Morgan Rice - Héroe, Traidora, Hija

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Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) HÉROE, TRAIDORA, HIJA es el libro#6 en la serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA de la autora #1 en ventas Morgan Rice, que empieza con ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) Ceres, una hermosa chica pobre de 17 años de la ciudad del Imperio de Delos, despierta y se encuentra sin poder. Envenenada con el botellín del hechicero y prisionera de Estefanía, la vida de Ceres llega a un punto bajo, pues recibe un trato cruel que no puede detener. Thanos, tras matar a su hermano Lucio, se embarca hacia Delos, para salvar a Ceres y salvar su tierra. Pero la flota de Felldust ya ha salido a la mar y, con todo el poder del mundo echándosele encima, puede que sea demasiado tarde para salvar todo lo que le importa. El resultado es una batalla épica, que puede decidir el destino de delos para siempre. HÉROE, TRAIDORA, HIJA narra la historia épica del amor trágico, la venganza, la traición, la ambición y el destino. Llena de personajes inolvidables y acción vibrante, nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos volvamos a enamorar de la fantasía. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡Pronto se publicará el libro#7 en DE CORONAS Y GLORIA!

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—Estúpido —dijo Estefanía.

Estefanía observó por un instante y, de haber visto algo parecido en el Stade, le hubiera parecido una especie de belleza salvaje. Mientras observaba, un hombre golpeó a dos hombres con la empuñadura de una gran hacha, después se dio la vuelta y alcanzó a uno de ellos con tanta fuerza que casi lo parte en dos. Un combatiente que peleaba con una cadena saltó sobre un soldado y le rodeó el cuello con ella.

Fue una representación valiente, además de impresionante. Si lo hubiera pensado antes, quizás habría podido comprar a una docena de combatientes un poco antes y convertirlos en unos escoltas reales adecuados. La única dificultad hubiera sido la falta de sutileza. Estefanía hizo un gesto de dolor cuando la sangre casi salpica el borde del balcón.

—¿No son magníficos? —dijo una de las nobles.

Estefanía la miró con todo el desprecio del que era capaz.

—Yo creo que son unos estúpidos—. Chasqueó sus dedos en dirección a Elethe—. Elethe, cuchillos y arcos. Ahora.

Su doncella asintió y Estefanía observaba mientras ella y algunos de los demás desenfundaban armas y lanzaban dardos. Algunos de los guardias que estaban con ellos tenían arcos cortos que habían cogido de la armería. Uno tenía una ballesta de un barco, que se disparaba mejor desde una cubierta que desde un balcón. Dudaban.

—Nuestra gente está allá abajo —dijo uno de los nobles.

Estefanía le arrebató un arco ligero de las manos.

—Y, de todos modos, van a morir, luchando tan mal contra los combatientes. Al menos, de esta manera, nos dan una oportunidad de ganar.

Ganar lo era todo. Tal vez algún día, todos estos lo entenderían. Tal vez era mejor que no lo hicieran. Estefanía no quería tener que matarlos a todos.

Por el momento, desenfundó el arco como pudo con su protuberante barriga. Disparando de esta manera, casi no importaba que apenas no pudiera echarlo hacia atrás ni por la mitad. Y, desde luego, no importaba que no tuviera tiempo de apuntar. Con la masa que formaban los que luchaban allá abajo, era suficiente con que alcanzara algo.

Más aún, era suficiente para servir como señal.

Las flechas caían como la lluvia. Estefanía vio que uno daba un puñetazo en la carne del brazo de un combatiente y rugió como un animal herido antes de que otros le golpearan en el pecho. Los cuchillos bajaban disparados para clavarse y rozar, hundirse y perforar. Los dardos llevaban un veneno que, posiblemente, no tenía tiempo de actuar antes de que los objetivos fueran perforados por las flechas.

Estefanía veía que los soldados imperiales caían junto a los combatientes. El Alto Alguacil Scarel alzó la vista hacia ella con una mirada acusadora mientras manoseaba la flecha de una ballesta que se le había clavado en la barriga. Continuaban cayendo hombres bajo las espadas de los combatientes, o encontraban algún agujero en sus defensas, tan solo para que una flecha de fuego les interrumpiera su momento de victoria.

A Estefanía le daba igual. Hasta que no cayó el último combatiente, no alzó la mano para que cesara el ataque.

—Muchos… —empezó una de las nobles, y Estefanía se le volvió en contra.

—No seas estúpida Hemos tomado el refuerzo de Ceres y hemos tomado el castillo. Todo lo demás no importa.

—¿Qué sucede con Ceres? —preguntó uno de los guardias que había allí—. ¿Está muerta?

