—Pienso que no me hace falta esperar a que des nada —replicó Estefanía—. Puedo coger lo que quiera de ti, incluso tu vida. Recuerda esto de aquí en adelante: si no fuera por esta guerra, te hubiera mostrado misericordia y te hubiera matado.
Al parecer, Estefanía tenía una idea sobre la misericordia tan extraña como de todas las demás cosas del mundo.
—¿Qué te pasó? —le preguntó Ceres. ¿Qué te convirtió en esto?
Estefanía sonrió ante aquello.
—Vi el mundo tal y como era. Y ahora, creo, el mundo te verá tal y como eres. No puedo matarte, así que destruiré el símbolo en el que te convertiste. Vas a luchar por mí, Ceres. Una y otra vez, sin la fuerza que hizo que la gente pensara que eras tan especial. Entremedio, encontraremos maneras de empeorar las cosas.
Aquello no sonaba tan diferente a cualquier cosa que hubieran intentado hacer Lucio o los miembros de la realeza.
—No acabarás conmigo —le prometió Ceres—. No voy a derrumbarme y a suplicarte solo para diversión tuya, o por tu venganza insignificante, o como quieras llamarlo.
—Lo harás —le prometió Estefanía a cambio—. Te arrodillarás ante la Primera Piedra Irrien de Felldust y suplicarás ser su esclava. Me aseguraré de ello.
Felene había robado barcos de sobra en sus tiempos y estaba satisfecha de ver que este era uno de los mejores. No era mucho más que un esquife, pero navegaba a la perfección, parecía responder tan rápido como el pensamiento y parecía una extensión de ella misma.
—Necesitaría que tuviera más agujeros como este —dijo Felene, moviéndose para achicar el agua que había anegado un lado. Le dolía incluso hacer esto, y las veces que tenía que remar porque había parado el viento…
Felene hacía una mueca de dolor con solo pensarlo.
Examinó la herida con cuidado, moviendo el brazo en todas direcciones para estirar los músculos de la espalda. Había algunos movimientos en los que casi parecía que podía ignorar su presencia, pero había otros…
—¡Que las profundidades te lleven! —blasfemó Felene cuando el dolor la atravesó, ardiente, como un destello.
Lo peor era que cada destello de dolor traía consigo recuerdos de cuando la apuñalaron. De mirar a Elethe a los ojos mientras Estefanía la apuñalaba por detrás. Cada dolor físico traía consigo el sufrimiento de la traición. Se había atrevido a pensar…
—¿En qué? —exigió Felene—. ¿Qué por fin podrías acabar siendo feliz? ¿Qué te lanzarías a la deriva con una princesa y una chica hermosa, y el mundo os dejaría en paz?
Era un pensamiento estúpido. El mundo no ofrecía los finales felices que encuentras en las historias de los poetas. Desde luego, no para ladronas como ella. No importaba lo que sucediera, siempre habría algo más que robar, ya fuera una joya o un trozo de mapa, o el corazón de alguna chica que después resultaría…
—Basta —se dijo Felene a sí misma, pero aquello era más difícil de lo que parecía. Algunas heridas no se curaban.
Y no es que la física lo hubiera hecho ya. Se la había cosido lo mejor que pudo en la playa, pero a Felene le empezaba a preocupar el agujero que el cuchillo de Estefanía le había dejado en la espalda. Se levantó la camisa lo suficiente para empaparla con el agua del mar, apretando los dientes por el dolor mientras la limpiaba.
A Felene la habían herido antes y esta herida no tenía buen aspecto. Había visto heridas como esta en otros y, en general, no habían acabado bien. Estaba aquel guía de escalada a quien había atacado con sus garras un leopardo de las nieves mientras Felene intentaba robar en uno de los templos muertos. Estaba la esclava a la que Felene había rescatado por capricho después de que su amo la azotara con el látigo de forma encarnizada, solo para ver como se consumía y moría. Estaba aquel jugador que había insistido en no moverse de la mesa, aun cuando se había cortado la mano con un trozo de cristal roto.
