L. G. Castillo - El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5)

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El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5): краткое содержание, описание и аннотация

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No ajeno al dolor causado por su existencia, Jeremy se había acostumbrado a las repercusiones de ser el arcángel de la muerte. Pero cuando su deber provoca el odio de una mujer que jamás podrá tener, le persigue un dolor que corta más que la hoja de cualquier espada. Pese a que el Cielo está a punto de entrar en guerra, Jeremy desafía la orden de quedarse junto a sus hermanos y regresa a Kauai con la esperanza de encontrar consuelo en la admiración de sus amigos humanos. Sin embargo, lo que encuentra no tiene nada que ver con lo que esperaba. Las viejas heridas sanan muy lentamente y es difícil que Leilani le perdone por haberles abandonado. Dividido entre las tentadoras promesas y la amenaza de una batalla campal, Jeremy se ve forzado a buscar respuestas donde nunca antes se habría atrevido a hacerlo: en un enemigo de gran poder. ¿Será capaz de resistirse a los cantos de sirena procedentes de la oscuridad? ¿O se verá forzado a observar mientras su amor se convierte en cenizas? El final épico de la serie El ángel roto. No ajeno al dolor causado por su existencia, Jeremy se había acostumbrado a las repercusiones de ser el arcángel de la muerte. Pero cuando su deber provoca el odio de una mujer que jamás podrá tener, le persigue un dolor que corta más que la hoja de cualquier espada. Pese a que el Cielo está a punto de entrar en guerra, Jeremy desafía la orden de quedarse junto a sus hermanos y regresa a Kauai con la esperanza de encontrar consuelo en la admiración de sus amigos humanos. Sin embargo, lo que encuentra no tiene nada que ver con lo que esperaba. Las viejas heridas sanan muy lentamente y es difícil que Leilani le perdone por haberles abandonado. Dividido entre las tentadoras promesas y la amenaza de una batalla campal, Jeremy se ve forzado a buscar respuestas donde nunca antes se habría atrevido a hacerlo: en un enemigo de gran poder. ¿Será capaz de resistirse a los cantos de sirena procedentes de la oscuridad? ¿O se verá forzado a observar mientras su amor se convierte en cenizas?

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«Que voy a vomitar».

—Nada. —Puso una sonrisa. A lo largo de los años había conseguido ser realmente buena a la hora de fingir sonrisas.

—¡Oye, Candy! Tranquila. Puedo arreglármelas solo —dijo, separándole las manos de su malo antes de volver a dirigir su atención a Leilani—. ¿A qué hora termina tu turno? —le preguntó.

—¡Bien! —Candy resolló mientras se dirigía hacia la cocina—. El espectáculo comienza en quince minutos, Leilani.

—Vas a hacer que me despidan, Kai —dijo Leilani cuando Candy hubo desaparecido.

—Ladra pero no muerde. No te preocupes. Yo te cubro. Entonces, ¿cuándo acaba tu turno?

—Justo después del espectáculo.

—Vale. ¿Me esperas en los aparcamientos?

—Sí, claro. —Ella le hizo un gesto con la mano para que se fuera con los demás bailarines, que estaban haciendo un último ensayo. Cuando se fue, se quitó el delantal y lo arrojó sobre el mostrador.

Sonrisas fingidas. Gracias fingidos. Todo fingido. Eso era su vida ahora.

«Gracias por el trabajo, señor Hu. Gracias por derribar el puesto de tacos y cubrirlo con asfalto. Gracias por dejarme bailar hula con Candy todos los viernes y sábados por la noche».

Recordaba que hubo un tiempo en el que bailar era lo único que quería hacer. Ahora tan solo era una forma rápida de ganar unos pavos extra. El día en que sus padres murieron fue el día en que su mundo se oscureció al igual que toda la magia que había en él.

El vestuario era un lío entre las chicas y la laca El aire estaba tan cargado - фото 1

El vestuario era un lío entre las chicas y la laca. El aire estaba tan cargado que apenas se podía respirar.

—¿Así que ahora Kai y tú sois pareja? —Candy se sentó frente al espejo mientras se ponía polvos bronceadores en su enorme escote.

—¡No! Solo somos amigos. —Se sentó junto a Candy en la única silla que quedaba libre.

—¿Ah, de verdad? Pensaba que erais pareja porque él solo queda contigo.

Estupendo. Nunca iba a superar la vergüenza de haber permitido a Kai llevarla al baile graduación del instituto.

—Solo fue una cita. —Leilani dio un tirón de la goma con la que tenía el pelo recogido. Al quitarla, pasó los dedos por su abundante melena, ahuecándola.

—¡Ah! La cita por pena. Lo pillo.

«Necesito este trabajo. Necesito este trabajo».

En realidad, no podía enfadarse con Candy porque sí que fue una cita por pena. Desde que sus padres murieron, Kai hizo todo lo que estuvo en su mano para ayudarles. Fue un hermano mayor para Sammy; les ayudaba con la casa arreglando las cosas que se rompían; e incluso se ofreció a prestarles dinero, el cual ella rechazó obstinadamente. Sin embargo, alguna vez había pillado a la tía Anela metiéndose algo de dinero en el bolsillo de su vestido de andar por casa mientras le daba una palmadita a Kai en la mejilla.

