, tenía que hacerlo. Pagué mucho por él.
Entonces Ceres vio que se tocaba la barriga, pero Estefanía continuó antes de que Ceres pudiera preguntar qué quería decir.
—¿Qué se siente cuando te han quitado la única cosa que te hacía especial? —preguntó Estefanía.
Como si hubieras podido volar, pero ahora apenas pudieras reptar. Pero Ceres no le iba a dar esa satisfacción.
—¿No hemos pasado por esto antes, Estefanía? —exigió ella—. Ya sabes cómo termina. Yo me escapo y te doy lo que mereces.
Entonces Estefanía le tiró otro cubo de agua y Ceres dio un brinco contra las barras. Escuchó reír a Estefanía entnces y aquello provocó la rabia de Ceres. Ahora mismo no le importaba no tener poderes. Aún tenía el entrenamiento de un combatiente y todavía tenía todo lo que había aprendido del Pueblo del Bosque. Si fuera necesario, estrangularía a Estefanía con sus propias manos.
—Mírate. Como el animal que eres —dijo Estefanía.
Aquello fue suficiente para que Ceres bajara un poco el ritmo, aunque solo fuera para no no ser lo que Estefanía quería que fuera.
—Deberías haberme matado cuando tuviste la ocasión —dijo Ceres.
—Quería hacerlo —respondió Estefanía—, pero las cosas no siempre van como queremos. Solo tienes que ver cómo os han ido las cosas a ti y a Thanos. O a mí y a Thanos. A fin de cuentas, yo soy la única que realmente está casada con él, ¿verdad?
Ceres tuvo que poner las manos contra la piedra de las paredes para evitar saltar de nuevo contra Estefanía.
—Si no hubiera escuchado los cuernos de guerra, te hubiera cortado el cuello —dijo Estefanía. Y después se me ocurrió que sería fácil recuperar el castillo. Y así lo hice.
Ceres negó con la cabeza. No podía creerlo.
—Liberé el castillo.
Ella había hecho más que eso. Lo había llenado de rebeldes. Había cogido a las personas que eran fieles al Imperio y las había encarcelado. A los demás, les había dado una oportunidad, había…
—Ah, estás empezando a verlo ahora, ¿verdad? —dijo Estefanía—. Todas aquellas personas que tan rápidamente te agradecieron su libertad volvieron a mí con la misma rapidez. Tendré que vigilarlos.
—Tendrás que vigilar mucho más que eso —replicó Ceres—. ¿Piensas que los guerreros de la rebelión permitirán que te quedes aquí jugando a ser reina? ¿Crees que lo harán los combatientes?
—Ah —dijo Estefanía con una exagerada demostración de bochorno que hizo temer a Ceres lo que venía a continuación—. Me temo que tengo malas noticias sobre tus combatientes. Resulta que los mejores guerreros todavía mueren cuando les clavas una flecha en el corazón.
Lo dijo como si nada, de una forma tan burlona, que aunque solo fuera una verdad a medias, era suficiente para romperle el corazón a Ceres. Ella había luchado junto a los combatientes. Había entrenado junto a ellos. Habían sido sus amigos y sus aliados.
—Disfrutas siendo cruel —dijo Ceres.
Para su sorpresa, Estefanía dijo que no con la cabeza.
—Déjame que adivine. ¿Crees que no soy mejor que el idiota de Lucio? ¿Un hombre que no se divertía lo más mínimo a no ser que otro estuviera chillando? ¿Piensas que soy así?
Parecía una descripción bastante aproximada de lo que Ceres quería decir. Especialmente dado todo lo que iba a suceder a continuación.
—¿Y no lo eres? —exigió Ceres—. Oh, perdona, y yo pensando que me habías metido en un hoyo de piedra, esperando la muerte.
—En realidad, esperando la tortura —dijo Estefanía—. Pero es culpa tuya. Tú mereces todo lo que te pase después de todo lo que intentaste quitarme. Thanos era mío.
