Amor en cuatro continentes
Autor: Demetrio Infante FigueroaEditorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208. www.editorialforja.clinfo@editorialforja.cl Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: agosto 2019 Versión electrónica, enero 2020 Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Registro de Propiedad Intelectual: N° 306188
ISBN: Nº 978956338442-0
eISBN: Nº 9789563384697
A la memoria de Paco,
el mejor hermano del mundo.
Agradecimientos Agradecimientos En primer lugar, deseo agradecer a Editorial Forja por haberse interesado en este proyecto y muy especialmente a María Eugenia Lorenzini, quien tuvo la paciencia y la dedicación para que este libro viera la luz. Luego a Vivian que en forma callada soportó mis largas horas frente al computador, siendo una acompañante silenciosa de mi quehacer. Por último, a los oficiales de la biblioteca del Congreso de Estados Unidos, los que amablemente me orientaron para obtener antecedentes sobre la producción inglesa de carbón, la propiedad de las empresas y las condiciones de los mineros a comienzos del siglo XX, elementos todos sin los cuales la narración habría tenido un vacío sustantivo.”
Diplomático chileno en Sudáfrica
Lawrence y Daniel Kelly
Daniel Kelly y su vida en Lota
Presencia de los Kelly en Sudáfrica
En primer lugar, deseo agradecer a Editorial Forja por haberse interesado en este proyecto y muy especialmente a María Eugenia Lorenzini, quien tuvo la paciencia y la dedicación para que este libro viera la luz.
Luego a Vivian que en forma callada soportó mis largas horas frente al computador, siendo una acompañante silenciosa de mi quehacer.
Por último, a los oficiales de la biblioteca del Congreso de Estados Unidos, los que amablemente me orientaron para obtener antecedentes sobre la producción inglesa de carbón, la propiedad de las empresas y las condiciones de los mineros a comienzos del siglo XX, elementos todos sin los cuales la narración habría tenido un vacío sustantivo.”
Diplomático chileno en Sudáfrica
¡Bienvenido a África! fueron las palabras que dichas en tono suave y de real amistad escuchó John Kelly mientras bajaba la escalera del avión de la Southafrican Airways que vía Londres lo había traído a Pretoria desde Nueva York, el año 1986. Pese al manifiesto signo de afecto que aquellas significaban, cayeron como una pedrada en la parte posterior de la cabeza de Kelly, quien las recibió mientras terminaba de descender y distraídamente observar el majestuoso espectáculo que se le presentaba ante los ojos. El cielo sobre el aeropuerto internacional Jans Smuts, ubicado a algunas decenas de kilómetros de Pretoria, estaba compuesto por una multiplicidad de colores particulares, típicos de las siete de la mañana de un mes de julio, momento en que el día pareciera que recién viene despertando y para ello emite una luz especial y clara en la que se mezclan el celeste, el azul, el rosado y hasta el rojo intenso, todo ayudado por la trasparencia del aire que allí existe. Quien había expresado las palabras de bienvenida era Juan Gómez, un consejero del Servicio Exterior de Chile que desempeñaba interinamente el cargo de segundo de la embajada de ese país en Sudáfrica. En realidad, era una abierta muestra de amistosa preocupación que a esa hora estuviera en el terminal aéreo para recibir al nuevo Ministro Consejero que llegaba a la Representación chilena y que por su grado pasaría a ser su jefe directo. Más lo era quizás el hecho de que el embajador chileno estuviera en la Sala VIP del terminal para dar la bienvenida al recién llegado, cosa que sorprendió de sobremanera al viajero, pues no lo esperaba. Pero el impacto que se produjo en Kelly cuando escuchó la palabra “África” generó una dimensión no prevista en la mente informada en materias diplomáticas que este tenía. Él sabía que venía a Sudáfrica, conocía las características de esa Nación, había indagado sobre cómo era la vida profesional allí y tenía muy claro que en lo personal y familiar este nuevo destino sería grato y poco demandante en cuanto a actividad. Pese a que su último cargo había sido segundo en la Delegación de Chile ante Naciones Unidas en Nueva York, donde el contacto con africanos y la amistad con muchos de ellos era una constante diaria, en su cabeza esa palabra apareció como un relámpago con las imágenes y las realidades de países como Somalia, Benín, Nigeria u otros que se identificaban todavía entonces como el África Negra, sitios en los cuales la vida diaria de un diplomático blanco dejaba mucho que desear, y no como acaecía en Sudáfrica misma. La conciencia ilustrada de John en la materia estaba cierta de que no había comparación posible entre ambas situaciones, pero muchas veces el inconsciente tiende a tomar rumbos que no se pueden controlar y que contradicen la realidad, por más seguro que se esté de esta.
John Kelly era un abogado que a los dos años de haberse recibido había ingresado al Servicio de Relaciones Exteriores de Chile, en 1968, y que había laborado como diplomático en Perú, Washington y Canadá, antes de ser enviado a Naciones Unidas. Había hecho sus estudios primarios en una escuela del pueblo minero de carbón de Lota, donde trabajaba su padre, y la secundaria en calidad de interno en el Liceo Alemán del Verbo Divino de la ciudad de Los Ángeles. La universidad la cursó en la de Concepción, en la Escuela de Leyes, y poseía el grado de Master en Ciencia Política (con mención el Política Internacional) otorgado por la Universidad de Virginia, Estados Unidos, después de haber obtenido una beca con tal propósito. Físicamente era un hombre de un metro 84 centímetros, de tez blanca, delgado y de pelo negro, pese a su ancestro inglés. Era tranquilo y buen amigo de sus amigos. En el trabajo era exigente consigo mismo y con los que estaban a sus órdenes y se esforzaba siempre por tener una buena relación con estos. En la Cancillería en Santiago se le apreciaba como un buen diplomático y las diversas funciones que había cumplido, tanto en Chile como en el exterior, eran bien evaluadas. Además, había tenido una activa vida académica. De allí que en su mente estuviera la idea de que después de la experiencia en Nueva York era posible que fuera ascendido al grado de embajador, pese a su relativa juventud, cosa que el traslado a Sudáfrica lógicamente frustraría. En cuanto a sus creencias, era católico practicante y tenía especial dedicación por su familia, formada por su cónyuge y dos hijos hombres. Era adepto a los deportes, con preferencias por el fútbol y el tenis, aunque en sus años de joven había sido campeón de natación. En una institución como la Cancillería donde casi todos sus miembros reciben de sus pares un sobrenombre –el diuca Parada, el guatón Marambio, el chico Errázuriz, el negro Tapia, el flaco Fernández, etc.– él era conocido como “el gringo Kelly”, el mismo apelativo que había recibido en Chile en todos los sitios donde había estudiado.
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