Sospechaba que la tía Anela y Kai planearon juntos lo del baile de graduación, pese a que era la última cosa que le apetecía hacer. Kai se lo pidió en la cena, delante de su tía. Le resultó muy difícil negarse especialmente después de que su tía dijera que sí por ella e inmediatamente fuera a su habitación y apareciera con un vestido que le había comprado para la ocasión.

Sí, fue totalmente premeditado.

—¿Sabes si se está viendo con alguien?

—No que yo sepa. Si estás tan interesada en él, deberías invitarle a salir.

—Mmm..., puede que lo haga. —Candy miró su reflejo pensativamente durante un momento—. Date prisa y ponte la falda. No llegues tarde como la última vez. ¡Oh! —Cogió un labial del mostrador y se lo lanzó a Leilani—. Ponte esto. Esa baratija que llevas no te queda nada bien. Tenemos que dar buena imagen. Necesitamos mantener el sitio lleno, ya sabes. ¿Has visto a las chicas del nuevo resort que hay al otro lado de la isla? Están buenísimas.

El ojo de Leilani volvió a temblar otra vez. «Necesito este trabajo. Necesito este trabajo».

Candy quitó el vestidor provisional justo antes de que Leilani pudiera lanzarla al suelo.

«¡Increíble! Las cosas que hay que hacer para pagar las facturas». Se pintó los labios y se miró fijamente en el espejo.

¡Maldita sea! Candy tenía razón. Ese color no le sentaba nada bien.

Tiró el labial sobre la mesa, se sacó los zapatos, se puso el traje y caminó hacia el escenario sin hacer ruido.

Echó un vistazo al público. Todas las mesas de la terraza cubierta estaban llenas. Eso pondría muy contento al señor Hu.

Algunos de los ayudantes de camarero estaban ocupados encendiendo las antorchas que rodeaban la parte exterior del perímetro. El público hacía ruido entusiasmado mientras algunas chicas del hula se mezclaban con los invitados.

Odiaba esa parte del trabajo. Se sentía como si fuera un florero para los turistas. Estaba a punto de unirse a ellas cuando una extraña sensación se apoderó de ella.

Algo iba mal.

«¡Sammy! ¿Dónde está Sammy?»

Examinó al público, inquieta.

Entonces dejó escapar un suspiro al verle sentado en la mesa donde le había dejado.

Pobre niño. Parecía estar aburrido. Estaba retrepado hacia atrás contra la silla con los pies apoyados sobre la mesa mientras leía un libro de cómics. Estaba acostumbrado a esperarla hasta que acabara su turno, ya que había veces que la tía Anela no se sentía bien para cuidar de él. Él nunca se quejaba.

Sin embargo, la sensación de ansiedad no desapareció. De hecho, se iba haciendo cada vez más fuerte.

Miró entre el público, preguntándose qué había diferente. Cerca del escenario había cinco mesas llenas con lo que parecían ser chicos de una hermandad que llevaban camisetas con letras griegas. Como no, Candy estaba en una de las mesas escribiéndoles su número de teléfono en una servilleta.

El corazón de Leilani latía con fuerza. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Ella nunca se ponía nerviosa.

Empezó a sonar la música de fondo. Era la señal de que el espectáculo de hula estaba a punto de comenzar. Su corazón latió aún más deprisa cuando Candy y las otras chicas subieron al escenario y se colocaron cada una en su lugar.

—¿Te encuentras bien, Leilani? —preguntó una de ellas.

Ella asintió con la cabeza mientras miraba fijamente al fondo de la terraza cubierta. Justo detrás de un par de antorchas, vio una sombra.

Entornó los ojos, tratando de ver quién era. El fuego danzaba bloqueándole la vista, como si le estuviera tomando el pelo. La silueta se movió y ella dio un respingo hacia atrás conforme los recuerdos se le venían a la cabeza.

El chirrido de los neumáticos. Los gritos de Sammy. El todocaminos girando y quedándose del revés. El crujido del metal. Los cristales rotos. El fuego abrasador. Y entonces... él.

Un cabello dorado surgió entre el humo. Un fuego abrasador con la forma de las alas de un ángel dio paso a su perfecto y esculpido cuerpo. Sus ojos zafiro le miraban con ternura.

«¡No! Ahora no».

Se presionó los ojos con las palmas de las manos, tratando de mandar todos esos recuerdos a donde debían estar: en lo más profundo de su mente, enterrados.

Era el mismo sueño que había tenido cada noche desde que ocurrió el accidente. Le había llevado meses para que desapareciera.

No sabía por qué soñaba con Jeremy. El tonto del culo ni siquiera se molestó en ir a ver si estaban bien. Simplemente se fue sin decir una sola palabra.

Tanto ella como Sammy estaban mejor sin él de todos modos. Era una tontería pensar que el Chico dorado se había preocupado por ellos alguna vez. No era más que otro estúpido haole .

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