—Por favor, dime que no es cierto que su flota ya ha marchado.
El hombre se rio en su cara.
—Parece que estás gafado. ¿Qué, pensabas que podías quedarte de brazos cruzados, despidiéndote de la puta favorita de la tripulación? Si pierdes el tiempo, pierdes tu oportunidad.
—¡Maldita sea! —dijo Thanos, intentando interpretar su papel—. No puede ser que todos se hayan ido. ¿Y los otros barcos?
Aquello provocó otra risa.
—Pregunta si quieres, pero si crees que no hay ni una sola tripulación que esté totalmente llena ahora, no has estado atento. En recolectas como esta, todo el mundo quiere un lugar. La mitad de ellos apenas saben luchar. Pero te diré una cosa, podría encontrarte un lugar en una de las tripulaciones del Viejo Barba de Horca. La Tercera Piedra se está tomando su tiempo. Solo pediría la mitad de la parte que consigas.
—Tal vez, si no consigo encontrar a los muchachos con los que se supone que debo estar —dijo Thanos. Cada segundo que estaba allí era un segundo en el que no estaba navegando de vuelta a Delos con la única tripulación de allí que no lo intentarían matar en el instante en que descubrieran quién era.
Vio que el hombre encogía los hombros.
—A estas alturas no encontrarás una oferta mejor.
—Ya veremos —dijo Thanos, y desapareció entre las barcas.
Desde fuera, debía parecer que Thanos estaba buscando una de las raras barcas de la flota que le aseguraba, aunque Thanos esperaba no encontrar ninguna. Lo último que quería era verse obligado a servir en la armada de Felldust.
Aunque si tuviera que hacerlo, lo haría. Si aquello significaba regresar a Ceres, si aquello significaba poder ayudarla, se arriesgaría. Interpretaría el papel de un guerrero de Felldust, ansioso por estar a la altura. Si la flota principal hubiera estado allí, podría haber sido incluso su primera opción, para intentar acercarse todo lo posible a la Primera Piedra para poder matarlo.
Pero ahora, si se dejaba llevar en esta segunda flota, no llegaría allí hasta que ya fuera demasiado tarde. Así que caminó entre aquel montón de barcos, observando a los guerreros que transportaban barriles de agua dulce y cajones de comida. Thanos rajó al menos tres barricas, pero ninguna cantidad de sabotaje sin importancia detendría a una flota como esta.
En cambio, continuó mirando. Vio hombres y mujeres afilando armas y encadenando esclavos a los remos para inmovilizarlos. Vio sacerdotes cubiertos de polvo entonando oraciones para traer buena suerte, sacrificando animales de una manera que convertían el polvo en barro de color sangre. Vio dos grupos de soldados bajo banderas diferentes discutiendo sobre cuál de ellos debía llegar primero al muelle.
Thanos vio de sobra cosas que le enojaban, y más que le hacían temer por Delos. Solo había una cosa que no encontraba en medio del caos que había en los muelles, y era la única cosa que había ido a buscar allí. Allí había centenares de barcas, de todas las formas, tamaños y diseños. Había barcos llenos hasta los topes de guerreros con aspecto de matones, y barcos que parecían poco más que barcazas del placer engrandecidas, que estaban allí para llevar a la gente a ver la invasión tanto como a participar en ella.
Lo que no lograba ver era la barca que lo había traído hasta allí. Necesitaba volver a Ceres y, ahora mismo, Thanos no sabía cómo lo iba a hacer.
Estefanía corría por el castillo, empujada por el sonido de los cuernos de guerra, como un ciervo delante de un grupo de caza. Si no salía ahora, no habría escapatoria. Ya había hecho lo suficiente en referencia a Ceres.
—Dejemos que Felldust acabe con ella —dijo Estefanía.
Volvió a andar sobre sus pasos por el castillo, hasta el punto donde conectaba con los túneles de debajo de la ciudad. Esperaba que Elethe hubiera mantenido su ruta de escape abierta tal y como Estefanía había ordenado. Ahora era el momento de huir. Si los atrapaba la rebelión sería terrible, pero sería mucho peor quedar atrapadas en medio de una batalla entre esta y las Cinco Piedras de Felldust.
