Leilani se sobresaltó por las risitas agudas.
—Vaya, todavía estás despierta. No pretendía asustarte. Solo he venido a meter a Giggles en su jaula —dijo la tía Anela mientras se dirigía hacia la jaula que había junto a la puerta. Una cacatúa blanca se posó sobre sus hombros, moviendo la cabeza de arriba abajo con entusiasmo.
—¡Bonita luna! ¡Bonita luna!
—Sí, Giggles. Hay una luna preciosa esta noche.
—Yo me encargo de ella. —Leilani extendió el brazo para coger al pájaro.
Giggles aleteó y graznó y Leilani apartó la mano rápidamente.
Giggles se echó a reír.
—No tiene gracia, Giggles —le regañó la tía Anela.
Leilani puso los ojos en blanco. Estaba encantada con que la tía Anela se hubiera ido a vivir con ellos, pero ese pájaro la estaba volviendo loca. No era ningún secreto que Giggles la odiaba. Le declaró la guerra desde el primer momento.
La tía Anela le advirtió que Giggles era inteligente y le gustaba repetir todo lo que escuchaba. Y no bromeaba. Leilani tuvo que aprender por las malas.
Cuando ella y Sammy ayudaron a la tía Anela con la mudanza, se golpeó el codo con la encimera de la cocina. Soltó tal cantidad de tacos que si sus padres la hubiesen oído, la habrían castigado durante un mes. Giggles estaba en su jaula jugando con uno de sus juguetes, actuando como si no hubiese escuchado nada. No dijo ni una palabra, ni soltó ninguna risita hasta que la tía Anela entró en la cocina y entonces... ¡pum! Todas esas palabras malsonantes empezaron a salir del maldito pajarraco.
—¿Qué te ocurre? —La tía le dio a Giggles.
Leilani la miró, fijándose en sus arrugados ojos castaños que mostraban sabiduría. Su cabello era corto y oscuro con mechas grisáceas, y enmarcaba su rostro arrugado.
—Nada. Es que hace un poco de calor. —Se dio la vuelta y metió a Giggles en la jaula.
En realidad no estaba mintiendo. Hacía calor.
Unas manos suaves le tocaron el hombro, provocando que se girara. Leilani miró hacia abajo. No podía mirarla a la cara. La tía era como una especie de psíquica o algo así, porque podía leer mentes. A veces sabía lo que Leilani iba a decir incluso antes de decirlo.
Aunque la tía no era un familiar directo de ella y Sammy, ella era ` ohana , que en hawaiano significa familia. La tía prácticamente había criado a su madre y luego a ella cuando era pequeña. La tía siempre había estado junto a su familia: cuando su padre se fue a Los Ángeles; cuando su madre se volvió a casar; cuando Sammy nació; y cuando sus padres murieron. Incluso vendió su propia casa para pagar las deudas de sus padres para que así ella y Sammy pudieran quedarse en la casa donde ambos se criaron. Leilani le debía todo.
—Algo ha ocurrido porque Sammy estaba hablando en sueños otra vez, llamando a alguien llamado Jeremy.
Se le formó un nudo en la garganta al escuchar su nombre. Quería olvidarse de él pero su tía se lo estaba poniendo aún más difícil.
Forzó una sonrisa y se dirigió hacia la nevera para sacar una jarra.
—¿Jeremy? Oh, eso... no es nada. Es solo un turista con el que Sammy solía quedar hace unos años.
—¿Eso es todo?
La habitación se quedó en silencio mientras llenaba un par de vasos con limonada. Cuando le dio uno de ellos a la tía, esta le cogió la mano.
—¿Estás segura de que eso es todo?
Leilani cogió su bebida. Debería haberle hablado a su tía sobre Jeremy. Tal vez ella podría decirle cómo dejar de soñar con un hombre que jamás podría tener.
«No puedo». Lo más probable es que su tía se acabara preocupando por todo su drama. Ella ya había hecho bastante por ellos.
—Sí —respondió, manteniendo el tono de voz como si nada ocurriese—. ¡Ah, por cierto! ¿Todavía piensas ayudarme con la nueva coreografía de hula ?
Se bebió la limonada de un trago mientras su tía la examinaba.