Tal vez, realmente lo creía. Tal vez, sinceramente sentía que era normal intentar asesinar a tus rivales en las relaciones y en la vida.
—¿Y el resto? —dijo Ceres—. ¿Vas a intentar convencerme de que en el fondo eres una buena persona, Estefanía? Porque estoy bastante segura de que el barco zarpó en el momento en el que tú intentaste mandarme a la Isla de los Prisioneros.
Quizá no debería haberse reído de ella de aquella manera, porque Estefanía levantó un tercer cubo de agua. Pareció que pensarlo por un momento, encogió los hombros y se lo arrojó por encima a Ceres como un baño de agua helada.
—Estoy diciendo que la bondad aquí no encaja, estúpida campesina —le gritó a Ceres mientras esta tiritaba—. Vivimos en un mundo que intentará quitarte todo lo que tienes sin ni siquiera preguntar. Sobre todo, si eres una mujer. Siempre hay bestias como Lucio. Siempre están los que desean tomar y tomar.
—Por eso luchamos contra ellos —dijo Ceres—. ¡Nosotros liberamos a la gente! Los protegemos.
Oyó que Estefanía se reía de eso.
—Realmente crees que la estupidez funciona, ¿verdad? —dijo Estefanía—. Piensas que la gente en el fondo es buena, y que todo irá bien si les das una oportunidad.
Lo dijo como si fuera algo de lo que mofarse, en lugar de una buena filosofía de vida.
—La vida no es así —continuó Estefanía—. La vida es una guerra, que se libra de cualquier modo que encuentres para hacerlo. No des poder sobre ti a nadie, y toma todo el poder que puedas. De este modo, tienes la fuerza para machacarlos cuando intenten traicionarte.
—Yo no me siento muy machacada —replicó Ceres—. No iba a permitir que Estefanía viera lo débil y vacía que se sentía en aquel momento. Iba a crear la pretensión de fuerza, con la esperanza de poder encontrar el modo de seguir con la realidad.
Vio que Estefanía encogía los hombros.
—Te sentirás. Ahora mismo, tu rebelión está luchando en una batalla con el ejército de Felldust. Puede que gane y entonces yo te venderé para poder salir de la ciudad con toda la riqueza que consiga. Sin embargo, mi sospecha es que Felldust caerá como una ola sobre la ciudad. Dejaré que se abran camino como puedan por las murallas de este castillo, hasta que estén dispuestos a hablar.
—¿Piensas que unos hombres así hablarán contigo? —exigió Ceres—. Te matarán.
Ceres no estaba segura de por qué advertía tanto a Estefanía. El mundo sería un lugar mejor si alguien la mataba, aunque fueran los ejércitos de Felldust.
—¿Crees que no he pensado en ello? —argumentó Estefanía—. Felldust es díscolo. No puede permitirse que sus soldados se queden sentados, mientras asedian un castillo que no pueden tomar. Estarían luchando entre ellos en cuestión de semanas, si no antes. Tendrán que hablar.
—¿Y crees que jugarán limpio contigo? —preguntó Ceres.
A veces, apenas podía creer la prepotencia que mostraba Estefanía.
—No soy estúpida —dijo Estefanía—. Tengo a una de mis doncellas preparándose para hacerse pasar por mí para la primera reunión, para que si nos traicionan, yo tenga tiempo de huir de la ciudad por los túneles. Después de eso, te entregaré, de rodillas y encadenada, a la Primera Piedra Irrien. Una ofrenda con la que empezar las negociaciones de paz. Y ¿quién sabe? Quizás a la Primera Piedra Irrien estará… dispuesto a unir nuestras dos naciones. Siento que podría hacer mucho junto a una persona así.
Ceres negó con la cabeza al pensarlo. Ella no se arrodillaría bajo las órdenes de Estefanía como tampoco lo haría ante cualquier otro noble.
—Piensas que te daré la satisfacción…
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