Los ojos de Estefanía se estrecharon ante aquella pregunta, porque eso era la única cosa de este plan que la irritaba.

—Todavía no.

Debían guardar el castillo hasta que o bien la invasión terminara, o los rebeldes encontraran algún modo de hacerla retroceder. En aquel punto, podrían necesitar a Ceres como moneda de cambio, o incluso tan solo como un regalo para que las Cinco Piedras de Felldust pudieran demostrar su victoria. Tenerla allí incluso podría atraer a Thanos, permitiendo a Estefanía vengarse de todo a la vez.

Por el momento, eso significaba que Ceres no podía morir, pero sí que podía sufrir.

Y lo haría.

CAPÍTULO CINCO

Ceres flotaba por encima de unas islas de piedra suave y una belleza tan exquisita que la hacían casi llorar. Reconoció la obra de los Antiguos y, al instante, se puso a pensar en su madre.

Entonces Ceres la vio, en algún lugar delante de ella, todavía vestida por una neblina. Ceres se puso a correr tras ella y vio que su madre se giraba, pero aún parecía que no iba suficientemente rápido tras ella.

Ahora había un hueco entre ellas y Ceres brincó, extendiendo su mano. Vio que su madre estiraba el brazo hacia ella y, tan solo por un momento, Ceres pensó que Licina la atraparía. Sus dedos se rozaron y entonces Ceres estaba cayendo.

Cayó en medio de una batalla y unos tipos daban vueltas a su alrededor. Los muertos estaban allí, al parecer sus muertes no les impedían luchar. Lord West luchaba al lado de Anka, Rexo al lado de un centenar de hombres que Ceres había matado en muchas peleas diferentes. Todos estaban alrededor de Ceres, luchando los unos contra los otros, luchando contra el mundo…

El Último Suspiro estaba allí frente a ella, el antiguo combatiente más oscuro y aterrador que nunca. Ceres saltó por encima del garrote con cuchillas que este empuñaba y estiró el brazo para convertirlo en piedra como había hecho antes.

Esta vez no sucedió nada. El Último Suspiró la golpeó, la tiró al suelo y se puso sobre ella victorioso, y ahora él era Estefanía, que sujetaba una botella en lugar de un garrote, los humos todavía punzantes en la nariz de Ceres.

Entonces despertó y la realidad no fue mejor que su sueño.

Al despertar, Ceres notó la dura piedra. Por un instante, pensó que quizás Estefanía la había dejado en el suelo de su habitación, o aún peor, que todavía podía estar encima de ella. Ceres se giró rápidamente, intentó ponerse de pie y continuar luchando, hasta que se dio cuenta de que no había espacio en el que hacerlo.

Ceres se obligaba a respirar lentamente, a reprimir el pánico que amenazaba con tragársela al ver las paredes de piedra a cada lado. Hasta que no alzó la vista y vio una reja de metal encima suyo, no se dio cuenta de que estaba en un hoyo y no enterrada con vida.

El hoyo apenas era lo suficientemente grande para poderse sentar. Y, desde luego, no había forma de poderse tumbar completamente. Ceres levantó los brazos, para examinar las barras de la reja que tenía encima y tiró hacia abajo para probar la fuerza que se necesitaba para doblarlas o romperlas.

No pasó nada.

Ahora, Ceres sentía que el pánico empezaba a crecer. Probó a extender el brazo de nuevo en busca de su poder, haciéndolo de forma suave, recordando cómo la había corregido su madre después de que Ceres hubiera agotado sus poderes intentando tomar la ciudad.

En algunos aspectos parecía lo mismo, pero diferente en muchos más. Antes, había sido como si los canales por los que fluía el poder se hubieran quemado hasta que dolieran demasiado para poder usarlos, dejando a Ceres vacía.

Ahora, parecía que ella era sencillamente normal, aunque eso parecía poco más que nada comparado con lo que había sido poco tiempo antes. Tampoco había ninguna duda de qué lo había provocado: Estefanía y su veneno. En algún lugar, de alguna manera, había encontrado un método para despojar a Ceres de los poderes que su sangre Antigua le daba.

Ceres notaba la diferencia entre esto y lo que había sucedido antes. Aquello había sido como una ceguera repentina: demasiado y demasiado pronto, desvaneciéndose lentamente con el cuidado adecuado. Esto era más parecido a que unos cuervos le sacaran las ojos.

De todas formas, volvió a alzar los brazos para coger las barras, con la esperanza de estar equivocada. Tiró, con toda la fuerza que pudo reunir para intentar moverlas. No cedían en lo más mínimo, incluso cuando Ceres tiró de ellas tan fuerte que las manos le sangraron contra el metal.

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