La cualidad inexistente de la incomodidad es en gran medida amenazante. Hay algo que está sucediendo, que es incierto, hasta el punto de llegar a tener certeza de ello. Te preguntas si deberías sentirte amenazado o no. Es incierto; es muy vago, extraordinariamente vago. Esa vaguedad en sí misma se vuelve inquietante; algo sucede, pero no está del todo claro si ese algo es una cosa o una no-cosa. Esta incógnita se convierte en el problema, e incluso, si no surge la pregunta, la falta de una pregunta se convierte en un problema. En otras palabras, toda la situación se encuentra totalmente turbada.
Esa turbación a menudo se expresa como un aparente estado de paz o de tranquilidad. Pero esa experiencia de tranquilidad también se vuelve amenazante en el subconsciente más débil del subconsciente del subconsciente. Algo no anda bien, así que no queremos ceder a la tranquilidad. No puedes fiarte de ella. Hay algo ahí que es extraordinariamente vago e incierto.
Has perdido por completo tu suelo, el cual es una expresión de la ignorancia. Sin embargo, la ignorancia se vuelve muy manipuladora: para protegerse y darle sentido a lo que está sucediendo, es imposible lidiar con solo un área, y se necesita lidiar con todas las áreas a la vez. Este proceso proporciona constantemente el trasfondo de nuestra psicología, todo el tiempo. Esa vaga incomodidad es el punto focal a lo largo de nuestro camino. Cuando finaliza, se llega el final del camino.
La tercera fase de la ignorancia se llama ignorancia del concepto. No se trata de ignorar conceptos; más bien, es el acto de etiquetar, pero trasciende el mero etiquetaje. Es muy sutil. Debido a que hemos estado sufriendo de vaguedad, el problema de la vaguedad, nos sentimos con ánimos de dar un paso. ¿Deberíamos estar a favor o en contra de ello? Estar a favor o en contra se vuelve más importante que mantener o validar la vaguedad en sí misma.
Así que en ese punto se empieza a generar una ligera insinuación de agresión, como de empujar o apartar; una débil sugerencia de pasión, como de magnetizar o atraer; y una débil sugerencia de ignorancia, ignorándolo todo, como de hacerse el ciego y seguir navegando.18 Esas tres posibilidades –de apartarse de las cosas, atraerlas e ignorarlas– surgen a la vez que las otras fases: la vaguedad, así como la primitiva, primordial y turbada situación de ignorancia. Estas tres cosas: la pasión, la agresión y la ignorancia nos dan la posibilidad de convertirnos en el yo, en mí mismo o en mi ego. «Soy lo que soy. Yo existo porque mis aspectos existen.» Esto es diferente de decir que existes debido a tus proyecciones. Este paso es la experiencia del espacio en el cual puedes exteriorizar o extender tu agresión, tu pasión y tu ignorancia al mundo. En otras palabras, puedes hacer que todo el mundo sea visible, en lo que a tu confusión se refiere. Decides salir de forma definitiva y crear tu propio mundo.
En ese momento, hay una tendencia a dar un pequeñísimo salto muy sutil. Las madres experimentan algo parecido cuando están pariendo. En el proceso de dar a luz, cuando la madre tiene que empujar y respirar, cada empujón se convierte en un esfuerzo heroico. Cuando de verdad llega el momento de dar a luz a tu hijo, quieres sacarlo de tu cuerpo. Estás haciendo una clara afirmación de que vas a tener este niño, que vas a hacer que el niño salga de tu cuerpo. Cuando las madres empujan y trabajan con su respiración durante el parto, el proceso es totalmente comparable al nacimiento del karma. Los empujones para dar a luz al mundo de la pasión, la agresión o la ignorancia tienen un sentido de continuidad, al igual que la continuidad que una madre siente al dar a luz a un hijo.
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