Felene sabía que ahora lo sensato era volver por donde había venido, buscar a un curandero y descansar el tiempo necesario para volver a ser lo que había sido. Evidentemente, para entonces la invasión probablemente habría terminado y todos los que estaban involucrados estarían desperdigados al viento, pero Felene estaría bien de nuevo, libre para irse a donde quisiera.
Al fin y al cabo, para ella no debería cambiar nada cómo acabara la invasión. Era una ladrona. Siempre habría cosas para robar y siempre estarían los que querrían capturarla. Probablemente habría más como resultado de una guerra, cuando las cosas solían estar un poco menos controladas y siempre había huecos por los que alguien con suficiente astucia se podía colar.
Podía regresar a Felldust, descansar y después buscar alguna nueva aventura en la que embarcarse. Podría partir en busca de islas que hacía tiempo que se habían perdido o dirigirse a tierras en las que el hielo lo encerraba todo como en un puño. Podría haber tesoros y violencia, mujeres y bebida. Todas las cosas que habían acostumbrado a mezclarse tan fácilmente en su vida hasta la fecha.
Lo que la mantenía con el timón de su pequeña barca apuntando hacia Delos era simple: allí era donde estarían Estefanía y Elethe. Estefanía la había engañado acerca de Thanos. La había utilizado para llegar hasta Felldust y, entonces, la había intentado matar. Aún más, había intentado matar a Thanos, aunque los rumores que corrían por Felldust apuntaban a que, por lo menos, había sobrevivido a la toma de la ciudad por parte de la rebelión.
Felene pensaba que no podía dejar pasar lo que Estefanía había hecho. Felene había dejado muchos enemigos atrás cuando partió, pero no le gustaba dejar deudas sin resolver. Una vez, se había batido en un duelo en el Vado del Roble por un insulto de un año atrás, y otra vez había capturado a un cerrajero que había intentado quitarle su parte, siguiéndolo a través de las Tierras de Pasto.
Estefanía moriría por lo que había hecho. Y respecto a Elethe…
En muchos aspectos, su traición era peor. Estefanía era una serpiente y Felene lo supo desde el momento que pisó el barco. Por Elethe realmente había llegado a sentir algo. Por una de las primeras veces en su vida, Felene se había atrevido a pensar más allá del siguiente robo y había empezado a soñar.
—Y vaya un sueño —se dijo Felene a sí misma—. Viajar por el mundo, rescatando hermosas princesas y seduciendo lindas doncellas. ¿Quién te crees que eres? ¿Una especie de heroína?
Parecía más bien el tipo de cosa que hubiera hecho Thanos, que algo para las de su especie.
—Mi vida sería mucho más fácil si no te hubiera conocido, Príncipe Thanos —dijo Felene—. Tiró de una de las cuerdas de su barca, para colocarla mirando hacia una nueva dirección.
Aunque eso no es lo que quería hacer. Principalmente, lo que sería su vida de no haber conocido a Thanos sería más corta. Hubiera muerto en la Isla de los Prisioneros sin él, y después de aquello…
Él era un hombre que parecía tener una causa. Alguien que defendía algo, aunque hubiera sido Felene la que le había recordado qué era. Era un hombre que se había preparado para luchar contra todo lo que le habían educado para que fuera. Había luchado contra el Imperio, aunque para él hubiera sido más fácil no hacerlo. Se había preparado para dar su vida para salvar a gente como Estefanía, que verdaderamente era lo que hacía un héroe.
—Supongo que si tuviera un poco de sensatez, estaría enamorada de ti —dijo Felene mientras pensaba en el príncipe—. Desde luego, era una persona mejor de la que enamorarse que gente como Elethe. Pero en esta vida no se conseguía lo que se deseaba. Y, por supuesto, no podías escoger cuando se trataba de amor.
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