—Todavía no estás lista para hablar. Está bien. Quizás mañana.
—Sí, claro. Mañana.
—¿Te vas a la cama?
—En un minuto. —Dio un beso en la mejilla a su tía antes de salir de la cocina.
Cuando escuchó la puerta cerrarse, volvió a mirar la luna llena. Tenía la esperanza de haber distraído a su tía con el nuevo baile de hula lo suficiente para que no se acordara de volver a preguntarle sobre el tema. Y, bueno, probablemente ya ni siquiera le importaría porque el Chico dorado estaba a punto de desaparecer de nuevo. Y esperaba que fuera pronto.
—¿Por qué tienes que ser tan jodidamente sexy? —susurró en la silenciosa noche.
Todo sería más fácil para ella si él se alejara de ellos. Sammy iba a ser un reto. Él quería ver a su viejo amigo.
—Oh, Jeremy —suspiró.
—¡Sexy Jeremy! —graznó Giggles.
—¡Madre mía! —Dio un golpe a la jaula mientras Giggles continuaba gritando esa frase.
—¡Shhh...! ¡Para ya!
—¡Sexy Jeremy! ¡Sexy Jeremy!
Leilani cogió un trapo y cubrió la jaula con él, pero la frasecita "sexy Jeremy" continuó sonando durante unos segundos hasta que finalmente se calló.
¿Dejaría de escuchar su nombre algún día? Leilani se sentó en el suelo. Plegó las piernas contra su pecho y dejó caer la cabeza entre las manos. Alguien la estaba torturando; los dioses o el destino, ¡además del maldito pájaro!
Giggles gritó: —Sexy Jeremy —por última vez, seguido de una risa aguda.
Leilani se rió por lo bajo con ella.
Leilani era hermosa.
Jeremy contemplaba la luna mientras paseaba por la playa, hundiendo sus pies en la cálida arena. No debería estar tan sorprendido. Leilani siempre había sido una niña preciosa.
«Ya no es ninguna niña».
«¡Para!»
Dio una patada, salpicando arena por el aire. Todavía era una niña. Sí, una niña hermosa, pero una niña. Una niña a la que todo el mundo había mirado en el restaurante Candy mientras balanceaba sus bonitas caderas; una niña con delicados brazos que se movían al son de la música; una niña con labios rubí ligeramente abiertos como si esperasen a ser besados.
Y esos ojos. Esos conmovedores ojos marrones le perseguían. Sus ojos eran más sabios con los años. Recordó cuando paseaban juntos por la misma playa en la que él se encontraba en ese momento hablando sobre Naomi y sobre el padre de Leilani. Incluso entonces, ella entendió su corazón.
Había venido a la isla por una razón: quería verla tanto ella como a Sammy. Y ahora que lo había hecho, debía irse de allí.
Pero, ¿por qué no podía irse?
El sonido de las risas llenó la silenciosa noche. A lo lejos había una pareja de jóvenes abrazados frente a una pequeña hoguera.
Jeremy se detuvo a observar como el hombre acercaba a la mujer hacia él. Ella se recostó contra su pecho mientras la abrazaba. Con su oído de ángel escuchó cómo el hombre le decía lo hermosa que era. La mujer sonrió y arqueó la cabeza hacia atrás invitándole a besarla.
Entonces Leilani se le vino a la mente.
Jeremy se dio la vuelta y caminó en la dirección opuesta para acallar el sonido de los labios besándose y los leves gemidos.
¿Qué le estaba sucediendo? ¿Acaso esto era algún tipo de prueba? ¿O tal vez Saleos había averiguado dónde se encontraba y había ingeniado la manera de torturarle? Porque, desde luego, nada de esto tenía sentido. Era Naomi con quien él soñaba y era Naomi a quien amaba.
¿O no era así?
¿Entonces por qué su corazón pareció volver a la vida en el mismo instante en que vio a Leilani sobre el escenario?
¿Podría ser lujuria? Nunca había reaccionado con nadie de la misma manera en la que lo hizo con Leilani, y eso que había tenido a mujeres medio desnudas que prácticamente se lanzaban sobre él. Sin embargo, nunca le habían supuesto un problema. Pero esa atracción... La intensa necesidad de sacarla del escenario fue abrumadora.
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