Bastaba con que Thanos era un hombre al que respetar, incluso admirar. Bastaba con que, solo pensar en el tipo de cosa que él haría, hacía de Felene una mejor persona.
—Aunque no necesariamente más sensata.
Felene suspiró. No tenía sentido intentar discutir con ella misma. Sabía lo que iba a hacer.
Iba hacia Delos. Encontraría a Thanos si, por un golpe de suerte, todavía estaba vivo. Encontraría a Estefanía, encontraría a Elethe, y habría sangre por sangre, muerte por muerte. Probablemente, Thanos hubiera discutido por algo más amable o más civilizado, pero solo hasta aquí se podía llegar emulando a la gente. Incluso a los príncipes.
Ahora, solo estaba el problema de llegar a Delos y entrar. Para cuando llegara allí, Felene no tenía ninguna duda de que sería una ciudad en guerra, si no había caído completamente. La flota de Felldust probablemente sería una barricada flotante delante de la ciudad y bloquear puertos era una táctica que hacía tiempo que se había establecido en tiempos de guerra.
No era que a Felene le preocuparan este tipo de cosas. De vez en cuando había sacado un buen provecho del contrabando en los asedios. Comida, información, gente que quería salir, todo era lo mismo.
Aún así, Felene imaginaba que los soldados de Felldust no le darían una buena bienvenida si era tan estúpida como para simplemente arremeter contra la ciudad. Felene ya veía fragmentos de la flota de Felldust delante de ella, embarcaciones que se extendían en el agua desde Felldust hasta el Imperio como las cuentas de un collar. La flota principal hacía rato que había partido, pero ahora se habían apiñado en grupos de tres o cuatro, saliendo juntos mientras esperaban sacar el máximo provecho de la invasión que estaba por llegar.
En muchos aspectos, probablemente eran los más sensatos. Felene siempre había tenido más afinidad con la gente que aparecía para robar tras una lucha que con los que ponían sus vidas en peligro. Estos eran los que sabían cuidar de ellos mismos. Ellos eran la gente de Felene.
Entonces se le ocurrió una idea y Felene giró su esquife en dirección a uno de los grupos. Con su mejor brazo, sacó un cuchillo.
—¡Eh, los de allí! —exclamó en el mejor dialecto de Felldust que pudo.
Un hombre, que la apuntaba con un arco, apareció en el barandal.
—Te quitaremos todo lo que…
Balbuceó cuando Felene le lanzó la espada, cortándolo a media frase. Cayó del barco, salpicando agua al impactar contra ella.
—Era uno de mis mejores hombres —dijo la voz de un hombre—.
Felene rió.
—Lo dudo, o no hubieras dejado que fuera él el que saliera a ver si yo era una amenaza. ¿Tú eres el capitán aquí?
—Así es —contestó gritando—.
Eso era bueno. Felene no tenía tiempo para negociar con aquellos que no estaban en posición de hacerlo.
—¿Vais todos hacia Delos? —preguntó.
—¿Dónde íbamos a ir sino? —contestó el capitán—. ¿Piensas que hemos salido a pescar?
Felene pensó en algunos de los tiburones que la habían perseguido hasta la orilla. Pensó en el cuerpo que había ido a parar entre ellos ahora.
—Podría ser. En el agua hay cebo y, por estas partes, hay algunos premios gordos.
—Y algunos más grandes en Delos —respondió la voz—. ¿Intentas unirte a nuestro convoy?
Felene encogió los hombros adrede como si no le importara.
—Imagino que otra espada os irá bien.
—Y a ti te irán bien otras cincuenta. Pero parece que sabes luchar. No nos entorpecerás y comerás tus propias provisiones. ¿Te parece bien?
Más que bien, pues Felene había encontrado el modo de entrar en Delos. Por muy cuidadoso que fuera el cordón que rodeaba la ciudad, la flota de Felldust no la miraría dos veces si era parte de ella.
—Me parece bien —contestó—. ¡Siempre y cuando vosotros no me entorpezcáis a mí!
—Ansiosa por el oro. Me gusta.
Podía gustarles lo que quisieran, siempre y cuando dejaran a Felene tranquila. Dejémosles que piensen lo que quieran. Lo único que importaba era…
El ataque de tos cogió a Felene por sorpresa, doblándola de dolor con su fuerza. Se extendió rápidamente dentro de ella, parecía que sus pulmones estaban ardiendo. Se acercó una mano a la boca y, al apartarla, estaba sucia de sangre.
—Tú, ¿estás bien? —exclamó el capitán del barco, con una voz claramente sospechosa—. ¿Eso es sangre? No tendrás ninguna plaga, ¿verdad?
Felene no tenía ninguna duda de que la haría viajar sola si pensaba que sí. Eso, o quemaría su barca para asegurarse de que no se acercaba ninguna enfermedad.
—Me dieron un puñetazo en la barriga en una pelea en los muelles —mientras se limpiaba la mano en el barandal—. Nada importante.
—Si toses sangre, no parece nada bueno —respondió el capitán—. Deberías ir a buscar un curandero. Si estás muerta no puedes gastar el oro.
Seguramente era un buen consejo, pero Felene nunca había escuchado esas cosas. Sobre todo cuando tenía cosas mejores que hacer. Si solo hubiera estado en juego el oro, podría haber hecho exactamente lo que le sugería el hombre.
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