Conjugación de vida
© Del texto, Rafael Gómez Pérez
© De la edición, Ediciones Trébedes, 2016. Rda. Buenavista 24, bloque 6, 3º D. 45005, Toledo.
Portada e ilustraciones de Juan Romero
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ISBN del libro digital: 978-84-120497-1-8
ISBN del libro impreso: 978-84-120497-0-1
Edita: Ediciones Trébedes
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Rafael Gómez Pérez
CONJUGACIÓN DE VIDA
Ediciones Trébedes
There are a few traces of birds in the sand
(Unnamed author)
Mi familiaridad con la poesía coincide con mi infancia. Mi madre recordaba muchos poemas de memoria y me los recitaba. En el colegio teníamos, al menos hasta los once años, una hora a la semana en la que recitábamos poesías que habíamos aprendido previamente. Recuerdo que yo me decantaba casi siempre por algunas estrofas del Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz. Me llamó la atención, hasta hoy mismo, ese final: “y la caballería/a vista de las aguas descendía”. Encuentro un eco de eso en el final del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía, de Lorca: “y recuerdo una brisa triste por los olivos”. Incluso en un verso de la Bohemian Rapsody, de Queen, “anyway the wind blows”. Y es que “el viento sopla donde quiere” (Juan, 3, 38).
Ya en la Universidad, entendí la poesía, en literatura, como dar con algo insólito de la realidad de las cosas, del cuerpo y del alma. y decirlo con palabras ajustadas y bellas por ese ajuste. Hacia 1955 me decidí a escribir la poesía ya pensada y fue un libro al que llamé Los tiempos, porque se basaba en ese famoso pasaje del capítulo tercero del Ecclesiastés: hay un tiempo oportuno para todo, tiempo para nacer, tiempo para morir, tiempo para reír, tiempo para llorar…
Llevé conmigo el libro cuando en 1958 me fui a vivir a Roma y allí lo di a leer a un buen amigo, Alfonso, que se lo aprendió de memoria. Otro amigo, el poeta colombiano David Mejía, me pidió de ese libro algunos poemas para publicarlos en una revista de su tierra, Arco. Después, no se sabe por qué, me pareció que el libro no valía nada y lo destruí. Así que solo se salvaron esos dos que envié a Colombia y que se pueden encontrar aquí: Tiempo de coser y Tiempo de guardar.
Seguía leyendo poesía (descubrimiento de Dante, Leopardi, Keats, Claudel, Hölderlin, Dickinson, Elliot, Péguy, Rilke, Pessoa), pero no se me ocurría ya hacerla.
A principios de los años ochenta, ya en Madrid, en un otoño me vino la idea del libro que aquí se titula Invención de un viaje. Hacia finales de los noventa, el de Ficciones.
En 2001 recuperé algo que pensaba perdido: una notas de lectura que tomé de los 16 a los 18 años. Me conmovió leer de nuevo Locas letanías, de Gabriela Mistral a la muerte de su madre, que termina con estos dos versos: “¡gozo que llaman los valles!/ ¡Resucitado, Resucitado!” Lo mismo un apunte de Figuras de la Pasión del Señor, de Gabriel Miró. Ese es el origen del poema que cierra este libro.
Sabemos decir muchas mentiras con
apariencia de verdades; y sabemos,
cuando queremos, contar la verdad.
(Palabras de las Musas, en el
inicio de la Teogonía, de Hesiodo).
Es sentimiento antiguo,
que emociona al sensible,
pero no a quien se ríe
del ruido de las lágrimas.
He imaginado voces,
dichas y muertes, cielos,
y el subir y bajar de las pasiones.
Dejo aquí estas palabras
en manos de las manos
de la gente que ama.
No entiendo que la vida
sea una simple suma de aventuras puntuales.
No me va el carpe diem,
o aquello, que es lo mismo,
de Ronsard, de coger desde ahora
las rosas de la vida.
Tendrían que ser nuevos los días y las rosas.
No imitaciones, repetidos gestos.
Apenas quedan días
que agarrar y estrujar, como la uva
de un vino claro, áspero y con gusto
a pecado joven.
Llegar al fondo del fondo
para mirar por dentro lo que queda.
Como lo que queda en el tubo de dentífrico cuando nada queda,
o en las paredes del bote de champú,
“las paredes del alma”,
o de cualquier otra forma que se pueda decir eso.
O así: el vaho del pensamiento,
el olor de sentido, lo enganchado al vivir.
Quería entrar en eso: fondo, capa o nada.
Solo para saber.
Solo ver.
Como fija la vista la gaviota en las olas.
He de pensar en serio
por qué me gustan tanto los osos de peluche.
También los patos, los monos, los elefantes, los
perros, los gatos de peluche,
pero más aun los osos:
su mirada de asombro,
como si no supieran para qué están ahí.
No quiero explicaciones esas de psicoanálisis,
que Freud confunda.
Mi infancia fue feliz. Ni escasa ni superflua.
Me rodeó un cariño abundante, inventivo.
Tuve muñecos.
Pero ha pasado el tiempo y con los años
cada vez quiero más al oso de peluche.
Quizá porque me encuentro tantas veces como él:
asombrado, perdido,
sin entender los golpes que me dan.
en mi pecho de trapo.
Evocó aquellos días
de rosas y de risas
cuando lo efímero parecía instalarse
perpetuo en la mirada de Beatrice.
Y si acaso algún día
volvieran esos tiempos
de risas y de rosas,
no sería ya el esplendor primero,
el bálsamo de luces.
Que el estreno de amor
solamente lo otorga el paradiso.
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