A no ser que…
Estefanía se detuvo y miró por una ventana hacia el puerto. Vio el cielo oscurecido con misiles, barcos en llamas formando un oscuro lazo de embarcaciones invasoras que se acercaban más. Estefanía fue corriendo hacia un lugar donde podía ver por encima de los muros y vio que a lo lejos también había fuego.
Parecía ser que, sin importar hacia donde corriera ahora, habría enemigos. No podía escapar por agua, del mismo modo en el que había venido hasta Delos. No podía arriesgarse a escapar inadvertidamente a campo abierto, porque si fuera ella quien dirigiera la invasión, habría destacamentos de ataque por allí fuera para hacer volver a la gente hacia la ciudad. No podía arriesgarse a deambular por Delos abiertamente, pues las fuerzas de la rebelión intentarían apresarla.
Pero ¿dónde estaban aquellos soldados? Estefanía había pasado por delante de algunos soldados al entrar, su disfraz fue más que suficiente para poder pasar inadvertida por delante de ellos. Pero tampoco había habido muchos. El castillo tenía el aspecto de un barco fantasma, abandonado ante problemas más urgentes. Al echar un vistazo fuera, Estefanía veía a lo rebeldes moviéndose por las calles con brillantes armaduras y cosas hechas de retales. Por allí cerca habría algunos tipos , pero ¿cuántos? ¿Y dónde?
La idea le vino a Estefanía lentamente, más como una posibilidad que como una realidad. Sin embargo, cuanto más pensaba en ello, más le parecía que era su mejor opción. Ella no se lanzaba sin pensar. En los círculos de la nobleza, era una manera de ponerte bajo el poder de otra persona, o de verte desterrado, o algo peor.
Pero había momentos en que una acción decisiva era la respuesta. Cuando había un premio por ganar, no hacer nada lo hacía perder de la misma manera que un exceso de ímpetu.
Estefanía se dirigió hacia donde estaba Elethe, que miraba de un lado a otro entre los túneles y la ciudad como si esperara a que una horda de enemigos llegara en cualquier instante.
—¿Es hora de marchar, mi señora? —dijo Elethe—. ¿Ceres está muerta?
Estefanía negó con la cabeza.
—Ha habido un cambio de palnes. Ven conmigo.
Elethe no dudó, lo que decía mucho a su favor. Se puso a andar junto a Estefanía a pesar de las preocupaciones que pudiera tener.
—¿A dónde vamos? —preguntó Elethe.
Estefanía sonrió.
—Hacia las mazmorras. He decidido que vas a entregarme a la rebelión.
Aquello provocó la mirada atónita de su doncella, aunque no fue nada comparada con la sorpresa que tuvo cuando Estefanía le explicó más su plan.
—¿Estás preparada? preguntó Estefanía a medida que se iban acercando a las mazmorras.
—Sí, mi señora —dijo Elethe.
Estefanía se puso las manos detrás de la espalda como si las llevara atadas y se puso a caminar con lo que ella esperaba que fuera una muestra de temerosa contrición. Elethe estaba haciendo un trabajo sorprendentemente bueno al hacerse pasar por una matona rebelde que acababa de capturar a un enemigo.
Había dos guardias cerca de la puerta principal, sentados a una mesa con unas cartas preparadas, que mostraban cómo estaban pasando el tiempo. Algunas cosas no cambiaban, independientemente de quien estuviera al mando.
Alzaron la vista hacia Estefanía cuando esta se acercó, y a ella le pareció muy divertida la sorpresa que provocó en ellos.
—Esta es… ¿has capturado a Lady Estefanía? —preguntó uno.
—¿Cómo lo hiciste? —dijo el otro—. ¿Dónde la encontraste?
Estefanía notó su incredulidad, pero también tuvo la sensación de que no sabían qué hacer a continuación.
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